Bert Helllinger murió el 19 de septiembre. Ahí van unas palabras a modo de homenaje y recordatorio. Este 2019 se cumplen 20 años de su venida a Barcelona, en la que brindó el primero de sus talleres sobre Constelaciones Familiares. En lo personal, me sentí muy tocado por su actitud y su trabajo; tanto, que me movió a dedicarle una buena parte de mi tiempo profesional. Cuando supe de su muerte, lo más inmediato que brotó en mí fueron estas líneas que decidí compartir:

“No es decible en palabras la inmensa fortuna de haber tenido a Bert Hellinger como maestro. El Alma podría expresarlo, sólo que su esencia es silencio que abraza todas las melodías y luz natural que alumbra todas las formas y colores. Este silencio y esta luz vivían en el centro de tu pecho, querido Bert, y eso transmitías tocando el corazón de tantos. Ojalá hayamos sabido transmutar en sustancia viva y creativa lo que nos legaste, y ojalá tu inspiración en nosotros siga tocando corazones, trayendo paz, amor y reconciliación, e integrando y uniendo lo que es guerra y separación en las personas, en las familias y en el mundo. Este sería el más bonito homenaje a tu ser y a la vida cumplida, que acabas de dejar.
Para mí, quedas en forma de presencia, de asentimiento y de amor expansivo. Gracias para siempre, por tanto. Nos encontraremos, pues ¿no será tu muerte tu último y definitivo nacimiento?”

Si presto atención a lo que las aportaciones de Bert Hellinger significan para el mundo de la ayuda a través de la técnica de las Constelaciones, que ha tenido una expansión enorme en todo el mundo —a pesar de algunas derivas vulgares, pseudomágicas e inquietantes—, me gustaría señalar tres aspectos del propio Hellinger que lo han hecho posible, a mi modo de entender.

Creo que Bert Hellinger hizo un viaje de lo religioso a lo espiritual, o bien, que a través de lo religioso encontró la mística y el centro del ser o morada interior, de manera tal que lo que transmitía iba mucho más allá de una técnica para convertirse en un estado contagioso, irresistible para muchos, de expansión de conciencia y de corazón, cuyo canto natural es el amor a lo que es.

Luego, al igual que se recuerda a Gandhi como apóstol de la no-violencia, seguramente se recordará a Bert como el apóstol de la inclusión, epicentro de su mensaje. Y ello siempre me pareció profundamente gestáltico, pues ¿no es acaso la terapia Gestalt una gramática copulativa y no disyuntiva, que une e integra, en lugar de dividir y alienar? Y, ¿no encontramos nuestra completud cuando todo lo que somos, momento a momento, puede ser incluido en el amoroso foco de nuestra atención, que desconoce el rechazo al igual que el apego?

Alguien tan intrínsecamente libre logró una audacia superlativa: Bert fue capaz de superar el temor a cualquier crítica, lo que le llevo a afirmar, entre otras cosas espinosas, que “los representantes en una constelación sienten los sentimientos de los representados”. Yo creo que somos muchos los terapeutas que, trabajando con escenografía familiar, habíamos intuido ecos de esta afirmación, pero al sobrepasar nuestros parámetros de lo posible nos decantábamos por desecharlos como si se tratara de vivencias espurias. Es como no poder ver lo que no está esbozado en el mapa mental de la realidad. Bert, fiel a su percepción y no a los mapas, puso al servicio de la ayuda su audacia y fortaleza, y supo usar su estilo caracterial tendente a lo pontificio para desvelar evidencias que la estricta racionalidad se muestra incapaz de contemplar. Con ello, abrió caminos nuevos.

Por último, supo integrar todas sus influencias, filosóficas, poéticas, religiosas, psicológicas, terapéuticas, culturales (vivió muchos años en Sudáfrica) y biográficas (le toco durante un tiempo ejercer de soldado en la segunda guerra mundial) y familiares (con sus secretos y sutilezas) en la dirección de reconocer lo tribal en cada ser humano, y la mente colectiva de la que forma parte, y dirige a veces invisiblemente su guion de vida y su lugar en las familias y en el devenir de cada cual. Me parece que el alivio y paz en los vínculos que han logrado muchas personas y familias a través de las profundas comprensiones e intuiciones de Bert es más que notable.

Valgan, pues, estas líneas para traerlo al presente con gratitud, reconocimiento y amor, deseándole que permanezca en el lugar que ya ocupaba mucho antes de dejar la tierra por la que pasó, como alguien nunca nacido y nunca fallecido.

La fidelidad, el lugar de los hijos, los fantasmas del pasado, la influencia de los vínculos primarios. El psicólogo español brinda las claves para un amor “más libre y honesto”.

Publicada en Diario Clarin: clic aquí

 

La fidelidad, el lugar de los hijos, los fantasmas del pasado, la influencia de los vínculos primarios, los problemas de comunicación… ¿cómo impacta todo esto en la pareja?, ¿qué hábitos y dinámicas permiten que una relación amorosa sea más sana? Joan Garriga, licenciado en Psicología y fundador del Instituto Gestalt de Barcelona abordó estas problemáticas en Bailando juntos. La cara oculta del amor en la pareja y en la familia (Editorial Destino). En diálogo con Clarín, mencionó algunas claves para alcanzar lo que él describe como un “buen amor, más libre y honesto”.

– ¿Cómo influyen en las relaciones de pareja los modelos de vínculo emocional aprendidos desde la infancia?

– Seguramente el vínculo más importante que un ser humano ha experimentado es con los padres; no sólo con el padre y con la madre sino con aquello que pasa entre los padres. Ésta es la matriz, el origen. Los padres, claro, tienen una larga historia dentro de su corazón, pasaron muchas cosas dentro de sus familias; así que en el escenario infantil se dan una serie de tramas, pautas y patrones que configuran lo que yo llamo el niño tiránico y profético, para distinguirlo del niño espontáneo, amoroso y alegre, que sería lo natural. Este niño es tiránico y profético porque no deja de guardarle lealtad a los patrones antiguos, a las viejas heridas que pudieron suceder y a la manera y estilo en que logró defenderse de estas heridas. Por ejemplo, volviéndose invisible, volviéndose orgulloso, volviéndose víctima. Luego también genera profecías de futuro (todo esto, lógicamente, es inconsciente): las profecías consisten en determinar que nuestros escenarios de pareja, de futuros vínculos, tendrán este aroma, estas connotaciones, estos colores que tuvieron nuestros escenarios antiguos. Por eso cuando nos confrontamos con problemáticas de pareja yo creo que es tan importante revisar el escenario infantil de vinculación, nuestro lugar en la familia, nuestro lugar respecto a los padres, cómo nos hicimos hombres, cómo nos hicimos mujeres, etcétera.

– ¿Cómo impactan en las relaciones de pareja mitos como “la media naranja”?

– Creo que estamos un poco necesitados de alimentar magias, anhelos y cosas intuitivas que quizás satisfacen un lugar oculto, aunque demasiado a menudo quizás encajarían mejor en una zona adolescente de nosotros mismos. De hecho, el mito de la media naranja o del alma gemela se lo debemos a Platón, que pone en boca de Aristófenes que a principios de los tiempos dos personas vivían en un solo cuerpo, luego fueron separadas y así que andamos peregrinando por el mundo buscando este otro o esta parte que nos falta. La idea de la media naranja tiene sus arquetipos antiguos. Yo no seré de los que digan que tenemos que estar completos para ir a la pareja, creo que también hay que experimentar que algo nos falta, que somos mamíferos y sentimos la necesidad de otro significativo. Claro que hace la diferencia ir a la pareja sostenidos en nuestros propios pies o sin estar sostenidos e imaginando que el otro será la parte faltante que nos sostendrá o esta media naranja que nos completará. Es importante para el camino hacerse más autónomo, más adulto, más maduro y pedirle a la pareja aquello que está en manos de la pareja y no aquello que como niños hubiéramos deseado de nuestros padres, por ejemplo.

– Usted propone ‘primero la pareja, luego los hijos’, ¿por qué?, ¿cuáles podrían ser las consecuencias de anteponer a los hijos?

– La idea de ‘primero la pareja y luego los hijos’ es casi como por orden de aparición en escena. Me refiero a hijos de esta pareja; cuando se trata de hijos de parejas anteriores, lógicamente los hijos estaban antes y necesitan un lugar de prioridad en algunos aspectos respecto a la pareja posterior, aunque esta pareja posterior es adulta respecto a estos hijos. Cuando se trata de hijos de la pareja, son el fruto, son la consecuencia de esta unión, este tercero que dos construyen. En el trabajo terapéutico se observa que cuando los padres están en su lugar, cuando se sienten juntos como pareja formando un equipo y se dan prioridad a su lugar de grandeza, a la jerarquía, los hijos se tranquilizan. En cambio cuando un hijo –y esto ocurre mucho actualmente- se siente el centro de la familia, siente que toda la energía y la atención convergen en él, no me parece que esto le haga muy bien; porque este hijo que se ha convertido en el centro de la familia de muchas maneras, no creo que luego la vida se lo confirme. Un hijo no necesita esto, no necesita sentirse más grande y más importante que sus padres, o más importante que el padre para la madre, o más importante que la madre para el padre. Cuando explico estas cosas mucha gente siente que los hijos son tan importantes que es un sinsentido, pero yo les digo ‘ponte en el papel de hijo e imagínate que tus padres te dicen que tú eres más importante que tu padre o que tu madre’. Para un hijo pequeño esto sería raro, un hijo necesita sentirse importante pero no el más importante y agradece que los padres estén en armonía formando un equipo, inclusive aunque se hubiesen separado.

– En “Bailando juntos” plantea que la fidelidad es una construcción social pero que, al menos de pensamiento, nadie es absolutamente fiel. ¿Por qué cree entonces que se sigue apostando a la exclusividad a la hora de las relaciones de pareja?, ¿hay cierto grado de hipocresía en ello?

– La fidelidad y la pareja, en cierto modo, obedecen a movimientos sociales, son fruto de los tiempos. La pareja que hoy en día tenemos está al servicio del yo y no tanto al servicio del nosotros como podía ser la pareja premoderna de hace cien años. Con esto quiero decir que no hay hechos absolutamente perennes, excepto el hecho de que la sexualidad nos llama y que el vínculo es necesario para la vida. Las formas que toman los vínculos amorosos son muy variables. Por ejemplo, se dice que los cazadores recolectores tenían formas de convivencia en hordas de 130 a 200 personas, que la sexualidad era multihombre y multimujer y que incluso la maternidad y la paternidad era bastante compartida. Así que mal se podría decir que la fidelidad sea una tendencia espontánea y natural. La mayoría de las personas reconoce tener deseos o fantasías hacia otras personas distintas a la pareja, y no parece que esto sea normal. Lo que pasa es que es cierto que si han hecho un pacto, generalmente respetan el pacto y no incurren en traiciones o infidelidades. Aunque cada vez más hay personas que tratan de integrar estas dos llamadas, que son la de la naturaleza y la de la cultura, y hacen un ejercicio de honestidad y transparencia, y hay gente que se arriesga a parejas más abiertas. Sea como sea, vamos bailando entre estas dos tensiones o polaridades: la naturaleza, que no es intrínsecamente fiel, y la cultura, que nos impulsa o impulsaba a unas reglas de fidelidad que obedecen a un sentido patrimonial del uno respecto al otro, no necesariamente a un amor esencial que uno siente.

P.: ¿Qué prácticas o hábitos recomendaría para atravesar la cuarentena o confinamiento en pareja y no morir en el intento?

J.G.: Quizás sea una oportunidad para aprovechar el cultivo de la tolerancia, de la paciencia, de la buena mirada hacia el otro, de propulsarnos a un lugar interior de más altitud. Por otro lado, entiendo que hay danzas de la pareja que son energéticos, que van más allá de nuestro deseo y de nuestra voluntad y que a veces toman la forma de mucha tensión y violencia. No tengo duda que ha aumentado la violencia intrafamiliar. Ojalá haya espacios donde la pareja pueda estar en el lugar de la pareja, los hijos en el lugar de los hijos. Algunas parejas y familias han tenido la oportunidad de encontrarse en el goce de estar juntos, de compartir espacios y momentos. Y la danza que ejecuta esa pareja ha rendido frutos. En otras parejas, todo lo contrario.

Recomiendo tolerancia, empatía, compasión, benevolencia y cierto desarrollo espiritual (que siempre es difícil ante las adversidades). Y a veces hay que rendirse también y reconocer que algo no hace bien. Cuando una pareja no hace bien durante mucho tiempo, generalmente no le hace bien a los dos. Incluso para los hijos no creo que sea tan certero permanecer juntos a toda costa sino que prioritario a esto estaría el hecho de que los hijos prefieran que los padres estén bien.

Entrevista a Joan Garriga**
Publicada en la Revista Sinergia del Institut Gestalt
Otoño 2012

En 1999, Bert Hellinger presentaba por primera vez en España las Constelaciones Familiares a través del Institut Gestalt. Desde entonces, el Institut ha sido pionero en introducir y divulgar esta metodologí­a, no sólo por el estado español sino también en Latinoamérica. Joan Garriga, socio fundador del Institut y director del área de Constelaciones, es uno de los mayores expertos en esta metodologí­a, basada en los movimientos del corazón.

¿Qué entendemos al hablar de los movimientos del corazón?

Lo más nuclear en la vida de las personas son los ví­nculos, los afectos y las conexiones, el amor y el desamor. Así­, hay movimientos de expansión del corazón, que nos alegran y dan felicidad, y movimientos de retracción cuando hemos estado expuestos al dolor, al propio o al de nuestros familiares o personas queridas. Ante este sufrimiento, encojemos el corazón y también nuestra identidad y estima. Las Constelaciones trabajan con estos movimientos y favorecen la expansión de los movimientos amorosos, hacia todo aquello que somos aunque aparentemente parezca rechazable, y hacia las personas de nuestra familia, a pesar de pudieran haber tenido comportamientos lesivos, superando la idea infantil de dividir el mundo entre buenos y malos y entre los que merecen ser queridos y los que no. Se trata de una herramienta ágil y rápida que permite comprender las dinámicas que envuelven nuestros problemas y encontrar soluciones.

¿Cuáles serí­an las dinámicas que más distorsionan a las familias?

La raí­z de las principales dinámicas conflictivas viene de que en la historia familiar se han producido sucesos dolorosos que no han sido integrados (eso significa amados): no se ha logrado la digestión emocional para construir fuerza sobre grietas y seguir adelante con alegrí­a. Hechos importantes pueden ser muertes infantiles o trágicas, violencia, problemáticas relacionadas con la sexualidad, infelicidad en las parejas, etc. A veces, son cosas que suceden por azar. Una vez trabajé con una mujer superviviente del atentado de Atocha, cuyo movimiento profundo era ir hacia las ví­ctimas, hacia la muerte. Además era ví­ctima de sus hijos que la pegaban, pero ésta violencia habí­a que entenderla como un intento desesperado de tratar de retener a la madre en la vida. Las Constelaciones muestran que la mayorí­a de las problemáticas son intentos amorosos desesperados e infructuosos de generar soluciones en asuntos que no han sido solucionadas.

¿Esa forma de expresar amor es lo que en Constelaciones se llamarí­a el amor ciego?

Muchos problemas no derivan de la falta de amor sino de la falta de “buen amor”, que se reconoce porque es capaz de respetar a los otros, de asumir su realidad, de permitir por ejemplo que los padres u otros seres queridos como abuelos y hermanos lleven sus propios dolores y penas y mirarlos con amor. El “mal amor o amor ciego” es aquel que dice: “Ya que tú no está bien yo tampoco, o yo me sacrifico”. Para los hijos es muy difí­cil soportar que los padres no estén bien y no implicarse en ello con sus propios problemas. En los sistemas hay secretos, cosas no integradas o personas excluidas y todo es un campo de información que llega a todos, a los hijos, a los nietos, etc. de manera inconsciente. Entonces, existe un amor que los lleva a implicarse de manera invisible e inconsciente con los excluidos o con las cosas no integradas, desde un amor ciego que no es capaz de aceptar la realidad.

Ponga un ejemplo…

Una dinámica que hace sufrir mucho a las familias es cuando por desgracia la pareja de padres no se respetan plenamente y el hijo tiene que estar en medio de los padres, o bien escoger a uno o al otro. De hecho, el principal mal es la arrogancia, el creerse mejor que el otro, lo cual genera desprecio y falta de reconocimiento. Cuando los padres no pueden apreciarse uno a otro, eso genera muchos conflictos porque el hijo les quiere a los dos y busca formas de lealtad hacia ambos. A veces el hijo desprecia a uno, pero al final puede acabar convirtiéndose (extrañas alquimias del amor) en el despreciado. Por ejemplo, puede menospreciar al padre porque es alcohólico o mujeriego y, más adelante, él se hace alcohólico o un tanto irresponsable. Por otro lado la dinámica de fondo más importante en los problemas es no elegir plenamente la vida; en las familias hay personas que experimentan una sujeción débil a la vida o no quieren vivir o desean seguir a otros que murieron antes, como en una reciente constelación en la que la madre seguí­a al hijo que habí­a abortado con seis meses por una malformación. Esta mujer en el plano de lo profundo y por amor ciego se sentí­a culpable y no deseaba vivir desatendiendo a sus otros hijos vivos. En Constelaciones la presencia de los muertos puede ser fuente de apoyo cuando el amor es claro o de implicaciones graves cuando es ciego.

¿Cómo se reorientan este tipo de revelaciones, de comprensiones, durante una Constelación?

Lo que más ayuda a las familias es que haya un orden, ordenar el amor, la buena geometrí­a de las relaciones humanas. Se logra muchas veces interiorizar una posición o un movimiento emocional liberador frente a los padres por ejemplo o ante los hermanos, etc. También se pueden percibir las energí­as y movimientos profundos y cambiarlos, por ejemplo se puede sentir que uno sigue al hermano a su destino en lugar de respetarlo o al hijo como la mujer que he mencionado. Son movimientos y comprensiones de solución en el sentido de que uno se siente atrapado en una prisión donde no tení­a claridad y de repente se sitúa en otro lugar fí­sico, emocional, cognitivo y espiritual, porque las constelaciones también tienen un componente de rendición ante lo que la vida ha querido. Muchas veces la solución no es otra que el asentimiento a la voluntad de la vida tal como ha decidió ser y actuar y el proceso emocional que conlleva. A menudo uno se siente peleado con la vida, pero la lucha con ella es un mal negocio porque la vida siempre acaba ganando. Con respecto al futuro si tenemos de posibilidad de crearlo pero funciona mejor cuando estamos libres de las ataduras de un pasado sobre el que podemos cambiar nuestra actitud en la dirección de más vida y más dicha.

La llave de nuestra historia tiene tres dientes porque tres son los vértices a los que hay que poner atención para lograr una vida con sentido, y tres son los pecados que debemos eludir. Los tres dientes simbolizan los grandes aliados que a modo de recursos necesarios nos deben acompañar en el camino de la vida. Cada vez que crucemos puertas relevantes los tenemos que invocar y aunar a nuestro favor. Estos tres grandes aliados, a modo de virtudes, son la verdad, la valentía y la conciencia con sus concomitantes perversiones o pecados, que a modo de polaridades los acechan y los completan: la falsedad, la cobardía y la inconsciencia.

JOAN GARRIGA
[Fragmento de la presentación del libro La llave de la buena vida. 10 de abril del 2014 en FNAC Triangle – Barcelona]

 

La figura del terapeuta como sacerdote, prostituta, cientí­fico y gurú

Bajo estas cuatro metáforas del terapeuta se reflexiona sobre diversos aspectos del rol profesional y las expectativas que animan la demanda del cliente.

Voy a especular sobre cuatro representaciones mentales que posiblemente puede hacerse el cliente: el psicoterapeuta como sacerdote, como prostituta, como cientí­fico y como gurú, y voy a sostener que cada representación se ampara en una expectativa o falacia propia, que anima el fondo de la demanda. El psicoterapeuta como sacerdote estarí­a basado en una expectativa o falacia de ser consolado. El sacerdote como prostituta en una expectativa o falacia de ser amado. El psicoterapeuta como cientí­fico en una expectativa o falacia de ser entendido. El psicoterapeuta como gurú en una expectativa o falacia de ser guiado.

A efectos de ubicación en algún referente teórico, me gustarí­a mencionar los estudios de Jerome D. Frank (1.982). Para Frank, los elementos terapéuticos compartidos por todas las psicoterapias son básicamente tres. Primero, el reconocimiento social de la figura del terapeuta, sus credenciales, prestigio y ubicación profesional, que facilite al cliente “una relación emocional, de confianza con una persona que ayuda”. En segundo lugar, la existencia de un mito, compartido por cliente y terapeuta. El mito refiere cualquier teorí­a o marco de referencia compartido. Y el tercero es la utilización de un rito. El rito refiere las técnicas concretas utilizadas, independientemente de que sean unas u otras.

En mi opinión, estas ideas estarí­an en lí­nea con la noción de la realidad plural u opciones de realidad, en el sentido de que cada persona construye su propio mapa o interpretación de la realidad, y despliega las condiciones implí­citas en él, y para el caso concreto de vivencias de malestar fí­sico y psicológico, la persona pondrá en marcha los recursos de sanación coherentes con su representación del mundo, utilizando los canales que se adecuen a él, y buscando la figura que se haga receptora del merecimiento sanador, ya sea el amigo, el psiquiatra, el sacerdote, la prostituta, el médico, etc.

Lo que nos interesa aquí­ es el reconocimiento social de la figura del terapeuta, y como éste se articula en la representación mental del cliente. En sociedades avanzadas se van desfigurando progresivamente los mecanismos y figuras arcaicas de contención y sanación, ya sea el jefe tribal o familiar, el brujo, el curandero, el sacerdote, el chamán, etc. y va tomando relieve la figura del psicólogo o terapeuta que va siendo progresivamente reconocido como catalizador o receptor social de las mismas y viejas demandas. El psicoterapeuta será el que puede amar, el que puede consolar, el que puede comprender, el que puede guiar. Digamos que habrí­a una demanda básica, camuflada entre otras posibilidades, destinadas a una sola figura: el psicoterapeuta.

EL TERAPEUTA COMO SACERDOTE
Históricamente, el sacerdote, al menos en la religión católica, ha cumplido entre otras una función confesional, de hacerse receptor de culpas u malestares, creando un espacio para la catarsis, y gozando del poder de reconfortar, perdonar, y consolar. Podrí­amos decir que cubrí­a una función de regulación emocional, ofreciendo consuelo a los dolores evocados por los propios demonios interiores y a las conductas sentidas como disonantes en relación de los mandamientos y reglas, a la par que tratamientos expiatorios y reconductores, en un intento de promover nuevamente el estado de gracia para el alma perdida y extraviada. Si bien el sacerdote ha ido perdiendo progresivamente su enclave social, su lugar preeminente, al abandonar gran parte del público su inserción en esta teorí­a-ficción religiosa compartida, no es menos cierto que pervive en el ser humano un anhelo de referentes externos de regulación emocional, y un afán de consuelo, expiación y reencuentro con su verdadera esencia, que podrí­a ser equiparable al estado de gracia y que habitualmente se experimenta cono un estar en paz con uno mismo y en armoní­a con el resto de seres humanos.

El terapeuta como sacerdote es el terapeuta que atiende lo emocional, que empatiza en este nivel, que acompaña en un proceso de limpieza (función toilette de los emergentes intestinales), que reconforta y consuela (a menudo calladamente, desde la simple aceptación), y que reconduce, acompaña y co-transita hacia el espinoso y “grato” camino del ser.

EL TERAPEUTA COMO PROSTITUTA
Me gustarí­a rescatar la figura de la prostituta como metáfora y también como realidad, que involucra una mayor complejidad de motivaciones, sentimientos y pasiones, en la persona usuaria, que el grado habitualmente vano y peyorativo con que suele ser tratada, quizá, precisamente por esto. La prostituta como figura aglutina una doble función, aparentemente paradójica. En primer lugar se la hace receptora de una ficción de amor, y en segundo lugar se vehicula esta ficción de amor por la ví­a del encuentro primordialmente sexual. ¿Podrí­a ser de otro modo?. Lo que voy a sostener es que la prostituta, como persona y evento real o fantaseado, es la metáfora explicativa por excelencia de las transferencias más profundas.

En mi opinión, uno de los anhelos más profundamente sentidos por los seres humanos es el anhelo de ser intensamente amados, y la principal representación que nos hacemos de ese intenso amar es la unión sexual, donde se desvanecen las diferencias entre yo y tú, donde yo soy tú y tú eres yo, y ambos somos una vibración del universo. Es el paraí­so perdido y permanentemente anhelado.

En el escenario materno-filial, el niño va sufriendo progresivamente la pérdida del paraí­so, aprendiendo a diferenciarse y a lograr un Yo progresivamente separado y autónomo. Pero este proceso suele implicar dolores, rechazos, rabias, frustraciones, y una multiplicidad de pasiones y asuntos inconclusos, que entrarán a formar parte del Yo y configurarán el carácter, a la par que van a convivir con el anhelo siempre latente de ser intensamente amado, de reencontrar el paraí­so perdido. La ficción de amor continuará gatilleando en la oscuridad del inconsciente sus fuegos errados.

La prostituta real o fantaseada ocupa un lugar de privilegio como canalizadora y depositadora del anhelo y a la vez de la falacia del ser amado, donde se articula y activa toda la transferencia parental en el peor de sus modos, como pasos a la acción (actings) de las vergí¼enzas, las venganzas, las sumisiones, los terrores, etc. Fáciles caminos para conseguir una excitación fugaz, y atisbar, muy, muy de lejos, el profundo deseo de amor. Los fuegos gatilleados desde la oscuridad del inconsciente seguirán errados, y la falacia del amor seguirá renovándose como falacia una y otra vez.

El terapeuta como prostituta se hace depositario de esta demanda o anhelo de amor. Involucra también su cuerpo en este interjuego reparental, donde en el lenguaje de la psicoterapia Gestalt los tonos “simpáticos” (aceptación y refuerzo de los aspectos más sanos y auténticos de la persona) se combinan con los “frustrantes” (puesta en cuestión y desafí­o de los más neuróticos y manipulativos), recreando constantemente ese ví­nculo transferencial, jugándolo, pero ahora ya, sujeto a la mirada consciente del cliente, a la posibilidad de análisis, y a la posibilidad de ser trascendido. Porque reencontrar el paraí­so perdido es un camino de vuelta. Hacer brotar el universo en uno presupone haber trabajado con la herida de la expulsión, haberla asumido, haberse reconciliado y haber entendido profundamente el yo so yo y el tú eres tú. El terapeuta como prostituta enfatiza su función de cuidado del cuerpo, de las tensiones, de las enfermedades del alimento, de los aspectos más primarios y viscerales, etc. Y de protección ante los entornos demasiado indigestos y destructivos. (Función nutricia para los emergentes orales).

EL TERAPEUTA COMO CIENTíFICO
Vivimos en la era dorada de la ciencia. El mero calificativo de cientí­fico causa un pasmo reverente y cautiva la mente del hombre progresivamente racional. Todo es, o ha de ser, explicable, y, por tanto, sujeto a control. El hombre se enseñorea, con su potente encéfalo, ante los misterios de la naturaleza, no obstante los peligros ecológicos constituyen lo obvio de la vida cotidiana. El hombre cabalga, orgulloso y vencedor, a lomos de su dragón interior que aparenta esclavitud, no obstante nos catapulta al abismo creciente de la ansiedad. La ciencia constituye, en fin, la última y más dorada ficción del ser humano moderno. Es la ficción de la inteligencia, del conocimiento, la que crea la suposición de que conocer y entender tiene un efecto liberador. Y se agolpan las gentes con su sincera pregunta: ¿podrí­a decirme qué es lo que me pasa?, ¿por qué me ocurre esto?, poniendo al desnudo su hambre de conocimiento.

Cuando el hombre moderno no consigue explicarse las razones de sus vivencia de malestar psicológico, acude al especialista, y pregunta porqués, y espera la rápida remisión de sus sí­ntomas por mor de la magia de las más recientes tecnologí­as al uso. Vivimos bajo el imperio del paradigma tecnológico-cientí­fico que todo lo inunda. Y es justamente ahí­ donde se hace más notoria la artificial división entre mente y cuerpo, entre mente y espí­ritu, y se dibuja la angosta figura de hombre escindido y alienado.

El terapeuta como cientí­fico se hace depositario de demandas de entendimiento, de que active sus recursos de explicabilidad de los fenómenos psicológicos, organí­smicos y relacionales, de que los encuadre en referentes teóricos reconocidos, de que los incluya en espacios cientí­ficamente luminosos que los hagan menos opacos y amenazantes. El terapeuta como cientí­fico activa una función de contención por ví­a de la racionalidad. (Función contención para emergentes disgregadores).

EL TERAPEUTA COMO GURíš
Seguramente la palabra gurú trae a la cabeza una gran variedad de acepciones y representaciones, como santón, iluminado, trascendido, maestro, etc. No obstante, en mi propia representación, la palabra gurú me conecta principalmente con la noción de guiaje, de conducción, y refiere principalmente el ámbito de la espiritualidad. Básicamente serí­a una función de guiaje por una ví­a de iniciación y acceso espiritual.

Y creo que aquí­ nos metemos en un territorio sumamente complejo acerca de cómo encarar la vertiente espiritual, en el que fácilmente podemos mezclar desde los aspectos más sacrales de las religiones hasta los más formales y burocráticos, desde la doctrina de la transmigración de las almas y las morales de perfeccionamiento hasta los cultos más hedónicos, desde las sendas más ascéticas a las más mundanas, pero sea como sea la demanda de acceso espiritual, puede venir en mi opinión activada por un denominador común: la evidencia del precipicio existencial donde el ser colinda con el no ser, y la muerte anda agazapada como suceso constantemente presente y también como meta final, resultando vanos todos nuestros intentos de reconocer su forma y abarcarla, y también por otro lado la evidencia de nuestra completa soledad en este mundo.

El terapeuta como gurú acoge y canaliza la ansiedad que estalla, cuando se hace presente al cliente, las preguntas sobre su esencia más allá de la demarcación del Yo, sobre su sentido en la vida y su forma de encarar y cohabitar la muerte, acudiendo a sus propias ansiedades y vivencias al respecto, y preparándose para compartir desde el silencio, cuando la marea de preguntas todaví­a no encuentra respuesta, o desde la hermandad cuando se comparte un renacimiento energético o un florecimiento espiritual.

Después de todo lo expuesto, me gustarí­a puntualizar a modo de conclusión los siguientes aspectos: · El suceso psicoterapéutico se inicia mucho antes de la primera entrevista, a partir de las suposiciones previas del usuario acerca de la figura del terapeuta, y también a partir de las suposiciones previas del terapeuta acerca de su rol profesional.

· La demanda de asistencia psicológica conlleva en su propia estructura y de forma camuflada o no explí­cita una demanda básica de consuelo, de amor, de entendimiento, o de guí­a, que se articula a raí­z de la presentación mental que se hace el usuario de la figura del terapeuta, y que viene determinado por contextos históricos, culturales, ideológicos y sociales.

· El sacerdocio, la prostitución, el rol de cientí­fico y el de gurú son metáforas explicativas que arrojan comprensión acerca de cómo se constituye el escenario terapéutico.

· Las partes nos remiten a la totalidad, y abogo por la terapia integral o integrada y por el terapeuta holí­stico, que tenga la suficiente flexibilidad para alternar en sus funciones de sacerdote, prostituta, cientí­fico y gurú, y que pueda enfocar el plano emocional, corporal, mental y espiritual de la persona desde la comprensión de que cualquier parte es como un holograma en el que se refleja o incluye la totalidad.

· Respecto a las demandas planteadas, el terapeuta transita por el difí­cil equilibrio de asumirlas y al mismo tiempo desafiarlas, como falacias que progresivamente se han de ir desvaneciendo. Tomando como referencia el modelo de trabajo con polaridades de la psicoterapia Gestalt, y en concreto la polaridad alienación-integración, el proceso terapéutico tenderá a transmutar las cualidades de consuelo, amor, entendimiento y guí­a, desde fuera en la figura del terapeuta (alienación) hacia dentro en la persona del cliente (integración), facilitando que éste vaya reinstaurando el contacto con sus propios aspectos reparativos, amorosos y estimables, de comprensión de la realidad, y de autoguiaje frente a lo enigmático y abismal.

Porque el objetivo siempre es el mismo: la plena posesión personal.

 

Autor: Joan Garriga Bacardí­.
Institut Gestalt de Barcelona.