Sobre el proceso terapéutico y el cambio

La figura del terapeuta como sacerdote, prostituta, científico y gurú​

Bajo estas cuatro metáforas del terapeuta se reflexiona sobre diversos aspectos del rol profesional y las expectativas que animan la demanda del cliente.

Voy a especular sobre cuatro representaciones mentales que posiblemente puede hacerse el cliente: el psicoterapeuta como sacerdote, como prostituta, como científico y como gurú, y voy a sostener que cada representación se ampara en una expectativa o falacia propia, que anima el fondo de la demanda. El psicoterapeuta como sacerdote estaría basado en una expectativa o falacia de ser consolado. El sacerdote como prostituta en una expectativa o falacia de ser amado. El psicoterapeuta como científico en una expectativa o falacia de ser entendido. El psicoterapeuta como gurú en una expectativa o falacia de ser guiado.

A efectos de ubicación en algún referente teórico, me gustaría mencionar los estudios de Jerome D. Frank (1.982). Para Frank, los elementos terapéuticos compartidos por todas las psicoterapias son básicamente tres. Primero, el reconocimiento social de la figura del terapeuta, sus credenciales, prestigio y ubicación profesional, que facilite al cliente “una relación emocional, de confianza con una persona que ayuda”. En segundo lugar, la existencia de un mito, compartido por cliente y terapeuta. El mito refiere cualquier teoría o marco de referencia compartido. Y el tercero es la utilización de un rito. El rito refiere las técnicas concretas utilizadas, independientemente de que sean unas u otras.

En mi opinión, estas ideas estarían en línea con la noción de la realidad plural u opciones de realidad, en el sentido de que cada persona construye su propio mapa o interpretación de la realidad, y despliega las condiciones implícitas en él, y para el caso concreto de vivencias de malestar físico y psicológico, la persona pondrá en marcha los recursos de sanación coherentes con su representación del mundo, utilizando los canales que se adecuen a él, y buscando la figura que se haga receptora del merecimiento sanador, ya sea el amigo, el psiquiatra, el sacerdote, la prostituta, el médico, etc.

Lo que nos interesa aquí es el reconocimiento social de la figura del terapeuta, y como éste se articula en la representación mental del cliente. En sociedades avanzadas se van desfigurando progresivamente los mecanismos y figuras arcaicas de contención y sanación, ya sea el jefe tribal o familiar, el brujo, el curandero, el sacerdote, el chamán, etc. y va tomando relieve la figura del psicólogo o terapeuta que va siendo progresivamente reconocido como catalizador o receptor social de las mismas y viejas demandas. El psicoterapeuta será el que puede amar, el que puede consolar, el que puede comprender, el que puede guiar. Digamos que habría una demanda básica, camuflada entre otras posibilidades, destinadas a una sola figura: el psicoterapeuta.

EL TERAPEUTA COMO SACERDOTE
Históricamente, el sacerdote, al menos en la religión católica, ha cumplido entre otras una función confesional, de hacerse receptor de culpas u malestares, creando un espacio para la catarsis, y gozando del poder de reconfortar, perdonar, y consolar. Podríamos decir que cubría una función de regulación emocional, ofreciendo consuelo a los dolores evocados por los propios demonios interiores y a las conductas sentidas como disonantes en relación de los mandamientos y reglas, a la par que tratamientos expiatorios y reconductores, en un intento de promover nuevamente el estado de gracia para el alma perdida y extraviada. Si bien el sacerdote ha ido perdiendo progresivamente su enclave social, su lugar preeminente, al abandonar gran parte del público su inserción en esta teoría-ficción religiosa compartida, no es menos cierto que pervive en el ser humano un anhelo de referentes externos de regulación emocional, y un afán de consuelo, expiación y reencuentro con su verdadera esencia, que podría ser equiparable al estado de gracia y que habitualmente se experimenta cono un estar en paz con uno mismo y en armonía con el resto de seres humanos.

El terapeuta como sacerdote es el terapeuta que atiende lo emocional, que empatiza en este nivel, que acompaña en un proceso de limpieza (función toilette de los emergentes intestinales), que reconforta y consuela (a menudo calladamente, desde la simple aceptación), y que reconduce, acompaña y co-transita hacia el espinoso y “grato” camino del ser.

EL TERAPEUTA COMO PROSTITUTA
Me gustaría rescatar la figura de la prostituta como metáfora y también como realidad, que involucra una mayor complejidad de motivaciones, sentimientos y pasiones, en la persona usuaria, que el grado habitualmente vano y peyorativo con que suele ser tratada, quizá, precisamente por esto. La prostituta como figura aglutina una doble función, aparentemente paradójica. En primer lugar se la hace receptora de una ficción de amor, y en segundo lugar se vehicula esta ficción de amor por la vía del encuentro primordialmente sexual. ¿Podría ser de otro modo?. Lo que voy a sostener es que la prostituta, como persona y evento real o fantaseado, es la metáfora explicativa por excelencia de las transferencias más profundas.

En mi opinión, uno de los anhelos más profundamente sentidos por los seres humanos es el anhelo de ser intensamente amados, y la principal representación que nos hacemos de ese intenso amar es la unión sexual, donde se desvanecen las diferencias entre yo y tú, donde yo soy tú y tú eres yo, y ambos somos una vibración del universo. Es el paraíso perdido y permanentemente anhelado.

En el escenario materno-filial, el niño va sufriendo progresivamente la pérdida del paraíso, aprendiendo a diferenciarse y a lograr un Yo progresivamente separado y autónomo. Pero este proceso suele implicar dolores, rechazos, rabias, frustraciones, y una multiplicidad de pasiones y asuntos inconclusos, que entrarán a formar parte del Yo y configurarán el carácter, a la par que van a convivir con el anhelo siempre latente de ser intensamente amado, de reencontrar el paraíso perdido. La ficción de amor continuará gatilleando en la oscuridad del inconsciente sus fuegos errados.

La prostituta real o fantaseada ocupa un lugar de privilegio como canalizadora y depositadora del anhelo y a la vez de la falacia del ser amado, donde se articula y activa toda la transferencia parental en el peor de sus modos, como pasos a la acción (actings) de las vergüenzas, las venganzas, las sumisiones, los terrores, etc. Fáciles caminos para conseguir una excitación fugaz, y atisbar, muy, muy de lejos, el profundo deseo de amor. Los fuegos gatilleados desde la oscuridad del inconsciente seguirán errados, y la falacia del amor seguirá renovándose como falacia una y otra vez.

El terapeuta como prostituta se hace depositario de esta demanda o anhelo de amor. Involucra también su cuerpo en este interjuego reparental, donde en el lenguaje de la psicoterapia Gestalt los tonos “simpáticos” (aceptación y refuerzo de los aspectos más sanos y auténticos de la persona) se combinan con los “frustrantes” (puesta en cuestión y desafío de los más neuróticos y manipulativos), recreando constantemente ese vínculo transferencial, jugándolo, pero ahora ya, sujeto a la mirada consciente del cliente, a la posibilidad de análisis, y a la posibilidad de ser trascendido. Porque reencontrar el paraíso perdido es un camino de vuelta. Hacer brotar el universo en uno presupone haber trabajado con la herida de la expulsión, haberla asumido, haberse reconciliado y haber entendido profundamente el yo so yo y el tú eres tú. El terapeuta como prostituta enfatiza su función de cuidado del cuerpo, de las tensiones, de las enfermedades del alimento, de los aspectos más primarios y viscerales, etc. Y de protección ante los entornos demasiado indigestos y destructivos. (Función nutricia para los emergentes orales).

EL TERAPEUTA COMO CIENTÍFICO
Vivimos en la era dorada de la ciencia. El mero calificativo de científico causa un pasmo reverente y cautiva la mente del hombre progresivamente racional. Todo es, o ha de ser, explicable, y, por tanto, sujeto a control. El hombre se enseñorea, con su potente encéfalo, ante los misterios de la naturaleza, no obstante los peligros ecológicos constituyen lo obvio de la vida cotidiana. El hombre cabalga, orgulloso y vencedor, a lomos de su dragón interior que aparenta esclavitud, no obstante nos catapulta al abismo creciente de la ansiedad. La ciencia constituye, en fin, la última y más dorada ficción del ser humano moderno. Es la ficción de la inteligencia, del conocimiento, la que crea la suposición de que conocer y entender tiene un efecto liberador. Y se agolpan las gentes con su sincera pregunta: ¿podría decirme qué es lo que me pasa?, ¿por qué me ocurre esto?, poniendo al desnudo su hambre de conocimiento.

Cuando el hombre moderno no consigue explicarse las razones de sus vivencia de malestar psicológico, acude al especialista, y pregunta porqués, y espera la rápida remisión de sus síntomas por mor de la magia de las más recientes tecnologías al uso. Vivimos bajo el imperio del paradigma tecnológico-científico que todo lo inunda. Y es justamente ahí donde se hace más notoria la artificial división entre mente y cuerpo, entre mente y espíritu, y se dibuja la angosta figura de hombre escindido y alienado.

El terapeuta como científico se hace depositario de demandas de entendimiento, de que active sus recursos de explicabilidad de los fenómenos psicológicos, organísmicos y relacionales, de que los encuadre en referentes teóricos reconocidos, de que los incluya en espacios científicamente luminosos que los hagan menos opacos y amenazantes. El terapeuta como científico activa una función de contención por vía de la racionalidad. (Función contención para emergentes disgregadores).

EL TERAPEUTA COMO GURÚ
Seguramente la palabra gurú trae a la cabeza una gran variedad de acepciones y representaciones, como santón, iluminado, trascendido, maestro, etc. No obstante, en mi propia representación, la palabra gurú me conecta principalmente con la noción de guiaje, de conducción, y refiere principalmente el ámbito de la espiritualidad. Básicamente sería una función de guiaje por una vía de iniciación y acceso espiritual.

Y creo que aquí nos metemos en un territorio sumamente complejo acerca de cómo encarar la vertiente espiritual, en el que fácilmente podemos mezclar desde los aspectos más sacrales de las religiones hasta los más formales y burocráticos, desde la doctrina de la transmigración de las almas y las morales de perfeccionamiento hasta los cultos más hedónicos, desde las sendas más ascéticas a las más mundanas, pero sea como sea la demanda de acceso espiritual, puede venir en mi opinión activada por un denominador común: la evidencia del precipicio existencial donde el ser colinda con el no ser, y la muerte anda agazapada como suceso constantemente presente y también como meta final, resultando vanos todos nuestros intentos de reconocer su forma y abarcarla, y también por otro lado la evidencia de nuestra completa soledad en este mundo.

El terapeuta como gurú acoge y canaliza la ansiedad que estalla, cuando se hace presente al cliente, las preguntas sobre su esencia más allá de la demarcación del Yo, sobre su sentido en la vida y su forma de encarar y cohabitar la muerte, acudiendo a sus propias ansiedades y vivencias al respecto, y preparándose para compartir desde el silencio, cuando la marea de preguntas todavía no encuentra respuesta, o desde la hermandad cuando se comparte un renacimiento energético o un florecimiento espiritual.

Después de todo lo expuesto, me gustaría puntualizar a modo de conclusión los siguientes aspectos: · El suceso psicoterapéutico se inicia mucho antes de la primera entrevista, a partir de las suposiciones previas del usuario acerca de la figura del terapeuta, y también a partir de las suposiciones previas del terapeuta acerca de su rol profesional.

· La demanda de asistencia psicológica conlleva en su propia estructura y de forma camuflada o no explícita una demanda básica de consuelo, de amor, de entendimiento, o de guía, que se articula a raíz de la presentación mental que se hace el usuario de la figura del terapeuta, y que viene determinado por contextos históricos, culturales, ideológicos y sociales.

· El sacerdocio, la prostitución, el rol de científico y el de gurú son metáforas explicativas que arrojan comprensión acerca de cómo se constituye el escenario terapéutico.

· Las partes nos remiten a la totalidad, y abogo por la terapia integral o integrada y por el terapeuta holístico, que tenga la suficiente flexibilidad para alternar en sus funciones de sacerdote, prostituta, científico y gurú, y que pueda enfocar el plano emocional, corporal, mental y espiritual de la persona desde la comprensión de que cualquier parte es como un holograma en el que se refleja o incluye la totalidad.

· Respecto a las demandas planteadas, el terapeuta transita por el difícil equilibrio de asumirlas y al mismo tiempo desafiarlas, como falacias que progresivamente se han de ir desvaneciendo. Tomando como referencia el modelo de trabajo con polaridades de la psicoterapia Gestalt, y en concreto la polaridad alienación-integración, el proceso terapéutico tenderá a transmutar las cualidades de consuelo, amor, entendimiento y guía, desde fuera en la figura del terapeuta (alienación) hacia dentro en la persona del cliente (integración), facilitando que éste vaya reinstaurando el contacto con sus propios aspectos reparativos, amorosos y estimables, de comprensión de la realidad, y de autoguiaje frente a lo enigmático y abismal.

Porque el objetivo siempre es el mismo: la plena posesión personal.

 

Autor: Joan Garriga Bacardí.
Institut Gestalt de Barcelona.

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