Entrevista a Joan Garriga por María Eugenia Sidoti para Revista Sophia (Argentina): clic aquí
Entrevista a Joan Garriga por Sabrina Diaz Virzi para Diario Clarín (Argentina): clic aquí
“Todo sufrimiento empieza con alguien que le dice a la realidad que está equivocada”, explica el psicólogo y gestaltista Joan Garriga, uno de los máximos referentes en constelaciones familiares en español.
En su reciente paso por Buenos Aires para presentar sus últimos libros, conversó con Clarín sobre los beneficios -y prejuicios- asociados a las constelaciones familiares. Además, aporta las cuatro cualidades imprescindibles que debe cumplir un buen constelador familiar.
El autor se caracteriza por hacer convivir teoría psicológica, filosofía y espiritualidad. Se mete en explicaciones trascendentales de la vida y las lleva a niveles prácticos, con ejemplos reales.
Bert Helllinger murió el 19 de septiembre. Ahí van unas palabras a modo de homenaje y recordatorio. Este 2019 se cumplen 20 años de su venida a Barcelona, en la que brindó el primero de sus talleres sobre Constelaciones Familiares. En lo personal, me sentí muy tocado por su actitud y su trabajo; tanto, que me movió a dedicarle una buena parte de mi tiempo profesional. Cuando supe de su muerte, lo más inmediato que brotó en mí fueron estas líneas que decidí compartir:
“No es decible en palabras la inmensa fortuna de haber tenido a Bert Hellinger como maestro. El Alma podría expresarlo, sólo que su esencia es silencio que abraza todas las melodías y luz natural que alumbra todas las formas y colores. Este silencio y esta luz vivían en el centro de tu pecho, querido Bert, y eso transmitías tocando el corazón de tantos. Ojalá hayamos sabido transmutar en sustancia viva y creativa lo que nos legaste, y ojalá tu inspiración en nosotros siga tocando corazones, trayendo paz, amor y reconciliación, e integrando y uniendo lo que es guerra y separación en las personas, en las familias y en el mundo. Este sería el más bonito homenaje a tu ser y a la vida cumplida, que acabas de dejar. Para mí, quedas en forma de presencia, de asentimiento y de amor expansivo. Gracias para siempre, por tanto. Nos encontraremos, pues ¿no será tu muerte tu último y definitivo nacimiento?”
Si presto atención a lo que las aportaciones de Bert Hellinger significan para el mundo de la ayuda a través de la técnica de las Constelaciones, que ha tenido una expansión enorme en todo el mundo —a pesar de algunas derivas vulgares, pseudomágicas e inquietantes—, me gustaría señalar tres aspectos del propio Hellinger que lo han hecho posible, a mi modo de entender.
Creo que Bert Hellinger hizo un viaje de lo religioso a lo espiritual, o bien, que a través de lo religioso encontró la mística y el centro del ser o morada interior, de manera tal que lo que transmitía iba mucho más allá de una técnica para convertirse en un estado contagioso, irresistible para muchos, de expansión de conciencia y de corazón, cuyo canto natural es el amor a lo que es.
Luego, al igual que se recuerda a Gandhi como apóstol de la no-violencia, seguramente se recordará a Bert como el apóstol de la inclusión, epicentro de su mensaje. Y ello siempre me pareció profundamente gestáltico, pues ¿no es acaso la terapia Gestalt una gramática copulativa y no disyuntiva, que une e integra, en lugar de dividir y alienar? Y, ¿no encontramos nuestra completud cuando todo lo que somos, momento a momento, puede ser incluido en el amoroso foco de nuestra atención, que desconoce el rechazo al igual que el apego?
Alguien tan intrínsecamente libre logró una audacia superlativa: Bert fue capaz de superar el temor a cualquier crítica, lo que le llevo a afirmar, entre otras cosas espinosas, que “los representantes en una constelación sienten los sentimientos de los representados”. Yo creo que somos muchos los terapeutas que, trabajando con escenografía familiar, habíamos intuido ecos de esta afirmación, pero al sobrepasar nuestros parámetros de lo posible nos decantábamos por desecharlos como si se tratara de vivencias espurias. Es como no poder ver lo que no está esbozado en el mapa mental de la realidad. Bert, fiel a su percepción y no a los mapas, puso al servicio de la ayuda su audacia y fortaleza, y supo usar su estilo caracterial tendente a lo pontificio para desvelar evidencias que la estricta racionalidad se muestra incapaz de contemplar. Con ello, abrió caminos nuevos.
Por último, supo integrar todas sus influencias, filosóficas, poéticas, religiosas, psicológicas, terapéuticas, culturales (vivió muchos años en Sudáfrica) y biográficas (le toco durante un tiempo ejercer de soldado en la segunda guerra mundial) y familiares (con sus secretos y sutilezas) en la dirección de reconocer lo tribal en cada ser humano, y la mente colectiva de la que forma parte, y dirige a veces invisiblemente su guion de vida y su lugar en las familias y en el devenir de cada cual. Me parece que el alivio y paz en los vínculos que han logrado muchas personas y familias a través de las profundas comprensiones e intuiciones de Bert es más que notable.
Valgan, pues, estas líneas para traerlo al presente con gratitud, reconocimiento y amor, deseándole que permanezca en el lugar que ya ocupaba mucho antes de dejar la tierra por la que pasó, como alguien nunca nacido y nunca fallecido.
La fidelidad, el lugar de los hijos, los fantasmas del pasado, la influencia de los vínculos primarios. El psicólogo español brinda las claves para un amor “más libre y honesto”.
Publicada en Diario Clarin: clic aquí
La fidelidad, el lugar de los hijos, los fantasmas del pasado, la influencia de los vínculos primarios, los problemas de comunicación… ¿cómo impacta todo esto en la pareja?, ¿qué hábitos y dinámicas permiten que una relación amorosa sea más sana? Joan Garriga, licenciado en Psicología y fundador del Instituto Gestalt de Barcelona abordó estas problemáticas en Bailando juntos. La cara oculta del amor en la pareja y en la familia (Editorial Destino). En diálogo con Clarín, mencionó algunas claves para alcanzar lo que él describe como un “buen amor, más libre y honesto”.
– ¿Cómo influyen en las relaciones de pareja los modelos de vínculo emocional aprendidos desde la infancia?
– Seguramente el vínculo más importante que un ser humano ha experimentado es con los padres; no sólo con el padre y con la madre sino con aquello que pasa entre los padres. Ésta es la matriz, el origen. Los padres, claro, tienen una larga historia dentro de su corazón, pasaron muchas cosas dentro de sus familias; así que en el escenario infantil se dan una serie de tramas, pautas y patrones que configuran lo que yo llamo el niño tiránico y profético, para distinguirlo del niño espontáneo, amoroso y alegre, que sería lo natural. Este niño es tiránico y profético porque no deja de guardarle lealtad a los patrones antiguos, a las viejas heridas que pudieron suceder y a la manera y estilo en que logró defenderse de estas heridas. Por ejemplo, volviéndose invisible, volviéndose orgulloso, volviéndose víctima. Luego también genera profecías de futuro (todo esto, lógicamente, es inconsciente): las profecías consisten en determinar que nuestros escenarios de pareja, de futuros vínculos, tendrán este aroma, estas connotaciones, estos colores que tuvieron nuestros escenarios antiguos. Por eso cuando nos confrontamos con problemáticas de pareja yo creo que es tan importante revisar el escenario infantil de vinculación, nuestro lugar en la familia, nuestro lugar respecto a los padres, cómo nos hicimos hombres, cómo nos hicimos mujeres, etcétera.
– ¿Cómo impactan en las relaciones de pareja mitos como “la media naranja”?
– Creo que estamos un poco necesitados de alimentar magias, anhelos y cosas intuitivas que quizás satisfacen un lugar oculto, aunque demasiado a menudo quizás encajarían mejor en una zona adolescente de nosotros mismos. De hecho, el mito de la media naranja o del alma gemela se lo debemos a Platón, que pone en boca de Aristófenes que a principios de los tiempos dos personas vivían en un solo cuerpo, luego fueron separadas y así que andamos peregrinando por el mundo buscando este otro o esta parte que nos falta. La idea de la media naranja tiene sus arquetipos antiguos. Yo no seré de los que digan que tenemos que estar completos para ir a la pareja, creo que también hay que experimentar que algo nos falta, que somos mamíferos y sentimos la necesidad de otro significativo. Claro que hace la diferencia ir a la pareja sostenidos en nuestros propios pies o sin estar sostenidos e imaginando que el otro será la parte faltante que nos sostendrá o esta media naranja que nos completará. Es importante para el camino hacerse más autónomo, más adulto, más maduro y pedirle a la pareja aquello que está en manos de la pareja y no aquello que como niños hubiéramos deseado de nuestros padres, por ejemplo.
– Usted propone ‘primero la pareja, luego los hijos’, ¿por qué?, ¿cuáles podrían ser las consecuencias de anteponer a los hijos?
– La idea de ‘primero la pareja y luego los hijos’ es casi como por orden de aparición en escena. Me refiero a hijos de esta pareja; cuando se trata de hijos de parejas anteriores, lógicamente los hijos estaban antes y necesitan un lugar de prioridad en algunos aspectos respecto a la pareja posterior, aunque esta pareja posterior es adulta respecto a estos hijos. Cuando se trata de hijos de la pareja, son el fruto, son la consecuencia de esta unión, este tercero que dos construyen. En el trabajo terapéutico se observa que cuando los padres están en su lugar, cuando se sienten juntos como pareja formando un equipo y se dan prioridad a su lugar de grandeza, a la jerarquía, los hijos se tranquilizan. En cambio cuando un hijo –y esto ocurre mucho actualmente- se siente el centro de la familia, siente que toda la energía y la atención convergen en él, no me parece que esto le haga muy bien; porque este hijo que se ha convertido en el centro de la familia de muchas maneras, no creo que luego la vida se lo confirme. Un hijo no necesita esto, no necesita sentirse más grande y más importante que sus padres, o más importante que el padre para la madre, o más importante que la madre para el padre. Cuando explico estas cosas mucha gente siente que los hijos son tan importantes que es un sinsentido, pero yo les digo ‘ponte en el papel de hijo e imagínate que tus padres te dicen que tú eres más importante que tu padre o que tu madre’. Para un hijo pequeño esto sería raro, un hijo necesita sentirse importante pero no el más importante y agradece que los padres estén en armonía formando un equipo, inclusive aunque se hubiesen separado.
– En “Bailando juntos” plantea que la fidelidad es una construcción social pero que, al menos de pensamiento, nadie es absolutamente fiel. ¿Por qué cree entonces que se sigue apostando a la exclusividad a la hora de las relaciones de pareja?, ¿hay cierto grado de hipocresía en ello?
– La fidelidad y la pareja, en cierto modo, obedecen a movimientos sociales, son fruto de los tiempos. La pareja que hoy en día tenemos está al servicio del yo y no tanto al servicio del nosotros como podía ser la pareja premoderna de hace cien años. Con esto quiero decir que no hay hechos absolutamente perennes, excepto el hecho de que la sexualidad nos llama y que el vínculo es necesario para la vida. Las formas que toman los vínculos amorosos son muy variables. Por ejemplo, se dice que los cazadores recolectores tenían formas de convivencia en hordas de 130 a 200 personas, que la sexualidad era multihombre y multimujer y que incluso la maternidad y la paternidad era bastante compartida. Así que mal se podría decir que la fidelidad sea una tendencia espontánea y natural. La mayoría de las personas reconoce tener deseos o fantasías hacia otras personas distintas a la pareja, y no parece que esto sea normal. Lo que pasa es que es cierto que si han hecho un pacto, generalmente respetan el pacto y no incurren en traiciones o infidelidades. Aunque cada vez más hay personas que tratan de integrar estas dos llamadas, que son la de la naturaleza y la de la cultura, y hacen un ejercicio de honestidad y transparencia, y hay gente que se arriesga a parejas más abiertas. Sea como sea, vamos bailando entre estas dos tensiones o polaridades: la naturaleza, que no es intrínsecamente fiel, y la cultura, que nos impulsa o impulsaba a unas reglas de fidelidad que obedecen a un sentido patrimonial del uno respecto al otro, no necesariamente a un amor esencial que uno siente.
P.: ¿Qué prácticas o hábitos recomendaría para atravesar la cuarentena o confinamiento en pareja y no morir en el intento?
J.G.: Quizás sea una oportunidad para aprovechar el cultivo de la tolerancia, de la paciencia, de la buena mirada hacia el otro, de propulsarnos a un lugar interior de más altitud. Por otro lado, entiendo que hay danzas de la pareja que son energéticos, que van más allá de nuestro deseo y de nuestra voluntad y que a veces toman la forma de mucha tensión y violencia. No tengo duda que ha aumentado la violencia intrafamiliar. Ojalá haya espacios donde la pareja pueda estar en el lugar de la pareja, los hijos en el lugar de los hijos. Algunas parejas y familias han tenido la oportunidad de encontrarse en el goce de estar juntos, de compartir espacios y momentos. Y la danza que ejecuta esa pareja ha rendido frutos. En otras parejas, todo lo contrario.
Recomiendo tolerancia, empatía, compasión, benevolencia y cierto desarrollo espiritual (que siempre es difícil ante las adversidades). Y a veces hay que rendirse también y reconocer que algo no hace bien. Cuando una pareja no hace bien durante mucho tiempo, generalmente no le hace bien a los dos. Incluso para los hijos no creo que sea tan certero permanecer juntos a toda costa sino que prioritario a esto estaría el hecho de que los hijos prefieran que los padres estén bien.
Entrevista a Joan Garriga por Sabrina Diaz Virzi para Diario Clarín (Argentina): clic aquí
“No se puede tomar una constelación como si fueran los Reyes Magos que te van a traer el último juguete que a tu ego le apetece”, lanza el psicólogo y gestaltista Joan Garriga, uno de los máximos referentes en constelaciones familiares en español. En su último libro, Constelar la vida (Destino), logra plasmar su gran formación teórica, práctica y espiritual, y hace convivir sin esfuerzo conceptos filosóficos complejos y explicaciones trascendentales de la vida con cuestiones mundanas. En su paso por Buenos Aires, conversó con Clarín.
Licenciado en psicología, en 1986 creó el Instituto Gestalt de Barcelona, donde desarrolla su actividad como terapeuta y formador en constelaciones familiares, coaching sistémico, terapia Gestalt y PNL. Allí invitó en 1999 a Bert Hellinger -teólogo y creador de las constelaciones familiares- a presentar su trabajo sistémico sobre constelaciones familiares. Con el tiempo, él mismo se convirtió en uno de sus principales exponentes.
En los últimos años, ha publicado El buen amor en la pareja (Destino, 2013), La llave de la buena vida (Destino, 2014), Bailando juntos (Destino, 2020) y Decir sí a la vida (Destino, 2021). Y si bien cuenta que le han pedido un “manual” de constelaciones, asegura que no es su estilo: “No es una manera canónica, sino que es una manera más mítica, poética, evocadora, que hace pensar más que dar la información triturada y digerida”.
Eso es lo que hace en este nuevo libro, donde se pregunta por las raíces, las relaciones y el amor, y cómo nos convierten en “lo que realmente somos”. Constelar la vida es una muestra de su atenta, respetuosa -y cautelosa- forma de entender las constelaciones familiares, como una herramienta de autoconocimiento que nos insta a comprender el pasado, crear mejor el presente y auspiciar un buen futuro.
─ Dedicaste el libro a Bert Hellinger, y él está presente a lo largo de todo el libro. Decís que él te cambió la vida, ¿cómo y por qué?
─ Sí, efectivamente, le dedico el libro a Bert Hellinger y lo traigo a colación en el libro de muchas maneras. Y creo que su gran enseñanza ha sido la inclusión, la gramática copulativa del padre y la madre, esto sí y lo otro también; que es distinto de una gramática disyuntiva, que excluye una parte.
Fue importante en mi vida -sobre todo en el sentido profesional- porque, aunque yo llevaba muchos años trabajando como terapeuta, notaba en mi interior el deseo de algo más, alguna comprensión o herramienta nueva. Distintas técnicas me sirvieron un tiempo, pero luego necesité algo más; y las constelaciones me siguen atrayendo y las sigo haciendo con mucho gusto.
A nivel personal, también me han sido muy buenas para reestructurar algunos vectores afectivos respecto al padre, a la madre y para reestructurar algunas compresiones en el ámbito de la pareja también.
─ En Constelar la vida te preguntás por qué son tan importantes los vínculos y las raíces, y explicas que explorar nuestras raíces se convierte en un asunto fundamental en el viaje de la vida. Y reflexionas: ¿de qué manera nos ayudan a convertirnos en lo que realmente somos? También te podría preguntar ¿qué somos? Pero puede ser una respuesta muy larga o muy difícil…
─ En un sentido funcional, somos un relato, una historia, una red de vínculos, una conexión con las raíces y con los vínculos que creamos en nuestra vida. Somos, también, una biografía, una construcción de vida, un forjarse un camino de manera tal que, con suerte, cuando nos vamos de este mundo podamos decir “qué bonito ha sido vivir, y con qué paz y tranquilidad me voy de este mundo, cuántos amores y semillas he dejado sembradas”.
En un sentido más espiritual, no somos un relato ni una biografía: somos esencia, fuego divino. Y a mí me parece que también esto ayuda a interseccionar lo humano y lo divino, la esencia con la persona que nos toca encarnar.
En el trabajo terapéutico y de constelaciones, creo que es especialmente importante un amparo, no sólo en nuestras raíces humanas, sino en nuestra resonancia con lo que es, aunque no tenga forma este ser. Porque ante el precipicio de la existencia, los grandes dramas, las grandes tragedias que a veces suceden en una vida o en las familias, yo creo que se necesita un cierto amparo o reconocimiento de este lugar trascendente o espiritual. Porque si no, a veces el paisaje es excesivamente desolador.
─ En un capítulo hablás sobre la muerte, la importancia de valorar el presente e integrar también la muerte en la vida.
─ La vida son unos cuantos diálogos, pero uno muy importante es el diálogo entre vida y muerte, entre energía de vida y energía de muerte, entre los vivos y los muertos. Todas las personas albergamos en nuestro corazón el nexo con muertos (los abuelos o padres, hermanos, hijos, parejas, exparejas). Así que una pregunta muy relevante que el trabajo de constelaciones aborda muy directamente es nuestro nexo con los muertos.
Es muy importante que los muertos estén en un buen lugar para que los sintamos como fuerzas benéficas, auspiciosas para nuestra vida y para evitar dinámicas que vemos en el trabajo, como “yo te sigo a la muerte, querida mamá” o movimientos de querer morir o de no sujetarnos bien a la vida porque estamos pegados a personas que ya fallecieron por un instinto mamífero de pertenencia y de contacto. Así que hay que dejar a los muertos en la muerte y a los vivos en la vida, y el puente entre vivos y muertos es el amor.
La mayoría de personas con suerte somos bendecidas por la sonrisa de los que nos precedieron y ya se fueron y se alegran de que nos vaya bien. Y aunque esto suene poesía, los que ya murieron siguen presentes en nosotros, en forma de potencias, de aprendizajes, de todo lo que transmitieron. Así que una actitud agradecida con los que ya estuvieron, nos permite honrarlos y que nuestro camino hacia la vida sea más ligero.
─ En relación con la influencia de los ancestros en nuestra vida, ¿en qué medida estamos condicionados por nuestro árbol familiar? ¿Qué papel cumple la epigenética y los factores ambientales? ¿Y cómo es ese vínculo entre el pasado y nuestro presente?
─ Estamos condicionados de una manera tan simple y evidente como que no podemos elegir el cuerpo que tenemos. Esto es una obviedad. Y luego, cuando miramos muchas de las cosas que hacemos en la vida, nos damos cuenta también de que están envueltas en ropajes que guardan relación con cosas anteriores de nuestro sistema familiar.
Creo que, a través de la integración, hay que lograr desconectarse de las cargas; todo sistema familiar transmite infinidad de potencias, y esto forma parte de nuestro equipaje genético y epigenético: todo lo que aprendieron nuestros anteriores está con nosotros, y hay algunos aprendizajes que a ellos les sirvieron.
Por ejemplo, imagínate una situación de alto estrés en la familia por una situación de guerra o violencia, y la familia reacciona con paranoia y temor. Luego uno puede heredar también esta vivencia de paranoia y temor y teñir aspectos de su vida con esta desconfianza, hasta que comprende que, en realidad, esto fue un aprendizaje útil para los abuelos, padres o bisabuelos, pero ya no es útil para la vida actual. Por lo cual, sí conviene desprenderse de aprendizajes que fueron útiles en su momento, pero que hoy en día son cargas y limitaciones.
Me parece válida esta expresión que dice que “sin raíces no hay alas”, o lo que el mismo Nietzsche decía, que el árbol que puede elevarse muy alto hacia el cielo es porque hunde sus raíces fuertemente hacia la tierra.
Alejandro Jodorowsky titula uno de sus libros Donde mejor canta un pájaro… es en su árbol genealógico. Hay que evitar que desafine en algunos aspectos, porque también heredamos traumas -que en su momento fueron aprendizajes de vida en situaciones difíciles-. Luego constantemente estamos aprendiendo, y también actúa lo epigenético, ya que la vida nos ofrece mil oportunidades para seguir haciendo acopio de talentos, recursos y aprendizajes que luego le daremos a nuestros hijos y posteriores. Pero no podemos amputar nuestros pies, no podemos amputar nuestra historia personal y familiar: hay que integrarla.
A veces pongo el ejemplo de un supuesto hijo de Hitler: imagínate cómo sería para un hijo de Hitler integrar sus raíces, es un reto casi sobrehumano, pero tendría que llegar a un lugar de decir “papá, tú, tu vida y yo, la mía. Tú, tus muertos y crueldades y yo me hago libre de todo esto”. Pero seguramente el hijo sentiría una losa pesada en su cuerpo porque también se siente legatario de esta tragedia enorme que su padre ocasionó.
─ Asegurás que en las constelaciones familiares “no es necesario creer en nada, ni siquiera en los psicólogos; la clave es experimentar a nivel sensitivo, emocional y visual”. ¿Cómo es la sinergia que hacés de estas dos disciplinas y por qué decís que la magia de las constelaciones familiares puede explicarse con la teoría de las neuronas espejo?
─ Yo creo poco en abogados, pero a veces los necesito para redactar un contrato… Uno no va al psicólogo porque “cree” en los psicólogos, va porque tiene un dolor, un problema o algo que necesita resolver. He conocido mucha gente que no creía en psicólogos hasta que le dio una problemática y necesitó buscar ayuda.
Si a mí me preguntan ¿crees en las constelaciones familiares? Ni creo ni no creo, las experimento. Es más importante la experiencia que la creencia. Entonces, es cierto que las constelaciones familiares tienen un elemento que no es explicable todavía hoy en día con instrumentos que satisfagan nuestra racionalidad.
Es inexplicable por qué los representantes experimentan vivencias, tramas y sensaciones de los representados. Y esto no es una especulación: yo he visto representantes que tienen sintomatología o gestos físicos que reproducen fidedignamente gestos y síntomas de los representados. ¿Por qué esto ocurre? No lo sabemos.
Entonces especulamos con algunas teorías. Los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, la teoría de las pequeñas partículas de la física cuántica… También las neuronas espejo nos hacen entrar en un universo de comprensión de las otras personas… Aunque todo esto es pura especulación. No creo que intervengan tanto las neuronas espejo en explicar el fenómeno que sucede en constelaciones.
Mi propia idea es que la información está en todas partes. De pequeños aprendemos a reprimir nuestro estado perceptivo -que es muy importante reprimirlo, porque si no viviríamos en un universo psicótico-, pero en contextos terapéuticos sí conviene ampliar la percepción para poder enfrentar las cosas que no quedaron resueltas.
Pero, como digo en el libro, mi fantasía es que dentro de doscientos años me levante de mi tumba, echo una ojeada y a lo mejor aprendo cómo han explicado este fenómeno. Pero como siempre digo: no es necesario comprender las cosas para que funcionen.
─ Mi próxima pregunta tiene que ver con esto que decís de “despertarte en el futuro”: ¿cómo ves el futuro de las constelaciones familiares y su integración en la terapia moderna? ¿Cuál es tu visión sobre su impacto transformador en la sociedad actual?
─ Es que las constelaciones familiares vienen de abordajes terapéuticos. Virginia Satir -que es la abuela de las constelaciones y creó la escultura familiar- fue una gran terapeuta familiar. Luego otros autores crearon las coreografías familiares. Entonces, el marco natural al que pertenecen las constelaciones es el marco del conocimiento psicológico y de los abordajes de intervención terapéutica, sistémicos y familiares.
Entonces lo que yo veo es que seguirá siendo una herramienta que se usará, no solo en el ámbito clínico de trastornos psicológicos, sino también en el ámbito educativo, de la salud, de las empresas, de la justicia. Incluso me atrevería a decir que en algún momento en el ámbito político, especialmente cuando caiga en suerte algún político que no tenga tantas tendencias narcisistas o psicopáticas.
Pero es una herramienta que nos permite pensar asuntos muy complejos de una manera bastante sencilla y nos permite en poco tiempo vislumbrar y tener compresiones que pueden generar semillas para impulsar movimientos de acción y de transformación.
También veo las constelaciones perfectamente integradas dentro de procesos terapéuticos y de transformación personal, social o empresarial. No lo veo como una herramienta única que compite con otras herramientas, sino que está en integración con otras.
─ Esto me lleva a aquello que decís que “constelar no siempre es lo más importante en un taller de constelaciones”, sino trabajar en uno mismo a través de la constelación.
─ Se ha creado un caldo de una atmósfera en el ámbito de las constelaciones, donde están investidas de una aureola mágica, casi oracular o sacerdotal. Esto infantiliza mucho a los consultantes, en el sentido de que quieren depositar la guía de sus asuntos en una metodología. Y a mí esto no me parece que sea adecuado. Con suerte una constelación estimula un proceso donde la persona se pone más a trabajar consigo misma o más conectada con sus movimientos internos.
Pero yo personalmente jamás delegaría en una constelación una decisión sobre mi vida. Puedo hacer una constelación y, con lo que aprendo de la constelación, luego integro lo que sea necesario y decido lo que me conviene. Pero no se puede tomar una constelación como si fueran los Reyes Magos que te van a traer el último juguete que a tu ego le apetece.
─ Como cuando hacés referencia a una experiencia de mala praxis, en donde mencionás a una persona que asegura “mi papá no es mi papá, me lo dijo un constelador”.
─ Claro, esto a mí me parece mala praxis, porque yo creo que el terapeuta en constelaciones -al igual que en muchos otros métodos terapéuticos- tiene que ir un paso por detrás, y no un paso por delante. Tiene que reprimir sus deseos de ser una autoridad o de ejercer un saber. Yo creo que el terapeuta trabaja con mucha más eficacia desde la humildad.
─ Me gustaría preguntarte por el rol de los secretos de los secretos familiares en los sistemas, ¿cómo integrar sin conocer algo que ha ocurrido?
─ Los secretos son paradójicos: tienen la misión de proteger, pero crean más daño del que pretenden evitar. Yo creo que hay una ley que rige -nos guste o no- y es que la realidad tiene derecho a ser exactamente de la manera que ha sido. Entonces, los secretos en realidad son pretensiones de la mente, porque el cuerpo desconoce los secretos, sino que vive en la realidad.
Entonces, una criatura es adoptada y no se le ha dicho, pero en algún lugar muy profundo esto se sabe, aunque la persona no sabe que lo sabe. Entonces, si de mí dependiera, trataría de que se ventilaran todas las habitaciones de la propia casa personal y de la propia casa familiar. Y en algunas habitaciones encontraríamos vergüenzas, secretos sexuales, confusiones de paternidad o de maternidad. Encontraríamos también vergüenza sobre identidades sexuales o comportamientos sexuales, culpas sobre cosas que se hicieron… Y, claro, la persona trata de protegerse a sí mismo o al sistema de sus propias conductas.
No digo que haya que hacer una proclamación pública de estas cosas, pero mi idea es que es más fácil integrar lo que es visible que lo que se trata de esconder. Y lo que se trata de esconder al final genera mucha inquietud y es una inquietud que es palpable a veces en la atmósfera. Pero como no se sabe, es más difícil de encarar.
Así que si de mí dependiera, trataría de que no hubiera secretos, porque también podríamos decirnos -en términos más existenciales o filosóficos- ¿qué hay de la realidad que no merezca ser de la manera que ha sido? ¿Por qué hay que esconder las cosas?
El juego de los secretos empieza con uno mismo. Han pasado cosas en nuestra historia que las metemos en una habitación y cerramos la llave, y son incluso secretos para nosotros mismos, pero no para nuestro cuerpo. A veces el secreto cumple una función de protección, pero acaba creando una realidad de prisión y de desconexión con uno mismo.
─ Tu libro -así como los anteriores- está plagado de referencias a espiritualidad oriental (desde tus menciones al dios Krishna, al taoismo, a la meditación zen, etc.). ¿Cómo fue tu descubrimiento y recorrido personal en relación a este tema y cómo hacer convivir estas disciplinas? Si bien la espiritualidad está en los orígenes mismos de las constelaciones, ¿es de alguna manera el vínculo con la espiritualidad tu sello o aporte a esta disciplina?
─ En mi propio camino he ido experimentando la importancia de integrar terapia y espiritualidad (en realidad, la espiritualidad podría ser entendida como una forma de terapia). El mismo Buda -que se le llamó el médico supremo- traza unas ideas que son de una penetración psicológica impresionante, y agrega lo que podríamos decir no sólo manipular el yo, sino entender que más allá del yo, hay una esencia en cada persona. Y justamente esto que estoy expresando de forma sencilla, lo establecen la mayoría de tradiciones orientales de espiritualidad, y también muchas tradiciones occidentales.
El mismo misticismo dentro del cristianismo va en la misma dirección. Es lo que se llama filosofía perenne, de la que hablan muchos abordajes, pero con distintas palabras. Y en el libro también le doy la palabra a algunos filósofos como Nietzsche, que aunque era declaradamente anti crístico, dice cosas que son de una trascendencia espiritual que podría suscribir mucha gente que está muy avanzada en el camino espiritual.
Así que Oriente, Occidente… Son todos dedos que apuntan a un lugar interior en el que podemos descansar frente a la voluble fortuna, a los vaivenes cambiantes del camino de la vida. Porque si nos inclinamos demasiado a la derecha o a la izquierda creyendo que vamos a naufragar… Pues son inclinaciones del camino, pero el eje queda intacto, con independencia de lo que suceda.
La llave de nuestra historia tiene tres dientes porque tres son los vértices a los que hay que poner atención para lograr una vida con sentido, y tres son los pecados que debemos eludir. Los tres dientes simbolizan los grandes aliados que a modo de recursos necesarios nos deben acompañar en el camino de la vida. Cada vez que crucemos puertas relevantes los tenemos que invocar y aunar a nuestro favor. Estos tres grandes aliados, a modo de virtudes, son la verdad, la valentía y la conciencia con sus concomitantes perversiones o pecados, que a modo de polaridades los acechan y los completan: la falsedad, la cobardía y la inconsciencia.
JOAN GARRIGA
[Fragmento de la presentación del libro La llave de la buena vida. 10 de abril del 2014 en FNAC Triangle – Barcelona]
La figura del terapeuta como sacerdote, prostituta, científico y gurú
Bajo estas cuatro metáforas del terapeuta se reflexiona sobre diversos aspectos del rol profesional y las expectativas que animan la demanda del cliente.
Voy a especular sobre cuatro representaciones mentales que posiblemente puede hacerse el cliente: el psicoterapeuta como sacerdote, como prostituta, como científico y como gurú, y voy a sostener que cada representación se ampara en una expectativa o falacia propia, que anima el fondo de la demanda. El psicoterapeuta como sacerdote estaría basado en una expectativa o falacia de ser consolado. El sacerdote como prostituta en una expectativa o falacia de ser amado. El psicoterapeuta como científico en una expectativa o falacia de ser entendido. El psicoterapeuta como gurú en una expectativa o falacia de ser guiado.
A efectos de ubicación en algún referente teórico, me gustaría mencionar los estudios de Jerome D. Frank (1.982). Para Frank, los elementos terapéuticos compartidos por todas las psicoterapias son básicamente tres. Primero, el reconocimiento social de la figura del terapeuta, sus credenciales, prestigio y ubicación profesional, que facilite al cliente “una relación emocional, de confianza con una persona que ayuda”. En segundo lugar, la existencia de un mito, compartido por cliente y terapeuta. El mito refiere cualquier teoría o marco de referencia compartido. Y el tercero es la utilización de un rito. El rito refiere las técnicas concretas utilizadas, independientemente de que sean unas u otras.
En mi opinión, estas ideas estarían en línea con la noción de la realidad plural u opciones de realidad, en el sentido de que cada persona construye su propio mapa o interpretación de la realidad, y despliega las condiciones implícitas en él, y para el caso concreto de vivencias de malestar físico y psicológico, la persona pondrá en marcha los recursos de sanación coherentes con su representación del mundo, utilizando los canales que se adecuen a él, y buscando la figura que se haga receptora del merecimiento sanador, ya sea el amigo, el psiquiatra, el sacerdote, la prostituta, el médico, etc.
Lo que nos interesa aquí es el reconocimiento social de la figura del terapeuta, y como éste se articula en la representación mental del cliente. En sociedades avanzadas se van desfigurando progresivamente los mecanismos y figuras arcaicas de contención y sanación, ya sea el jefe tribal o familiar, el brujo, el curandero, el sacerdote, el chamán, etc. y va tomando relieve la figura del psicólogo o terapeuta que va siendo progresivamente reconocido como catalizador o receptor social de las mismas y viejas demandas. El psicoterapeuta será el que puede amar, el que puede consolar, el que puede comprender, el que puede guiar. Digamos que habría una demanda básica, camuflada entre otras posibilidades, destinadas a una sola figura: el psicoterapeuta.
EL TERAPEUTA COMO SACERDOTE
Históricamente, el sacerdote, al menos en la religión católica, ha cumplido entre otras una función confesional, de hacerse receptor de culpas u malestares, creando un espacio para la catarsis, y gozando del poder de reconfortar, perdonar, y consolar. Podríamos decir que cubría una función de regulación emocional, ofreciendo consuelo a los dolores evocados por los propios demonios interiores y a las conductas sentidas como disonantes en relación de los mandamientos y reglas, a la par que tratamientos expiatorios y reconductores, en un intento de promover nuevamente el estado de gracia para el alma perdida y extraviada. Si bien el sacerdote ha ido perdiendo progresivamente su enclave social, su lugar preeminente, al abandonar gran parte del público su inserción en esta teoría-ficción religiosa compartida, no es menos cierto que pervive en el ser humano un anhelo de referentes externos de regulación emocional, y un afán de consuelo, expiación y reencuentro con su verdadera esencia, que podría ser equiparable al estado de gracia y que habitualmente se experimenta cono un estar en paz con uno mismo y en armonía con el resto de seres humanos.
El terapeuta como sacerdote es el terapeuta que atiende lo emocional, que empatiza en este nivel, que acompaña en un proceso de limpieza (función toilette de los emergentes intestinales), que reconforta y consuela (a menudo calladamente, desde la simple aceptación), y que reconduce, acompaña y co-transita hacia el espinoso y “grato” camino del ser.
EL TERAPEUTA COMO PROSTITUTA
Me gustaría rescatar la figura de la prostituta como metáfora y también como realidad, que involucra una mayor complejidad de motivaciones, sentimientos y pasiones, en la persona usuaria, que el grado habitualmente vano y peyorativo con que suele ser tratada, quizá, precisamente por esto. La prostituta como figura aglutina una doble función, aparentemente paradójica. En primer lugar se la hace receptora de una ficción de amor, y en segundo lugar se vehicula esta ficción de amor por la vía del encuentro primordialmente sexual. ¿Podría ser de otro modo?. Lo que voy a sostener es que la prostituta, como persona y evento real o fantaseado, es la metáfora explicativa por excelencia de las transferencias más profundas.
En mi opinión, uno de los anhelos más profundamente sentidos por los seres humanos es el anhelo de ser intensamente amados, y la principal representación que nos hacemos de ese intenso amar es la unión sexual, donde se desvanecen las diferencias entre yo y tú, donde yo soy tú y tú eres yo, y ambos somos una vibración del universo. Es el paraíso perdido y permanentemente anhelado.
En el escenario materno-filial, el niño va sufriendo progresivamente la pérdida del paraíso, aprendiendo a diferenciarse y a lograr un Yo progresivamente separado y autónomo. Pero este proceso suele implicar dolores, rechazos, rabias, frustraciones, y una multiplicidad de pasiones y asuntos inconclusos, que entrarán a formar parte del Yo y configurarán el carácter, a la par que van a convivir con el anhelo siempre latente de ser intensamente amado, de reencontrar el paraíso perdido. La ficción de amor continuará gatilleando en la oscuridad del inconsciente sus fuegos errados.
La prostituta real o fantaseada ocupa un lugar de privilegio como canalizadora y depositadora del anhelo y a la vez de la falacia del ser amado, donde se articula y activa toda la transferencia parental en el peor de sus modos, como pasos a la acción (actings) de las vergí¼enzas, las venganzas, las sumisiones, los terrores, etc. Fáciles caminos para conseguir una excitación fugaz, y atisbar, muy, muy de lejos, el profundo deseo de amor. Los fuegos gatilleados desde la oscuridad del inconsciente seguirán errados, y la falacia del amor seguirá renovándose como falacia una y otra vez.
El terapeuta como prostituta se hace depositario de esta demanda o anhelo de amor. Involucra también su cuerpo en este interjuego reparental, donde en el lenguaje de la psicoterapia Gestalt los tonos “simpáticos” (aceptación y refuerzo de los aspectos más sanos y auténticos de la persona) se combinan con los “frustrantes” (puesta en cuestión y desafío de los más neuróticos y manipulativos), recreando constantemente ese vínculo transferencial, jugándolo, pero ahora ya, sujeto a la mirada consciente del cliente, a la posibilidad de análisis, y a la posibilidad de ser trascendido. Porque reencontrar el paraíso perdido es un camino de vuelta. Hacer brotar el universo en uno presupone haber trabajado con la herida de la expulsión, haberla asumido, haberse reconciliado y haber entendido profundamente el yo so yo y el tú eres tú. El terapeuta como prostituta enfatiza su función de cuidado del cuerpo, de las tensiones, de las enfermedades del alimento, de los aspectos más primarios y viscerales, etc. Y de protección ante los entornos demasiado indigestos y destructivos. (Función nutricia para los emergentes orales).
EL TERAPEUTA COMO CIENTíFICO
Vivimos en la era dorada de la ciencia. El mero calificativo de científico causa un pasmo reverente y cautiva la mente del hombre progresivamente racional. Todo es, o ha de ser, explicable, y, por tanto, sujeto a control. El hombre se enseñorea, con su potente encéfalo, ante los misterios de la naturaleza, no obstante los peligros ecológicos constituyen lo obvio de la vida cotidiana. El hombre cabalga, orgulloso y vencedor, a lomos de su dragón interior que aparenta esclavitud, no obstante nos catapulta al abismo creciente de la ansiedad. La ciencia constituye, en fin, la última y más dorada ficción del ser humano moderno. Es la ficción de la inteligencia, del conocimiento, la que crea la suposición de que conocer y entender tiene un efecto liberador. Y se agolpan las gentes con su sincera pregunta: ¿podría decirme qué es lo que me pasa?, ¿por qué me ocurre esto?, poniendo al desnudo su hambre de conocimiento.
Cuando el hombre moderno no consigue explicarse las razones de sus vivencia de malestar psicológico, acude al especialista, y pregunta porqués, y espera la rápida remisión de sus síntomas por mor de la magia de las más recientes tecnologías al uso. Vivimos bajo el imperio del paradigma tecnológico-científico que todo lo inunda. Y es justamente ahí donde se hace más notoria la artificial división entre mente y cuerpo, entre mente y espíritu, y se dibuja la angosta figura de hombre escindido y alienado.
El terapeuta como científico se hace depositario de demandas de entendimiento, de que active sus recursos de explicabilidad de los fenómenos psicológicos, organísmicos y relacionales, de que los encuadre en referentes teóricos reconocidos, de que los incluya en espacios científicamente luminosos que los hagan menos opacos y amenazantes. El terapeuta como científico activa una función de contención por vía de la racionalidad. (Función contención para emergentes disgregadores).
EL TERAPEUTA COMO GURíš
Seguramente la palabra gurú trae a la cabeza una gran variedad de acepciones y representaciones, como santón, iluminado, trascendido, maestro, etc. No obstante, en mi propia representación, la palabra gurú me conecta principalmente con la noción de guiaje, de conducción, y refiere principalmente el ámbito de la espiritualidad. Básicamente sería una función de guiaje por una vía de iniciación y acceso espiritual.
Y creo que aquí nos metemos en un territorio sumamente complejo acerca de cómo encarar la vertiente espiritual, en el que fácilmente podemos mezclar desde los aspectos más sacrales de las religiones hasta los más formales y burocráticos, desde la doctrina de la transmigración de las almas y las morales de perfeccionamiento hasta los cultos más hedónicos, desde las sendas más ascéticas a las más mundanas, pero sea como sea la demanda de acceso espiritual, puede venir en mi opinión activada por un denominador común: la evidencia del precipicio existencial donde el ser colinda con el no ser, y la muerte anda agazapada como suceso constantemente presente y también como meta final, resultando vanos todos nuestros intentos de reconocer su forma y abarcarla, y también por otro lado la evidencia de nuestra completa soledad en este mundo.
El terapeuta como gurú acoge y canaliza la ansiedad que estalla, cuando se hace presente al cliente, las preguntas sobre su esencia más allá de la demarcación del Yo, sobre su sentido en la vida y su forma de encarar y cohabitar la muerte, acudiendo a sus propias ansiedades y vivencias al respecto, y preparándose para compartir desde el silencio, cuando la marea de preguntas todavía no encuentra respuesta, o desde la hermandad cuando se comparte un renacimiento energético o un florecimiento espiritual.
Después de todo lo expuesto, me gustaría puntualizar a modo de conclusión los siguientes aspectos: · El suceso psicoterapéutico se inicia mucho antes de la primera entrevista, a partir de las suposiciones previas del usuario acerca de la figura del terapeuta, y también a partir de las suposiciones previas del terapeuta acerca de su rol profesional.
· La demanda de asistencia psicológica conlleva en su propia estructura y de forma camuflada o no explícita una demanda básica de consuelo, de amor, de entendimiento, o de guía, que se articula a raíz de la presentación mental que se hace el usuario de la figura del terapeuta, y que viene determinado por contextos históricos, culturales, ideológicos y sociales.
· El sacerdocio, la prostitución, el rol de científico y el de gurú son metáforas explicativas que arrojan comprensión acerca de cómo se constituye el escenario terapéutico.
· Las partes nos remiten a la totalidad, y abogo por la terapia integral o integrada y por el terapeuta holístico, que tenga la suficiente flexibilidad para alternar en sus funciones de sacerdote, prostituta, científico y gurú, y que pueda enfocar el plano emocional, corporal, mental y espiritual de la persona desde la comprensión de que cualquier parte es como un holograma en el que se refleja o incluye la totalidad.
· Respecto a las demandas planteadas, el terapeuta transita por el difícil equilibrio de asumirlas y al mismo tiempo desafiarlas, como falacias que progresivamente se han de ir desvaneciendo. Tomando como referencia el modelo de trabajo con polaridades de la psicoterapia Gestalt, y en concreto la polaridad alienación-integración, el proceso terapéutico tenderá a transmutar las cualidades de consuelo, amor, entendimiento y guía, desde fuera en la figura del terapeuta (alienación) hacia dentro en la persona del cliente (integración), facilitando que éste vaya reinstaurando el contacto con sus propios aspectos reparativos, amorosos y estimables, de comprensión de la realidad, y de autoguiaje frente a lo enigmático y abismal.
Porque el objetivo siempre es el mismo: la plena posesión personal.
Autor: Joan Garriga Bacardí.
Institut Gestalt de Barcelona.