Entrevista a Joan Garriga por María Eugenia Sidoti para Revista Sophia (Argentina): clic aquí

—La gran duda es si al final es bueno preguntarse tanto…

—Mira, ayer estaba releyendo un libro de Tolstoi que se llama Confesión y justamente habla de este tema, de la eterna pregunta, del para qué, de qué sentido tiene todo esto. Y él se pone muy desesperanzado, porque busca las respuestas en la ciencia y no las encuentra. Entonces se topa con Schopenhauer, que tiene una visión muy pesimista, y busca también en abordajes hinduistas, donde la muerte se valoriza más que la vida. Lo cierto es que luego se da cuenta de que los hombres simples, los que no se hacen preguntas tan profundas, viven más conectados a la vida porque están en contacto con lo esencial y viven en comunidad. Cada época tiene sus retos. Para mí lo que importa es vivir y buscar una vida significativa.

—¿Por qué creés que nos cuesta tanto conectar con aquello que al fin y al cabo es tan simple?

—En términos míticos, es la expulsión del paraíso, que en términos biográficos también sería una caída del paraíso original, la primera infancia, en la que vivimos en la realidad vivida y no en la realidad pensada. Pero luego, claro, caemos en el pensamiento y, poco a poco, la personalidad coloniza nuestro ser y al final somos lo que creemos que somos, no tanto lo que somos de verdad. Somos nuestros pensamientos y hay una desconexión de nuestra naturaleza instintiva, de nuestro ser esencial.

—Pero en algún momento llega ese llamado heroico a conectar con la propia vida, algo que ocurre mayormente hacia la mitad de la vida, ¿verdad?

—Puede ocurrir en cualquier momento, el tiempo de cada uno es impreciso. Para los más afortunados, estas crisis tienen lugar hacia los 40 o 50. Pero un niño también pierde a su madre en el parto, por ejemplo, o a su padre cuando tiene cinco años en un accidente. Así que a veces hay tragedias, traumas, pérdidas que por un lado duelen y, por el otro, ayudan a madurar. De hecho, hay personas notables que hicieron grandes creaciones artísticas y, si uno repasa su biografía, es raro que un gran literato, un gran creador, no haya sido inducido por el impacto de la desgracia. Tarde o temprano el descarrilamiento aparece. La muerte de un hijo. Perder un trabajo. Desear un hijo que no llega. Amar a alguien que se enamora de otra persona. Esto nos lleva a preguntarnos si, además de mis deseos y mis temores, hay alguien más adentro. Alguien que no es el que desea ni el que teme, sino que tiene una conexión espontánea con la vida.

—¿Qué es lo que ocurre entonces?

—Así es que parece que hay una tonalidad espiritual que necesitamos encontrar. Y esta tonalidad no la encontramos en nuestros trajes, en nuestros disfraces, sino en aquello que nos desnuda, aunque no queramos, en algún momento de la vida, para obligarnos a emprender el viaje del dolor. Porque es viajando a través del dolor que llegamos a la orilla de una cierta libertad, de un cierto amor, de algo más trascendente.

—¿La espiritualidad nos ayuda a tener una mejor vida?

—La gente que tiene fe, pero no como creencia sino como un fuego primordial, creo que vive mejor, se deprime menos y soporta de otra manera las inclemencias. Una vez, un hombre me dijo que su mujer lo había dejado y había sufrido mucho, y que lo que lo ayudó fue meditar. Porque lograr un estado de presencia y atención favorece el amor a uno mismo y a la vida también. La meditación es como un ojo que observa y no rechaza nada, tampoco se apropia de nada. Y al acoger todo, nos acogemos nosotros. Por eso digo que no basta con lo psicológico, sino que se necesita una apertura más espiritual. De hecho, no creo que haya mucha distancia entre psicología y espiritualidad: los grandes psicólogos han sido los filósofos que han tenido un punto de apertura hacia aquello que permanece, aunque las cosas cambien.

—¿Dónde podemos reconocer esa tonalidad?

—Necesitamos estar enchufados con algo que nos habla, que viene del daimon, como decía Sócrates, de la sabiduría interior. No de nuestros preconceptos e ideas. En la casa donde vivió Carl Jung hay una inscripción que dice: “Invocado o no invocado, Dios está presente”. Es ese algo trascendente, sabio, abarcativo, primordial que vive en todos nosotros y al que accedemos a través del lenguaje de los sueños o el lenguaje del cuerpo. Ese daimon que Sócrates decía que le hablaba y lo guiaba, y que se podría traducir como la voz interior que no es la voz de la personalidad con la que estamos identificados.

—¿Y cómo despertamos a eso?

—Buenos, a veces no se sabe si están más despiertos los dormidos o los que dicen que están buscando. A veces los buscadores son tan propagandistas de su búsqueda, que no se dan cuenta de que están en un movimiento que les aleja de sí mismos. Hay gente que vive una vida sencilla, pero está en sí misma. Así que no sé… Pero sí, es verdad que hay un porcentaje alto de personas que vive en automático, y que salimos de esa inercia porque vivimos un sufrimiento. Se dice que en el viaje de la vida, en el viaje heroico, aparece el llamado de la aventura, que es un llamado a caminar otra posibilidad distinta de la que vivimos. Y este llamado muchas veces toma la forma de desventuras, o también de un paisaje, una melodía, una película, algo que nos despierta a otra dimensión.

—¿Qué pasa cuando no queremos atender esa llamada?

—En las fases del viaje heroico, primero está la llamada y luego el rechazo a esa llamada. Cuántas veces he escuchado a clientes decir, en terapia, “es que lo que yo quiero es que las cosas sean como eran”. De repente se ha desestructurado el statu quo, pero uno se resiste y no quiere aceptar el llamado de que hay que emprender otra travesía. A veces es irremediable y hay que cruzar el umbral de lo conocido, esta frase tan común hoy en día que todos dicen: “salir de la zona de confort”.

—¿Qué opinás sobre esa idea?

—Me parece odiosa de tanto que se ha popularizado. Pero cuando lo conocido se ha vuelto invivible, es verdad que no queda otra que desplazarse a otro lugar interior o a otro lugar exterior. Y ahí aparecen tanto los aliados como los demonios. Porque si estuvimos en ese confort es porque no enfrentamos ciertos demonios. Pero hay una promesa y es la posibilidad de la resurrección o renacimiento. Renacemos a una vida nueva. Éramos unos y después de una serie de etapas, somos otros. Con suerte, a medida que la vida avanza, ganaremos desapego, sabiduría, madurez, amor propio, amor a los demás, amor a la vida. Con menos suerte, nos vencerá la amargura, el resentimiento, el victimismo.

—Es tranquilizador saber que el dolor es un gran maestro, pero a veces uno preferiría no tener que tomar clases con él…

—Es que hay que acogerlo para que nos conduzca al amor. Si uno lo acoge, quema las resistencias. Ya sé que esto es difícil de explicar, pero es que la pregunta que hay que hacerse es ¿a quién le duele? ¿Al controlador, al omnipotente, a la víctima? Si le duele al orgullo, a la vanidad, a ese sufrimiento hay que desenmascararlo, liberarlo. Dejarnos atravesar por el dolor dura un tiempo y luego nos hace más libres, más reales, más amorosos, más compasivos. Nos conecta con una profundidad desconocida. Y claro, uno no quiere esto, pero al final es un dolor dirigido a quemar los argumentos del ego, del yo personal.

—Hay una frase en uno de tus libros que tomás prestada de Salvador Pániker, que dice que hay que “soltar la importancia personal». Es una buena idea.

—Claro, por eso te decía que en esta búsqueda de la conciencia a veces hay mucho ombliguismo, mucho narcisismo. En realidad, nadie quiere avanzar demasiado. Es decir, la gente quiere avanzar espiritualmente. Pero hacerlo significa estar más libre de uno mismo. Y claro, uno no quiere soltarse a sí mismo ni dejar de ser esto y lo otro. Ahora, la gente que llega lejos en el camino conoce la nadieidad. ¿Quién eres? Nadie. Porque ya no hay nadie ahí adentro que diga “soy tal cosa”. No es poco.

—En todos estos años acompañando a tantos seres dolientes, ¿qué tesoros has recibido de ese proceso?

—Espero haber ganado un poquito de sabiduría, de hondura y bastante más compasión y bondad. Más respeto a la realidad tal y como es, también. Y un cierto desapego, porque al final las cosas son tan trágicas como cómicas. Así que nos ayuda saber que nada es tan grave, la verdad.

—O sea que siempre podemos cultivar la alegría, aunque la vida pese.

—Así es, la alegría a pesar de los pesares. Porque si esperamos tener alegría por algo bueno nos perdemos. Es más interesante la alegría por nada, por la misma alegría del ser. Alegrarse por el canto de un pájaro, por el juego de un niño que, como decía Galeano, juega sin saber que juega.

—¿Puede florecer en nosotros la espiritualidad aunque no abonemos ese terreno?

—Creo que la semilla de la espiritualidad, del misterio, está en todos desde pequeños. Pero esto es independiente de lo religioso y no hay que confundir espiritualidad con religión. Quien más claro lo dijo fue Nietzsche: “El rebaño necesita consuelo porque no se atreve a enfrentarse a sí mismo”. De hecho, cada vez es más común la espiritualidad laica, que no está adscrita a ningún movimiento religioso. Yo me crié en un entorno católico, pero nunca lo sentí mío. Sin embargo, a veces entro en iglesias para sentir el silencio, el misterio. Una vez, un terapeuta que ya falleció lo dijo en estos términos: “Los terapeutas, cuando son mayores y llevan muchos años trabajando, tienen dos caminos: el alcoholismo o la espiritualidad”.

—¿Cómo se sostiene esta fragilidad humana?

—Creo que se sostiene en el amparo grupal, en lo comunitario. Pero hay gente que se quiebra y entonces empieza a pensar que esta vida es completamente injusta y se refugia en los anestésicos. “No hay sentido”, dice. Lo cierto es que vivimos una vida más sana mentalmente cuando sentimos que hay otros y que, pase lo que pase, no estamos solos. La familia, cuando hay buenos vínculos, los amigos, la comunidad en la que estás inserto. Hoy vivimos en la era del yo, del individualismo extremo, y esto puede llevarnos muy lejos en el viaje personal, pero a veces lastima la necesidad de amparo grupal. Somos codependientes en el buen sentido: es nuestra condición de mamíferos.

—¿Qué es, de acuerdo a tu experiencia, lo que más nos duele hoy en día?

—La gente tiene problemas porque creo que no está bien asentada en sus vínculos. Los vínculos están desordenados, hay mucho enredo vincular. Las constelaciones son una herramienta al servicio de desenredar y ordenar, y que las personas entiendan la naturaleza del sufrimiento, que a veces ni siquiera lo comprenden, porque viven tan ensimismadas que no perciben lo que está pasando. Y los vínculos son, siempre lo digo, la unidad básica de la vida. Hay un yo y luego hay algo mayor que nos conecta al otro.

—Vivimos en sociedades medicalizadas, donde muchas veces la medicación busca tapar el síntoma de eso que genera malestar.

—Vivir en un sistema que nos empuja a vivir de una determinada manera crea una serie de problemas que luego tratamos de solventar consumiendo medicaciones. Pero no miramos qué es lo que causa el malestar. Y creo que más pronto que tarde habrá que preguntarse cómo hay que vivir para que la salud mental no se resienta tanto. Para que prevalezca la salud mental y la salud comunitaria. No tengo todas las respuestas, pero me imagino que con un sentido mayor de pertenencia, para que la gente no se sienta tan a merced de las inclemencias de las cosas, como por ejemplo dar la talla en un determinado grupo social. Competimos constantemente. Las propias escuelas están infectadas del virus de la competición.

—De hecho, los adolescentes están en riesgo: ludopatía, ansiedad, depresión, suicidios… ¿Qué papel juegan en todo esto las redes sociales?

—Nos volvimos locos en esta cultura de mierda. Llevar a un hijo a un sitio para que se destaque, para que gane. La lógica de ganadores-perdedores. Y es que las redes sociales son un basural, el lugar de comparación por excelencia, donde la gente expresa lo peor de sí misma. Hay de todo, claro, pero hoy funcionamos con parámetros conceptuales que son enfermizos en sí mismos. Habría que revisar muchas cosas para reflexionar a fondo sobre unos cuantos temas: la violencia, la agresividad.

—La soledad, también, ¿no?

—Eso, la falta de vínculos significativos. En Europa hay personas que mueren solas en su departamento y nadie las reclama. Se están creando ministerios de la soledad. ¡Nos volvimos locos! Vamos contra nuestra propia naturaleza. ¿Por qué no creamos formas de vida donde la gente no necesite llegar a estar tan sola?

—En momentos tan difíciles, ¿qué es lo que te da esperanza?

—Mucha esperanza no tengo. Es decir, sí, estamos tú y yo aquí conversando, y esto de compartir es bonito. Pero miro a Israel y Gaza, miro a Rusia y Ucrania, y cuando veo estas cosas me pregunto hasta cuándo. La gente tiene buen corazón, es solidaria. Los niños, por ejemplo, no piensan tú eres argentina, yo soy chileno; o yo soy judío y tú palestino. Pero empezamos a construir estas identidades y luego matamos por ellas. Y este juego no se supera, llevamos toda la historia. Cuando se construye el concepto del yo diferenciado, de esto es lo mío y esto es lo tuyo, se generan las luchas patriarcales por el poder, la idea de que hay que imponerse sobre el otro.

—Pienso que las madres no queremos que nuestros hijos vayan a la guerra. ¿Tal vez la paz que necesitamos puede ser un asunto de las mujeres?

—Hay una obra griega llamada Lisístrata, de Aristófanes, donde las mujeres hacen una huelga para no tener sexo con sus maridos hasta que dejen de hacer guerras. Esa sería una bonita revolución: que todas las mujeres del mundo se levanten y se nieguen a todo tipo de sexualidad hasta que no paren de matarse unos a otros. Ahí ves cómo los mitos pueden ser muy importantes.

Entrevista a Joan Garriga por Sabrina Diaz Virzi para Diario Clarín (Argentina): clic aquí

“Todo sufrimiento empieza con alguien que le dice a la realidad que está equivocada”, explica el psicólogo y gestaltista Joan Garriga, uno de los máximos referentes en constelaciones familiares en español.

En su reciente paso por Buenos Aires para presentar sus últimos libros, conversó con Clarín sobre los beneficios -y prejuicios- asociados a las constelaciones familiares. Además, aporta las cuatro cualidades imprescindibles que debe cumplir un buen constelador familiar.

El autor se caracteriza por hacer convivir teoría psicológica, filosofía y espiritualidad. Se mete en explicaciones trascendentales de la vida y las lleva a niveles prácticos, con ejemplos reales.

En esta entrevista, advierte sobre la importancia de abrazar la realidad tal como es para no sufrir, llama la atención sobre los disfraces que nos creemos a lo largo de la vida, reflexiona sobre cómo vivimos la muerte hoy y por qué están de moda las promesas vacías del positivismo ingenuo (“si te lo proponés, vos podés”).

Licenciado en psicología, en 1986 creó el Instituto Gestalt de Barcelona, donde desarrolla su actividad como terapeuta y formador en constelaciones familiares, coaching sistémico, terapia Gestalt y PNL. Allí invitó en 1999 a Bert Hellinger -teólogo y creador de las constelaciones familiares- a presentar su trabajo sistémico sobre constelaciones familiares. Con el tiempo, él mismo se convirtió en uno de sus principales exponentes.

Las constelaciones familiares, en búsqueda de la felicidad

En su último libro, Constelar la vida (Destino), asegura que las constelaciones familiares son “una herramienta de exploración de la felicidad y la infelicidad en las tramas vinculares”. Dice a Clarín que las personas “se experimentan más contentas, seguras, asentadas o amparadas cuando tienen un buen vínculo con los padres, con los hijos, con la pareja, con las exparejas, con el árbol genealógico, con la salud, con el trabajo… Así que, en este nivel, contribuyen a sanear o reestructurar tramas vinculares que habían quedado obstaculizadas por el peso del dolor o el peso de la violencia”.

Garriga dice que la mejor definición de felicidad que ha encontrado es de San Agustín y la incluyó en el libro La llave de la buena vida (Destino, 2014): “La felicidad consiste en tomar con alegría lo que la vida nos da y en soltar con la misma alegría lo que la vida nos quita”.

Pero, advierte, “tomar y soltar con alegría solo es posible desde un lugar interior al que no podríamos llamarle el ‘Yo personal’, sino el ‘Yo esencial’. En algunas personas que han tenido pérdidas muy graves, procesos de sufrimiento o situaciones de peligro a veces se apaga un poco el ‘Yo personal’ y aparece este ‘Yo esencial’, cuya función es abrazar la vida tal y como es, y esto incluye la enfermedad, la muerte y todas las dimensiones de la vida”.

– ¿Cómo se trabaja ese “Yo esencial”?

– Por una parte, a través de una comprensión intelectual: yo tengo pensamientos, tengo deseos, tengo temores, tengo emociones pero, al mismo tiempo, yo soy el que observa todo esto.

Es lo que hace la meditación: nos convierte en observadores de nuestra realidad. Entonces, vivimos en el mundo de la pasión, y vivimos en el mundo de la observación de la pasión; vivimos en el mundo de la identidad, y vivimos en el mundo de la observación de la identidad.

– Mirarnos “desde afuera”…

– Mirarnos desde la conciencia que vive en nosotros, que es como un espejo que refleja todo y no rechaza nada; abraza la realidad tal como es y no se apropia de nada.

Por otro lado, ayuda cultivar la atención al cuerpo, meditar, y desarrollar la actitud de querer encontrar el regalo, o la perla, que puede venir envuelta en el dolor o en el sufrimiento. Porque cuando la gente sufre hay dos caminos: la resistencia, o navegar en el dolor. Y cuando dejamos de resistirnos y navegamos en el dolor, mucha gente descubre que algo más esencial le cuida a uno, a pesar de los pesares.

En este sentido es espiritual; por eso digo que las constelaciones es un abordaje psico-espiritual, y la vida es un abordaje psico-espiritual, porque encarnamos una identidad y, al mismo tiempo, formamos parte de un misterio: no sabemos por qué estamos aquí, qué sentido tiene esto; hay un misterio que no podemos comprender, pero podemos abrazar.

– Se relaciona con el amor fati de Nietzsche, que decís que es el principio fundamental de las constelaciones, aceptar la realidad.

– Todo sufrimiento empieza con alguien que le dice a la realidad que está equivocada: “yo debería de haber tenido otra madre”, “mi pareja no debería de haberme dejado”, “este hijo debería haber nacido”.

– Estar en desacuerdo con lo que es.

– Exacto. La dialéctica entre la voluntad del Yo o la voluntad propia, y la voluntad de la vida: a veces se hace nuestra voluntad, y muchas veces se hace la voluntad de la vida. Por eso en abordajes espirituales se dice “In sha’ Allah”, que se haga tu voluntad en el Islam, que significa rendición a una voluntad más grande; porque cualquier persona que ha vivido muchos años sabe que pasarán cosas que son distintas de las que uno desea.

Los disfraces no son nuestra verdadera esencia

– Quisiera preguntarte sobre nuestros disfraces, esa “legión de yoes”, personajes que solemos confundir con nuestra verdadera esencia y que, en el fondo, decís que no nos pertenecen. ¿Por qué no nos pertenecen, por qué nos los tenemos que sacar de encima, y cuál es el rol del desapego en esto?

– Para viajar en la vida necesitamos adoptar identidades, pero podemos preguntarnos “por qué adopto una identidad de hermético y no una identidad de expansivo”, o “por qué adopto una identidad de orgulloso y no de humilde”, o al revés. Y entonces descubrimos que nuestras principales identidades se crean en el caldero de nuestras vivencias iniciales, con nuestros padres y cuidadores: los imitamos y adoptamos identidades de ellos.

O hay cosas que nos duelen y, para defendernos, adoptamos identidades que son defensivas: la identidad del duro, del resentido, del vengativo, de la víctima, del salvador… A veces son identidades que se han fraguado para defendernos del dolor o el malestar que experimentamos. Entonces, son identidades que tienen mucha fuerza en nuestra vida: son tiránicas, nos colonizan.

Tenemos 60 años y seguimos funcionando como si tuviéramos 5 años… Por eso importa también flexibilizarse un poco, desprenderse, porque todo tiene su momento bajo el sol, su momento de nacer y de morir. Si uno tiene una identidad o una máscara muy fija, le creará muchas complicaciones en la vida. Porque si yo tengo una máscara de dureza, entonces los demás tendrán que ser blandos para compensar mi dureza, y crearé relaciones de pareja en las que, por ejemplo, “tú tienes que ser blanda y tierna para que yo pueda ser duro”.

– Ser conscientes de esas máscaras y ver qué hacemos con eso…

– Son vestiduras. Al final de la vida nos vamos a desprender de todas las identidades; si a uno le dio por parecer “importante” o “bueno”, estas entidades se van por la rejilla, se desvanecen.

La muerte, un orgasmo cósmico

– Como en el ejercicio de la muerte (que hizo en un taller con terapeutas y personas experimentadas: enfrentarse a la propia muerte “personificada” en otra persona y decirle “aún necesito tiempo para…”). ¿Es un tamiz, donde queda lo esencial o verdaderamente importante?

– Hace poco, en La Contra (del periódico La Vanguardia), entrevistaron a un hombre [Enric Benito] que acompaña a moribundos y decía “la muerte es un orgasmo cósmico”, en el sentido de que nos desprendemos de todo. Y esto, que parece tan horroroso, cuando uno se entrega, se queda en la nada y parece ser que es un orgasmo cósmico, como la gran bienaventuranza, la gran bendición.

Por eso también hay abordajes espirituales que trabajan para -paradójicamente- cultivar la nadiedad, el desprendimiento: la vida es un viaje donde hay que encarnar identidades y, al mismo tiempo, saber que uno no es estas identidades; que sean funcionales, pero no esenciales.

– Sobre la muerte, hablás sobre nuestro “divorcio con nuestros difuntos”. ¿Por qué hoy vemos la muerte como algo disociado de la vida? ¿La posmodernidad se “olvidó” de la muerte?

– Me crié en un pueblo, vi cadáveres, niños que se habían ahogado, e iba a su casa a despedirlos. De alguna manera, la muerte aún estaba presente en la forma de vivir.

He viajado a la India y ves cómo portan los cadáveres y los queman: la muerte se hace presente como parte de la vida.

Pero ahora, en Barcelona, en la ciudad, la muerte existe sólo si toca a alguien que pertenece a tu red afectiva, entonces es como más lejana.

Creo que la posmodernidad también rinde un culto absoluto al Yo, a la “libertad individual” entre comillas, a la exacerbación del individualismo. Y, claro, hay que saber que no somos libres, es decir, que no todo es posible: que uno puede decir “he decidido esta mañana medir 1.90 mts.” pero no, mides 1.60mts; aparecerá algún médico que haga alargamientos, pero no todo es posible.

también muchas cosas son posibles, pero hay que saber ambas cosas. Pero hay mucha cultura de que “todo es posible”, hay mucha estupidez en la cultura.

No todo es posible

– Las promesas vacías del “si te lo proponés, vos podés” que está tan de moda.

– Es una inmensa tontería. Tiene una parte motivacional que dirigida a las personas asustadas e inseguras que puede estimularlos a sacar un poquito más de fuerza, pero no se puede todo.

– ¿Por qué creeés que pegó tanto este discurso (desde lo empresarial a lo espiritual)?

– “Si vos podés, podés curarte de tu enfermedad”. ¡Mentira! Es una falta de respeto a la enfermedad, y es una visión del mundo combativa.

Hace años vi esto de la “ley de la atracción” (a la que he criticado en alguno de mis libros) y donde ha ido la atracción funciona un poquito; pero hay que compatibilizar con la ley de la gran voluntad.

Me mandaron un vídeo de alguien que decía “si tú quieres, puedes ser rico y dar la vuelta al mundo”, y yo pensaba “Dios mío, ahora imagínate que a todo el mundo se le ocurre querer ser rico y dar la vuelta al mundo, menudo mundo viviríamos”. Mira cómo va el mundo, que todos estamos yendo de acá para allá, pero imagínate que los 8.000 millones tuviéramos que ser ricos y dar vueltas a todo el mundo, ¡sería la destrucción masiva del planeta!

Es decir, a veces las ideas de lo que “hay” que desear y lo que “hay” que querer son un poco estúpidas. ¿Por qué hay que desear ser tan rico, para qué sirve ser tan rico? ¿Por qué hay que desear tener tanto éxito o tanta fama?

En realidad, son los caminos al infierno personal, que están empedrados de poder, dinero y afán de notoriedad, pero son como griales que la cultura nos vende. Creo que alguien con 20 años esté seducido o nublado por estos griales puede tener sentido, pero luego maduramos un poco y aprendemos a distinguir lo esencial de lo no esencial.

– Y genera culpa, porque significa que si no lo lograste es porque no lo intentaste lo suficientemente…

– Esto solo muestra que estamos completamente locos, porque la salud crece y fermenta (y la salud mental con más facilidad) en un universo más amistoso y amable.

Uno se levanta por la mañana y se pregunta “con quién tengo que luchar para ser más y para que el otro sea menos”. Esto no milita a favor de la salud mental; es una locura sistémica absoluta. Por eso los índices de salud mental cada vez son peores, porque esto genera malestar en las familias, en las personas…

Tampoco soy un experto en sociología, pero sí me parece que es más rico quien dispone de una red social bonita, quien tiene buenos amigos y hermanos, quién ama y tiene personas que confían en uno, que respeta o ha trabajado las heridas con sus padres. Y esto es una riqueza muy superior al narcisismo que se supone que uno tiene que gritar “¡yo soy alguien!”

La soledad y el sentido de nosotros

– En ese sentido, en el libro decís que “se ha exacerbado tanto la dimensión de lo individual, del Yo, que se ha perdido una vivencia más natural de la vida como mamíferos: el sentido de nosotros”.

– La cultura y el sistema nos ha impulsado a “yo, yo, yo”. Cuando uno vivía dentro de un marco social muy estructurado o dentro de una familia extensa, los roles estaban muy marcados. En nuestra cultura se nos ha entregado la posibilidad de desarrollarnos a nuestra propia manera, pero el precio es muy alto: uno llega lejos en el viaje de sí mismo, pero el precio es que le falta compañía.

Yo me crié en el pueblo, y en las familias vivían los abuelos, los padres, los hijos… Cuando sea muy mayor me gustaría ver niños, no me gustaría estar confinado en un lugar donde todos somos ancianos.

– Vivimos cada vez más solos.

– Y te digo que en Argentina y algunos países latinoamericanos hay riqueza social. La gente hace de todo, pero se busca. En Europa somos animales de granja domesticados, donde cada uno vive en su jaulita. Y esta es la tendencia.

En España aún hay bastante vínculo, pero hay países donde hay mucha soledad. Hay países donde crean el Ministerio de la Soledad para gestionar el problema de soledad en la gente mayor (Inglaterra).

Creo que habría que pensar en la causa de los problemas, no en sus efectos; y a veces se buscan soluciones para los efectos (si estás enfermo, vamos a tratar la enfermedad, pero seamos más preventivos y preguntémonos la causa de la enfermedad).

– Pero es difícil salir de la rueda del hámster.

– De la rueda diabólica, del anti-mamífero, de la anti-naturaleza.

– En un momento hablás de entender la “naturaleza de nuestra esclavitud” en relación a las atmósferas familiares con las que cargamos.

– La gente dice “yo soy libre”. Pero no has elegido tu cuerpo, no has elegido nacer de esta señora o de la otra, no has elegido el árbol genealógico que te toca… Y el árbol genealógico tiene huella, y en el trabajo sísmico de constelaciones sabemos que nos influyen -afortunadamente- cosas que vivieron nuestros anteriores.

Somos los receptores de infinidad de recursos y aprendizajes de nuestros anteriores, solo que algunos de estos aprendizajes son cargas. El abuelo aprendió a tener una actitud muy desconfiada porque durante la guerra le tocó vivir muchos peligros; y esta actitud desconfiada queda instalada en el sistema y un nieto, que ya no le corresponde, vive viendo enemigos por todas partes, o desarrolla una esquizofrenia porque piensa que le quieren matar (cuando a quien querían matar era al abuelo). Así que el problema es que algunos aprendizajes siguen activos cuando ya no son necesarios.

Somos el legado de tantas cosas que han ocurrido en nuestro árbol genealógico. Es, al mismo tiempo, esclavitud y bendición. Alejandro Jodorowsky tiene un libro precioso que dice Donde mejor canta un pájaro… es en su árbol genealógico. Se trata de encontrar nuestro mejor canto desbrozando la maleza e iluminando los laberintos de nuestro árbol genealógico.

¿La culpa es de los padres?

– Decís que cuando empezaste a trabajar en el mundo de las terapias estaba de moda echarle la culpa de todo a los padres. ¿A qué le echamos la culpa hoy?

– La táctica de echar la culpa es maravillosa, porque mientras echas la culpa a los demás, te autoseduces con tu supuesta inocencia. Cuando empecé en el mundo de la psicoterapia, el discurso era “tenemos problemas por la infancia, por el vínculo con los padres”, y es cierto, no es una creencia falsa.

Pero, al final, la pregunta relevante para progresar terapéuticamente es “cómo tomo responsabilidad de lo que estoy viviendo y de lo que me ha tocado vivir”.

Como decía Machado, “soñé, ¡bendita ilusión! que una colmena tenía dentro de mi corazón / y las doradas abejas iban fabricando en él, con las amarguras viejas blanca cera y dulce miel”. De esto se trata: cómo con las amarguras viejas logramos fabricar blanca cera y dulce miel; cómo transformamos dolor en amor, de esto va al viaje de la vida y el viaje terapéutico. Todo lo que hace la terapia es contribuir a transformar dolor en amor.

Las constelaciones familiares ordenan el amor

– Hablando de amor… Decís que “las constelaciones reordenan el amor” (órdenes del amor), pero que el amor no lo puede todo. ¿Qué significa y por qué?

– Hay evidencias de que el amor no lo puede todo. ¿Cuántas parejas dicen que se quieren, pero no logran estar bien? ¿Cuántos padres aman profundamente a los hijos, pero los hijos tienen problemáticas de adicciones u otras cosas? Entonces, el amor no basta: se necesita el “buen amor”, se necesita el amor ordenado, que se reconoce porque las heridas propias y del sistema familiar han sido curadas; donde no hay personas que están mal miradas, y cada quien está en el lugar que le corresponde.

Una mujer dice “mi vida es una mierda, yo estoy muy mal, pero lo que quiero es que mi hija esté bien porque amo a mi hija”; pero así no funciona: tu hija no va a estar bien si tú no cuidas bien de tu vida y no estás en tu lugar como madre; es pedir peras al olmo.

Hay reglas del buen amor que hay que considerar para que el amor que se da en la mayoría de las personas florezca en forma de bienestar, creatividad, fertilidad. Por ejemplo, yo soy judío y tú palestina, y nos hemos enamorado, pero ¿vamos a poder con la deslealtad que significa para mi grupo de origen y tú con tu grupo de origen? Ya veremos. Porque esto requiere un salto cuántico interior para hacernos más libres de nuestra adherencia a los grupos de pertenencia (yo al grupo judío y tú al grupo palestino). Y nos amamos, pero es que el amor no sé si lo puede todo.

– La última vez que hablamos dijiste que “las constelaciones familiares aún no son explicables con instrumentos que satisfagan nuestra nuestra racionalidad”. En el libro fantaseás con levantarte en 300 años y ver qué pasó. ¿Creés que lograremos explicar algo más, cómo van a evolucionar?

– En el frontispicio de la casa donde vivió Jung, cerca de Zurich, hay una inscripción que dice “invocado o no invocado, Dios está presente”. Entonces, las constelaciones familiares -explicables o no explicables- traen rendimiento terapéutico, alivio, maduración a las personas.

Todavía no es explicable por qué los representantes son tomados por vivencias que reflejan las de los representados, pero esta inexplicabilidad se supera a través de la experimentación.

Si tú en tu artículo pones “los representantes sienten los sentimientos de los representados”, algún cartesiano va a decir “éstos han tomado algo”. Pero si luego uno de éstos viene a un taller de constelaciones y tiene la experiencia, dirá “ahora lo comprendo”. Esto significa que a veces la información se transmite de una manera que todavía no logramos explicar.

Pero el mundo está cada vez más abierto a ideas novedosas. En mi opinión, las constelaciones pertenecen al ámbito (no exclusivo, pero sobre todo) de la psicoterapia, donde aparecen psicólogos que se sienten un poquito amenazados y dicen “esto es escoria” o “es una magia irrelevante”; y también hay que decir que no les falta un poco de razón, porque hay una porción de personas que trabajan con las constelaciones que les va mucho la novela esotérica.

Cómo elegir un buen constelador familiar

– Justamente, uno de los principales desafíos al decidir realizar una constelación es elegir a un buen constelador. ¿Qué aspectos debería tener en cuenta alguien que lo hace por primera vez?

– Tener la impresión de que es una buena persona. Tener la impresión de que es humilde. Tener la impresión de que es profundamente respetuoso. Y tener la impresión clara de que el terapeuta va un paso por detrás del paciente, no un paso por delante.

El terapeuta acompaña, pero no dirige la vida de nadie. Si te encuentras a alguien que es muy narcisista o no le ves tanta bondad, aléjate y búscate otra persona.

Hellinger era una persona que por su carácter tenía una gran autoridad; a veces hacía intervenciones que parecían muy pontificias, pero era profundamente respetuoso y sabía lo que hacía. En el ámbito de la terapia hay la tentación del poder, hay terapeutas que juegan -o jugamos- al poder de dirigir o influir en las personas. Hay que ser humilde, respetuoso, ir un paso por detrás, confiar en lo fenomenológico, no tener ideas dogmáticas.

Si yo voy a un terapeuta y me dice “a tí te pasa esto”, no vuelvo.

Bert Helllinger murió el 19 de septiembre. Ahí van unas palabras a modo de homenaje y recordatorio. Este 2019 se cumplen 20 años de su venida a Barcelona, en la que brindó el primero de sus talleres sobre Constelaciones Familiares. En lo personal, me sentí muy tocado por su actitud y su trabajo; tanto, que me movió a dedicarle una buena parte de mi tiempo profesional. Cuando supe de su muerte, lo más inmediato que brotó en mí fueron estas líneas que decidí compartir:

“No es decible en palabras la inmensa fortuna de haber tenido a Bert Hellinger como maestro. El Alma podría expresarlo, sólo que su esencia es silencio que abraza todas las melodías y luz natural que alumbra todas las formas y colores. Este silencio y esta luz vivían en el centro de tu pecho, querido Bert, y eso transmitías tocando el corazón de tantos. Ojalá hayamos sabido transmutar en sustancia viva y creativa lo que nos legaste, y ojalá tu inspiración en nosotros siga tocando corazones, trayendo paz, amor y reconciliación, e integrando y uniendo lo que es guerra y separación en las personas, en las familias y en el mundo. Este sería el más bonito homenaje a tu ser y a la vida cumplida, que acabas de dejar.
Para mí, quedas en forma de presencia, de asentimiento y de amor expansivo. Gracias para siempre, por tanto. Nos encontraremos, pues ¿no será tu muerte tu último y definitivo nacimiento?”

Si presto atención a lo que las aportaciones de Bert Hellinger significan para el mundo de la ayuda a través de la técnica de las Constelaciones, que ha tenido una expansión enorme en todo el mundo —a pesar de algunas derivas vulgares, pseudomágicas e inquietantes—, me gustaría señalar tres aspectos del propio Hellinger que lo han hecho posible, a mi modo de entender.

Creo que Bert Hellinger hizo un viaje de lo religioso a lo espiritual, o bien, que a través de lo religioso encontró la mística y el centro del ser o morada interior, de manera tal que lo que transmitía iba mucho más allá de una técnica para convertirse en un estado contagioso, irresistible para muchos, de expansión de conciencia y de corazón, cuyo canto natural es el amor a lo que es.

Luego, al igual que se recuerda a Gandhi como apóstol de la no-violencia, seguramente se recordará a Bert como el apóstol de la inclusión, epicentro de su mensaje. Y ello siempre me pareció profundamente gestáltico, pues ¿no es acaso la terapia Gestalt una gramática copulativa y no disyuntiva, que une e integra, en lugar de dividir y alienar? Y, ¿no encontramos nuestra completud cuando todo lo que somos, momento a momento, puede ser incluido en el amoroso foco de nuestra atención, que desconoce el rechazo al igual que el apego?

Alguien tan intrínsecamente libre logró una audacia superlativa: Bert fue capaz de superar el temor a cualquier crítica, lo que le llevo a afirmar, entre otras cosas espinosas, que “los representantes en una constelación sienten los sentimientos de los representados”. Yo creo que somos muchos los terapeutas que, trabajando con escenografía familiar, habíamos intuido ecos de esta afirmación, pero al sobrepasar nuestros parámetros de lo posible nos decantábamos por desecharlos como si se tratara de vivencias espurias. Es como no poder ver lo que no está esbozado en el mapa mental de la realidad. Bert, fiel a su percepción y no a los mapas, puso al servicio de la ayuda su audacia y fortaleza, y supo usar su estilo caracterial tendente a lo pontificio para desvelar evidencias que la estricta racionalidad se muestra incapaz de contemplar. Con ello, abrió caminos nuevos.

Por último, supo integrar todas sus influencias, filosóficas, poéticas, religiosas, psicológicas, terapéuticas, culturales (vivió muchos años en Sudáfrica) y biográficas (le toco durante un tiempo ejercer de soldado en la segunda guerra mundial) y familiares (con sus secretos y sutilezas) en la dirección de reconocer lo tribal en cada ser humano, y la mente colectiva de la que forma parte, y dirige a veces invisiblemente su guion de vida y su lugar en las familias y en el devenir de cada cual. Me parece que el alivio y paz en los vínculos que han logrado muchas personas y familias a través de las profundas comprensiones e intuiciones de Bert es más que notable.

Valgan, pues, estas líneas para traerlo al presente con gratitud, reconocimiento y amor, deseándole que permanezca en el lugar que ya ocupaba mucho antes de dejar la tierra por la que pasó, como alguien nunca nacido y nunca fallecido.

La fidelidad, el lugar de los hijos, los fantasmas del pasado, la influencia de los vínculos primarios. El psicólogo español brinda las claves para un amor “más libre y honesto”.

Publicada en Diario Clarin: clic aquí

 

La fidelidad, el lugar de los hijos, los fantasmas del pasado, la influencia de los vínculos primarios, los problemas de comunicación… ¿cómo impacta todo esto en la pareja?, ¿qué hábitos y dinámicas permiten que una relación amorosa sea más sana? Joan Garriga, licenciado en Psicología y fundador del Instituto Gestalt de Barcelona abordó estas problemáticas en Bailando juntos. La cara oculta del amor en la pareja y en la familia (Editorial Destino). En diálogo con Clarín, mencionó algunas claves para alcanzar lo que él describe como un “buen amor, más libre y honesto”.

– ¿Cómo influyen en las relaciones de pareja los modelos de vínculo emocional aprendidos desde la infancia?

– Seguramente el vínculo más importante que un ser humano ha experimentado es con los padres; no sólo con el padre y con la madre sino con aquello que pasa entre los padres. Ésta es la matriz, el origen. Los padres, claro, tienen una larga historia dentro de su corazón, pasaron muchas cosas dentro de sus familias; así que en el escenario infantil se dan una serie de tramas, pautas y patrones que configuran lo que yo llamo el niño tiránico y profético, para distinguirlo del niño espontáneo, amoroso y alegre, que sería lo natural. Este niño es tiránico y profético porque no deja de guardarle lealtad a los patrones antiguos, a las viejas heridas que pudieron suceder y a la manera y estilo en que logró defenderse de estas heridas. Por ejemplo, volviéndose invisible, volviéndose orgulloso, volviéndose víctima. Luego también genera profecías de futuro (todo esto, lógicamente, es inconsciente): las profecías consisten en determinar que nuestros escenarios de pareja, de futuros vínculos, tendrán este aroma, estas connotaciones, estos colores que tuvieron nuestros escenarios antiguos. Por eso cuando nos confrontamos con problemáticas de pareja yo creo que es tan importante revisar el escenario infantil de vinculación, nuestro lugar en la familia, nuestro lugar respecto a los padres, cómo nos hicimos hombres, cómo nos hicimos mujeres, etcétera.

– ¿Cómo impactan en las relaciones de pareja mitos como “la media naranja”?

– Creo que estamos un poco necesitados de alimentar magias, anhelos y cosas intuitivas que quizás satisfacen un lugar oculto, aunque demasiado a menudo quizás encajarían mejor en una zona adolescente de nosotros mismos. De hecho, el mito de la media naranja o del alma gemela se lo debemos a Platón, que pone en boca de Aristófenes que a principios de los tiempos dos personas vivían en un solo cuerpo, luego fueron separadas y así que andamos peregrinando por el mundo buscando este otro o esta parte que nos falta. La idea de la media naranja tiene sus arquetipos antiguos. Yo no seré de los que digan que tenemos que estar completos para ir a la pareja, creo que también hay que experimentar que algo nos falta, que somos mamíferos y sentimos la necesidad de otro significativo. Claro que hace la diferencia ir a la pareja sostenidos en nuestros propios pies o sin estar sostenidos e imaginando que el otro será la parte faltante que nos sostendrá o esta media naranja que nos completará. Es importante para el camino hacerse más autónomo, más adulto, más maduro y pedirle a la pareja aquello que está en manos de la pareja y no aquello que como niños hubiéramos deseado de nuestros padres, por ejemplo.

– Usted propone ‘primero la pareja, luego los hijos’, ¿por qué?, ¿cuáles podrían ser las consecuencias de anteponer a los hijos?

– La idea de ‘primero la pareja y luego los hijos’ es casi como por orden de aparición en escena. Me refiero a hijos de esta pareja; cuando se trata de hijos de parejas anteriores, lógicamente los hijos estaban antes y necesitan un lugar de prioridad en algunos aspectos respecto a la pareja posterior, aunque esta pareja posterior es adulta respecto a estos hijos. Cuando se trata de hijos de la pareja, son el fruto, son la consecuencia de esta unión, este tercero que dos construyen. En el trabajo terapéutico se observa que cuando los padres están en su lugar, cuando se sienten juntos como pareja formando un equipo y se dan prioridad a su lugar de grandeza, a la jerarquía, los hijos se tranquilizan. En cambio cuando un hijo –y esto ocurre mucho actualmente- se siente el centro de la familia, siente que toda la energía y la atención convergen en él, no me parece que esto le haga muy bien; porque este hijo que se ha convertido en el centro de la familia de muchas maneras, no creo que luego la vida se lo confirme. Un hijo no necesita esto, no necesita sentirse más grande y más importante que sus padres, o más importante que el padre para la madre, o más importante que la madre para el padre. Cuando explico estas cosas mucha gente siente que los hijos son tan importantes que es un sinsentido, pero yo les digo ‘ponte en el papel de hijo e imagínate que tus padres te dicen que tú eres más importante que tu padre o que tu madre’. Para un hijo pequeño esto sería raro, un hijo necesita sentirse importante pero no el más importante y agradece que los padres estén en armonía formando un equipo, inclusive aunque se hubiesen separado.

– En “Bailando juntos” plantea que la fidelidad es una construcción social pero que, al menos de pensamiento, nadie es absolutamente fiel. ¿Por qué cree entonces que se sigue apostando a la exclusividad a la hora de las relaciones de pareja?, ¿hay cierto grado de hipocresía en ello?

– La fidelidad y la pareja, en cierto modo, obedecen a movimientos sociales, son fruto de los tiempos. La pareja que hoy en día tenemos está al servicio del yo y no tanto al servicio del nosotros como podía ser la pareja premoderna de hace cien años. Con esto quiero decir que no hay hechos absolutamente perennes, excepto el hecho de que la sexualidad nos llama y que el vínculo es necesario para la vida. Las formas que toman los vínculos amorosos son muy variables. Por ejemplo, se dice que los cazadores recolectores tenían formas de convivencia en hordas de 130 a 200 personas, que la sexualidad era multihombre y multimujer y que incluso la maternidad y la paternidad era bastante compartida. Así que mal se podría decir que la fidelidad sea una tendencia espontánea y natural. La mayoría de las personas reconoce tener deseos o fantasías hacia otras personas distintas a la pareja, y no parece que esto sea normal. Lo que pasa es que es cierto que si han hecho un pacto, generalmente respetan el pacto y no incurren en traiciones o infidelidades. Aunque cada vez más hay personas que tratan de integrar estas dos llamadas, que son la de la naturaleza y la de la cultura, y hacen un ejercicio de honestidad y transparencia, y hay gente que se arriesga a parejas más abiertas. Sea como sea, vamos bailando entre estas dos tensiones o polaridades: la naturaleza, que no es intrínsecamente fiel, y la cultura, que nos impulsa o impulsaba a unas reglas de fidelidad que obedecen a un sentido patrimonial del uno respecto al otro, no necesariamente a un amor esencial que uno siente.

P.: ¿Qué prácticas o hábitos recomendaría para atravesar la cuarentena o confinamiento en pareja y no morir en el intento?

J.G.: Quizás sea una oportunidad para aprovechar el cultivo de la tolerancia, de la paciencia, de la buena mirada hacia el otro, de propulsarnos a un lugar interior de más altitud. Por otro lado, entiendo que hay danzas de la pareja que son energéticos, que van más allá de nuestro deseo y de nuestra voluntad y que a veces toman la forma de mucha tensión y violencia. No tengo duda que ha aumentado la violencia intrafamiliar. Ojalá haya espacios donde la pareja pueda estar en el lugar de la pareja, los hijos en el lugar de los hijos. Algunas parejas y familias han tenido la oportunidad de encontrarse en el goce de estar juntos, de compartir espacios y momentos. Y la danza que ejecuta esa pareja ha rendido frutos. En otras parejas, todo lo contrario.

Recomiendo tolerancia, empatía, compasión, benevolencia y cierto desarrollo espiritual (que siempre es difícil ante las adversidades). Y a veces hay que rendirse también y reconocer que algo no hace bien. Cuando una pareja no hace bien durante mucho tiempo, generalmente no le hace bien a los dos. Incluso para los hijos no creo que sea tan certero permanecer juntos a toda costa sino que prioritario a esto estaría el hecho de que los hijos prefieran que los padres estén bien.

Entrevista a Joan Garriga por Sabrina Diaz Virzi para Diario Clarín (Argentina): clic aquí

“No se puede tomar una constelación como si fueran los Reyes Magos que te van a traer el último juguete que a tu ego le apetece”, lanza el psicólogo y gestaltista Joan Garriga, uno de los máximos referentes en constelaciones familiares en español. En su último libro, Constelar la vida (Destino), logra plasmar su gran formación teórica, práctica y espiritual, y hace convivir sin esfuerzo conceptos filosóficos complejos y explicaciones trascendentales de la vida con cuestiones mundanas. En su paso por Buenos Aires, conversó con Clarín.

Licenciado en psicología, en 1986 creó el Instituto Gestalt de Barcelona, donde desarrolla su actividad como terapeuta y formador en constelaciones familiares, coaching sistémico, terapia Gestalt y PNL. Allí invitó en 1999 a Bert Hellinger -teólogo y creador de las constelaciones familiares- a presentar su trabajo sistémico sobre constelaciones familiares. Con el tiempo, él mismo se convirtió en uno de sus principales exponentes.

En los últimos años, ha publicado El buen amor en la pareja (Destino, 2013), La llave de la buena vida (Destino, 2014), Bailando juntos (Destino, 2020) y Decir sí a la vida (Destino, 2021). Y si bien cuenta que le han pedido un “manual” de constelaciones, asegura que no es su estilo: “No es una manera canónica, sino que es una manera más mítica, poética, evocadora, que hace pensar más que dar la información triturada y digerida”.

Eso es lo que hace en este nuevo libro, donde se pregunta por las raíces, las relaciones y el amor, y cómo nos convierten en “lo que realmente somos”. Constelar la vida es una muestra de su atenta, respetuosa -y cautelosa- forma de entender las constelaciones familiares, como una herramienta de autoconocimiento que nos insta a comprender el pasado, crear mejor el presente y auspiciar un buen futuro.

─ Dedicaste el libro a Bert Hellinger, y él está presente a lo largo de todo el libro. Decís que él te cambió la vida, ¿cómo y por qué?

─ Sí, efectivamente, le dedico el libro a Bert Hellinger y lo traigo a colación en el libro de muchas maneras. Y creo que su gran enseñanza ha sido la inclusión, la gramática copulativa del padre y la madre, esto sí y lo otro también; que es distinto de una gramática disyuntiva, que excluye una parte.

Fue importante en mi vida -sobre todo en el sentido profesional- porque, aunque yo llevaba muchos años trabajando como terapeuta, notaba en mi interior el deseo de algo más, alguna comprensión o herramienta nueva. Distintas técnicas me sirvieron un tiempo, pero luego necesité algo más; y las constelaciones me siguen atrayendo y las sigo haciendo con mucho gusto.

A nivel personal, también me han sido muy buenas para reestructurar algunos vectores afectivos respecto al padre, a la madre y para reestructurar algunas compresiones en el ámbito de la pareja también.

─ En Constelar la vida te preguntás por qué son tan importantes los vínculos y las raíces, y explicas que explorar nuestras raíces se convierte en un asunto fundamental en el viaje de la vida. Y reflexionas: ¿de qué manera nos ayudan a convertirnos en lo que realmente somos? También te podría preguntar ¿qué somos? Pero puede ser una respuesta muy larga o muy difícil…

─ En un sentido funcional, somos un relato, una historia, una red de vínculos, una conexión con las raíces y con los vínculos que creamos en nuestra vida. Somos, también, una biografía, una construcción de vida, un forjarse un camino de manera tal que, con suerte, cuando nos vamos de este mundo podamos decir “qué bonito ha sido vivir, y con qué paz y tranquilidad me voy de este mundo, cuántos amores y semillas he dejado sembradas”.

En un sentido más espiritual, no somos un relato ni una biografía: somos esencia, fuego divino. Y a mí me parece que también esto ayuda a interseccionar lo humano y lo divino, la esencia con la persona que nos toca encarnar.

En el trabajo terapéutico y de constelaciones, creo que es especialmente importante un amparo, no sólo en nuestras raíces humanas, sino en nuestra resonancia con lo que es, aunque no tenga forma este ser. Porque ante el precipicio de la existencia, los grandes dramas, las grandes tragedias que a veces suceden en una vida o en las familias, yo creo que se necesita un cierto amparo o reconocimiento de este lugar trascendente o espiritual. Porque si no, a veces el paisaje es excesivamente desolador.

─ En un capítulo hablás sobre la muerte, la importancia de valorar el presente e integrar también la muerte en la vida.

─ La vida son unos cuantos diálogos, pero uno muy importante es el diálogo entre vida y muerte, entre energía de vida y energía de muerte, entre los vivos y los muertos. Todas las personas albergamos en nuestro corazón el nexo con muertos (los abuelos o padres, hermanos, hijos, parejas, exparejas). Así que una pregunta muy relevante que el trabajo de constelaciones aborda muy directamente es nuestro nexo con los muertos.

Es muy importante que los muertos estén en un buen lugar para que los sintamos como fuerzas benéficas, auspiciosas para nuestra vida y para evitar dinámicas que vemos en el trabajo, como “yo te sigo a la muerte, querida mamá” o movimientos de querer morir o de no sujetarnos bien a la vida porque estamos pegados a personas que ya fallecieron por un instinto mamífero de pertenencia y de contacto. Así que hay que dejar a los muertos en la muerte y a los vivos en la vida, y el puente entre vivos y muertos es el amor.

La mayoría de personas con suerte somos bendecidas por la sonrisa de los que nos precedieron y ya se fueron y se alegran de que nos vaya bien. Y aunque esto suene poesía, los que ya murieron siguen presentes en nosotros, en forma de potencias, de aprendizajes, de todo lo que transmitieron. Así que una actitud agradecida con los que ya estuvieron, nos permite honrarlos y que nuestro camino hacia la vida sea más ligero.

─ En relación con la influencia de los ancestros en nuestra vida, ¿en qué medida estamos condicionados por nuestro árbol familiar? ¿Qué papel cumple la epigenética y los factores ambientales? ¿Y cómo es ese vínculo entre el pasado y nuestro presente?

─ Estamos condicionados de una manera tan simple y evidente como que no podemos elegir el cuerpo que tenemos. Esto es una obviedad. Y luego, cuando miramos muchas de las cosas que hacemos en la vida, nos damos cuenta también de que están envueltas en ropajes que guardan relación con cosas anteriores de nuestro sistema familiar.

Creo que, a través de la integración, hay que lograr desconectarse de las cargas; todo sistema familiar transmite infinidad de potencias, y esto forma parte de nuestro equipaje genético y epigenético: todo lo que aprendieron nuestros anteriores está con nosotros, y hay algunos aprendizajes que a ellos les sirvieron.

Por ejemplo, imagínate una situación de alto estrés en la familia por una situación de guerra o violencia, y la familia reacciona con paranoia y temor. Luego uno puede heredar también esta vivencia de paranoia y temor y teñir aspectos de su vida con esta desconfianza, hasta que comprende que, en realidad, esto fue un aprendizaje útil para los abuelos, padres o bisabuelos, pero ya no es útil para la vida actual. Por lo cual, sí conviene desprenderse de aprendizajes que fueron útiles en su momento, pero que hoy en día son cargas y limitaciones.

Me parece válida esta expresión que dice que “sin raíces no hay alas”, o lo que el mismo Nietzsche decía, que el árbol que puede elevarse muy alto hacia el cielo es porque hunde sus raíces fuertemente hacia la tierra.

Alejandro Jodorowsky titula uno de sus libros Donde mejor canta un pájaro… es en su árbol genealógico. Hay que evitar que desafine en algunos aspectos, porque también heredamos traumas -que en su momento fueron aprendizajes de vida en situaciones difíciles-. Luego constantemente estamos aprendiendo, y también actúa lo epigenético, ya que la vida nos ofrece mil oportunidades para seguir haciendo acopio de talentos, recursos y aprendizajes que luego le daremos a nuestros hijos y posteriores. Pero no podemos amputar nuestros pies, no podemos amputar nuestra historia personal y familiar: hay que integrarla.

A veces pongo el ejemplo de un supuesto hijo de Hitler: imagínate cómo sería para un hijo de Hitler integrar sus raíces, es un reto casi sobrehumano, pero tendría que llegar a un lugar de decir “papá, tú, tu vida y yo, la mía. Tú, tus muertos y crueldades y yo me hago libre de todo esto”. Pero seguramente el hijo sentiría una losa pesada en su cuerpo porque también se siente legatario de esta tragedia enorme que su padre ocasionó.

─ Asegurás que en las constelaciones familiares “no es necesario creer en nada, ni siquiera en los psicólogos; la clave es experimentar a nivel sensitivo, emocional y visual”. ¿Cómo es la sinergia que hacés de estas dos disciplinas y por qué decís que la magia de las constelaciones familiares puede explicarse con la teoría de las neuronas espejo?

─ Yo creo poco en abogados, pero a veces los necesito para redactar un contrato… Uno no va al psicólogo porque “cree” en los psicólogos, va porque tiene un dolor, un problema o algo que necesita resolver. He conocido mucha gente que no creía en psicólogos hasta que le dio una problemática y necesitó buscar ayuda.

Si a mí me preguntan ¿crees en las constelaciones familiares? Ni creo ni no creo, las experimento. Es más importante la experiencia que la creencia. Entonces, es cierto que las constelaciones familiares tienen un elemento que no es explicable todavía hoy en día con instrumentos que satisfagan nuestra racionalidad.

Es inexplicable por qué los representantes experimentan vivencias, tramas y sensaciones de los representados. Y esto no es una especulación: yo he visto representantes que tienen sintomatología o gestos físicos que reproducen fidedignamente gestos y síntomas de los representados. ¿Por qué esto ocurre? No lo sabemos.

Entonces especulamos con algunas teorías. Los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, la teoría de las pequeñas partículas de la física cuántica… También las neuronas espejo nos hacen entrar en un universo de comprensión de las otras personas… Aunque todo esto es pura especulación. No creo que intervengan tanto las neuronas espejo en explicar el fenómeno que sucede en constelaciones.

Mi propia idea es que la información está en todas partes. De pequeños aprendemos a reprimir nuestro estado perceptivo -que es muy importante reprimirlo, porque si no viviríamos en un universo psicótico-, pero en contextos terapéuticos sí conviene ampliar la percepción para poder enfrentar las cosas que no quedaron resueltas.

Pero, como digo en el libro, mi fantasía es que dentro de doscientos años me levante de mi tumba, echo una ojeada y a lo mejor aprendo cómo han explicado este fenómeno. Pero como siempre digo: no es necesario comprender las cosas para que funcionen.

─ Mi próxima pregunta tiene que ver con esto que decís de “despertarte en el futuro”: ¿cómo ves el futuro de las constelaciones familiares y su integración en la terapia moderna? ¿Cuál es tu visión sobre su impacto transformador en la sociedad actual?

─ Es que las constelaciones familiares vienen de abordajes terapéuticos. Virginia Satir -que es la abuela de las constelaciones y creó la escultura familiar- fue una gran terapeuta familiar. Luego otros autores crearon las coreografías familiares. Entonces, el marco natural al que pertenecen las constelaciones es el marco del conocimiento psicológico y de los abordajes de intervención terapéutica, sistémicos y familiares.

Entonces lo que yo veo es que seguirá siendo una herramienta que se usará, no solo en el ámbito clínico de trastornos psicológicos, sino también en el ámbito educativo, de la salud, de las empresas, de la justicia. Incluso me atrevería a decir que en algún momento en el ámbito político, especialmente cuando caiga en suerte algún político que no tenga tantas tendencias narcisistas o psicopáticas.

Pero es una herramienta que nos permite pensar asuntos muy complejos de una manera bastante sencilla y nos permite en poco tiempo vislumbrar y tener compresiones que pueden generar semillas para impulsar movimientos de acción y de transformación.

También veo las constelaciones perfectamente integradas dentro de procesos terapéuticos y de transformación personal, social o empresarial. No lo veo como una herramienta única que compite con otras herramientas, sino que está en integración con otras.

─ Esto me lleva a aquello que decís que “constelar no siempre es lo más importante en un taller de constelaciones”, sino trabajar en uno mismo a través de la constelación.

─ Se ha creado un caldo de una atmósfera en el ámbito de las constelaciones, donde están investidas de una aureola mágica, casi oracular o sacerdotal. Esto infantiliza mucho a los consultantes, en el sentido de que quieren depositar la guía de sus asuntos en una metodología. Y a mí esto no me parece que sea adecuado. Con suerte una constelación estimula un proceso donde la persona se pone más a trabajar consigo misma o más conectada con sus movimientos internos.

Pero yo personalmente jamás delegaría en una constelación una decisión sobre mi vida. Puedo hacer una constelación y, con lo que aprendo de la constelación, luego integro lo que sea necesario y decido lo que me conviene. Pero no se puede tomar una constelación como si fueran los Reyes Magos que te van a traer el último juguete que a tu ego le apetece.

─ Como cuando hacés referencia a una experiencia de mala praxis, en donde mencionás a una persona que asegura “mi papá no es mi papá, me lo dijo un constelador”.

─ Claro, esto a mí me parece mala praxis, porque yo creo que el terapeuta en constelaciones -al igual que en muchos otros métodos terapéuticos- tiene que ir un paso por detrás, y no un paso por delante. Tiene que reprimir sus deseos de ser una autoridad o de ejercer un saber. Yo creo que el terapeuta trabaja con mucha más eficacia desde la humildad.

─ Me gustaría preguntarte por el rol de los secretos de los secretos familiares en los sistemas, ¿cómo integrar sin conocer algo que ha ocurrido?

─ Los secretos son paradójicos: tienen la misión de proteger, pero crean más daño del que pretenden evitar. Yo creo que hay una ley que rige -nos guste o no- y es que la realidad tiene derecho a ser exactamente de la manera que ha sido. Entonces, los secretos en realidad son pretensiones de la mente, porque el cuerpo desconoce los secretos, sino que vive en la realidad.

Entonces, una criatura es adoptada y no se le ha dicho, pero en algún lugar muy profundo esto se sabe, aunque la persona no sabe que lo sabe. Entonces, si de mí dependiera, trataría de que se ventilaran todas las habitaciones de la propia casa personal y de la propia casa familiar. Y en algunas habitaciones encontraríamos vergüenzas, secretos sexuales, confusiones de paternidad o de maternidad. Encontraríamos también vergüenza sobre identidades sexuales o comportamientos sexuales, culpas sobre cosas que se hicieron… Y, claro, la persona trata de protegerse a sí mismo o al sistema de sus propias conductas.

No digo que haya que hacer una proclamación pública de estas cosas, pero mi idea es que es más fácil integrar lo que es visible que lo que se trata de esconder. Y lo que se trata de esconder al final genera mucha inquietud y es una inquietud que es palpable a veces en la atmósfera. Pero como no se sabe, es más difícil de encarar.

Así que si de mí dependiera, trataría de que no hubiera secretos, porque también podríamos decirnos -en términos más existenciales o filosóficos- ¿qué hay de la realidad que no merezca ser de la manera que ha sido? ¿Por qué hay que esconder las cosas?

El juego de los secretos empieza con uno mismo. Han pasado cosas en nuestra historia que las metemos en una habitación y cerramos la llave, y son incluso secretos para nosotros mismos, pero no para nuestro cuerpo. A veces el secreto cumple una función de protección, pero acaba creando una realidad de prisión y de desconexión con uno mismo.

─ Tu libro -así como los anteriores- está plagado de referencias a espiritualidad oriental (desde tus menciones al dios Krishna, al taoismo, a la meditación zen, etc.). ¿Cómo fue tu descubrimiento y recorrido personal en relación a este tema y cómo hacer convivir estas disciplinas? Si bien la espiritualidad está en los orígenes mismos de las constelaciones, ¿es de alguna manera el vínculo con la espiritualidad tu sello o aporte a esta disciplina?

─ En mi propio camino he ido experimentando la importancia de integrar terapia y espiritualidad (en realidad, la espiritualidad podría ser entendida como una forma de terapia). El mismo Buda -que se le llamó el médico supremo- traza unas ideas que son de una penetración psicológica impresionante, y agrega lo que podríamos decir no sólo manipular el yo, sino entender que más allá del yo, hay una esencia en cada persona. Y justamente esto que estoy expresando de forma sencilla, lo establecen la mayoría de tradiciones orientales de espiritualidad, y también muchas tradiciones occidentales.

El mismo misticismo dentro del cristianismo va en la misma dirección. Es lo que se llama filosofía perenne, de la que hablan muchos abordajes, pero con distintas palabras. Y en el libro también le doy la palabra a algunos filósofos como Nietzsche, que aunque era declaradamente anti crístico, dice cosas que son de una trascendencia espiritual que podría suscribir mucha gente que está muy avanzada en el camino espiritual.

Así que Oriente, Occidente… Son todos dedos que apuntan a un lugar interior en el que podemos descansar frente a la voluble fortuna, a los vaivenes cambiantes del camino de la vida. Porque si nos inclinamos demasiado a la derecha o a la izquierda creyendo que vamos a naufragar… Pues son inclinaciones del camino, pero el eje queda intacto, con independencia de lo que suceda.

La llave de nuestra historia tiene tres dientes porque tres son los vértices a los que hay que poner atención para lograr una vida con sentido, y tres son los pecados que debemos eludir. Los tres dientes simbolizan los grandes aliados que a modo de recursos necesarios nos deben acompañar en el camino de la vida. Cada vez que crucemos puertas relevantes los tenemos que invocar y aunar a nuestro favor. Estos tres grandes aliados, a modo de virtudes, son la verdad, la valentía y la conciencia con sus concomitantes perversiones o pecados, que a modo de polaridades los acechan y los completan: la falsedad, la cobardía y la inconsciencia.

JOAN GARRIGA
[Fragmento de la presentación del libro La llave de la buena vida. 10 de abril del 2014 en FNAC Triangle – Barcelona]

 

La figura del terapeuta como sacerdote, prostituta, cientí­fico y gurú

Bajo estas cuatro metáforas del terapeuta se reflexiona sobre diversos aspectos del rol profesional y las expectativas que animan la demanda del cliente.

Voy a especular sobre cuatro representaciones mentales que posiblemente puede hacerse el cliente: el psicoterapeuta como sacerdote, como prostituta, como cientí­fico y como gurú, y voy a sostener que cada representación se ampara en una expectativa o falacia propia, que anima el fondo de la demanda. El psicoterapeuta como sacerdote estarí­a basado en una expectativa o falacia de ser consolado. El sacerdote como prostituta en una expectativa o falacia de ser amado. El psicoterapeuta como cientí­fico en una expectativa o falacia de ser entendido. El psicoterapeuta como gurú en una expectativa o falacia de ser guiado.

A efectos de ubicación en algún referente teórico, me gustarí­a mencionar los estudios de Jerome D. Frank (1.982). Para Frank, los elementos terapéuticos compartidos por todas las psicoterapias son básicamente tres. Primero, el reconocimiento social de la figura del terapeuta, sus credenciales, prestigio y ubicación profesional, que facilite al cliente “una relación emocional, de confianza con una persona que ayuda”. En segundo lugar, la existencia de un mito, compartido por cliente y terapeuta. El mito refiere cualquier teorí­a o marco de referencia compartido. Y el tercero es la utilización de un rito. El rito refiere las técnicas concretas utilizadas, independientemente de que sean unas u otras.

En mi opinión, estas ideas estarí­an en lí­nea con la noción de la realidad plural u opciones de realidad, en el sentido de que cada persona construye su propio mapa o interpretación de la realidad, y despliega las condiciones implí­citas en él, y para el caso concreto de vivencias de malestar fí­sico y psicológico, la persona pondrá en marcha los recursos de sanación coherentes con su representación del mundo, utilizando los canales que se adecuen a él, y buscando la figura que se haga receptora del merecimiento sanador, ya sea el amigo, el psiquiatra, el sacerdote, la prostituta, el médico, etc.

Lo que nos interesa aquí­ es el reconocimiento social de la figura del terapeuta, y como éste se articula en la representación mental del cliente. En sociedades avanzadas se van desfigurando progresivamente los mecanismos y figuras arcaicas de contención y sanación, ya sea el jefe tribal o familiar, el brujo, el curandero, el sacerdote, el chamán, etc. y va tomando relieve la figura del psicólogo o terapeuta que va siendo progresivamente reconocido como catalizador o receptor social de las mismas y viejas demandas. El psicoterapeuta será el que puede amar, el que puede consolar, el que puede comprender, el que puede guiar. Digamos que habrí­a una demanda básica, camuflada entre otras posibilidades, destinadas a una sola figura: el psicoterapeuta.

EL TERAPEUTA COMO SACERDOTE
Históricamente, el sacerdote, al menos en la religión católica, ha cumplido entre otras una función confesional, de hacerse receptor de culpas u malestares, creando un espacio para la catarsis, y gozando del poder de reconfortar, perdonar, y consolar. Podrí­amos decir que cubrí­a una función de regulación emocional, ofreciendo consuelo a los dolores evocados por los propios demonios interiores y a las conductas sentidas como disonantes en relación de los mandamientos y reglas, a la par que tratamientos expiatorios y reconductores, en un intento de promover nuevamente el estado de gracia para el alma perdida y extraviada. Si bien el sacerdote ha ido perdiendo progresivamente su enclave social, su lugar preeminente, al abandonar gran parte del público su inserción en esta teorí­a-ficción religiosa compartida, no es menos cierto que pervive en el ser humano un anhelo de referentes externos de regulación emocional, y un afán de consuelo, expiación y reencuentro con su verdadera esencia, que podrí­a ser equiparable al estado de gracia y que habitualmente se experimenta cono un estar en paz con uno mismo y en armoní­a con el resto de seres humanos.

El terapeuta como sacerdote es el terapeuta que atiende lo emocional, que empatiza en este nivel, que acompaña en un proceso de limpieza (función toilette de los emergentes intestinales), que reconforta y consuela (a menudo calladamente, desde la simple aceptación), y que reconduce, acompaña y co-transita hacia el espinoso y “grato” camino del ser.

EL TERAPEUTA COMO PROSTITUTA
Me gustarí­a rescatar la figura de la prostituta como metáfora y también como realidad, que involucra una mayor complejidad de motivaciones, sentimientos y pasiones, en la persona usuaria, que el grado habitualmente vano y peyorativo con que suele ser tratada, quizá, precisamente por esto. La prostituta como figura aglutina una doble función, aparentemente paradójica. En primer lugar se la hace receptora de una ficción de amor, y en segundo lugar se vehicula esta ficción de amor por la ví­a del encuentro primordialmente sexual. ¿Podrí­a ser de otro modo?. Lo que voy a sostener es que la prostituta, como persona y evento real o fantaseado, es la metáfora explicativa por excelencia de las transferencias más profundas.

En mi opinión, uno de los anhelos más profundamente sentidos por los seres humanos es el anhelo de ser intensamente amados, y la principal representación que nos hacemos de ese intenso amar es la unión sexual, donde se desvanecen las diferencias entre yo y tú, donde yo soy tú y tú eres yo, y ambos somos una vibración del universo. Es el paraí­so perdido y permanentemente anhelado.

En el escenario materno-filial, el niño va sufriendo progresivamente la pérdida del paraí­so, aprendiendo a diferenciarse y a lograr un Yo progresivamente separado y autónomo. Pero este proceso suele implicar dolores, rechazos, rabias, frustraciones, y una multiplicidad de pasiones y asuntos inconclusos, que entrarán a formar parte del Yo y configurarán el carácter, a la par que van a convivir con el anhelo siempre latente de ser intensamente amado, de reencontrar el paraí­so perdido. La ficción de amor continuará gatilleando en la oscuridad del inconsciente sus fuegos errados.

La prostituta real o fantaseada ocupa un lugar de privilegio como canalizadora y depositadora del anhelo y a la vez de la falacia del ser amado, donde se articula y activa toda la transferencia parental en el peor de sus modos, como pasos a la acción (actings) de las vergí¼enzas, las venganzas, las sumisiones, los terrores, etc. Fáciles caminos para conseguir una excitación fugaz, y atisbar, muy, muy de lejos, el profundo deseo de amor. Los fuegos gatilleados desde la oscuridad del inconsciente seguirán errados, y la falacia del amor seguirá renovándose como falacia una y otra vez.

El terapeuta como prostituta se hace depositario de esta demanda o anhelo de amor. Involucra también su cuerpo en este interjuego reparental, donde en el lenguaje de la psicoterapia Gestalt los tonos “simpáticos” (aceptación y refuerzo de los aspectos más sanos y auténticos de la persona) se combinan con los “frustrantes” (puesta en cuestión y desafí­o de los más neuróticos y manipulativos), recreando constantemente ese ví­nculo transferencial, jugándolo, pero ahora ya, sujeto a la mirada consciente del cliente, a la posibilidad de análisis, y a la posibilidad de ser trascendido. Porque reencontrar el paraí­so perdido es un camino de vuelta. Hacer brotar el universo en uno presupone haber trabajado con la herida de la expulsión, haberla asumido, haberse reconciliado y haber entendido profundamente el yo so yo y el tú eres tú. El terapeuta como prostituta enfatiza su función de cuidado del cuerpo, de las tensiones, de las enfermedades del alimento, de los aspectos más primarios y viscerales, etc. Y de protección ante los entornos demasiado indigestos y destructivos. (Función nutricia para los emergentes orales).

EL TERAPEUTA COMO CIENTíFICO
Vivimos en la era dorada de la ciencia. El mero calificativo de cientí­fico causa un pasmo reverente y cautiva la mente del hombre progresivamente racional. Todo es, o ha de ser, explicable, y, por tanto, sujeto a control. El hombre se enseñorea, con su potente encéfalo, ante los misterios de la naturaleza, no obstante los peligros ecológicos constituyen lo obvio de la vida cotidiana. El hombre cabalga, orgulloso y vencedor, a lomos de su dragón interior que aparenta esclavitud, no obstante nos catapulta al abismo creciente de la ansiedad. La ciencia constituye, en fin, la última y más dorada ficción del ser humano moderno. Es la ficción de la inteligencia, del conocimiento, la que crea la suposición de que conocer y entender tiene un efecto liberador. Y se agolpan las gentes con su sincera pregunta: ¿podrí­a decirme qué es lo que me pasa?, ¿por qué me ocurre esto?, poniendo al desnudo su hambre de conocimiento.

Cuando el hombre moderno no consigue explicarse las razones de sus vivencia de malestar psicológico, acude al especialista, y pregunta porqués, y espera la rápida remisión de sus sí­ntomas por mor de la magia de las más recientes tecnologí­as al uso. Vivimos bajo el imperio del paradigma tecnológico-cientí­fico que todo lo inunda. Y es justamente ahí­ donde se hace más notoria la artificial división entre mente y cuerpo, entre mente y espí­ritu, y se dibuja la angosta figura de hombre escindido y alienado.

El terapeuta como cientí­fico se hace depositario de demandas de entendimiento, de que active sus recursos de explicabilidad de los fenómenos psicológicos, organí­smicos y relacionales, de que los encuadre en referentes teóricos reconocidos, de que los incluya en espacios cientí­ficamente luminosos que los hagan menos opacos y amenazantes. El terapeuta como cientí­fico activa una función de contención por ví­a de la racionalidad. (Función contención para emergentes disgregadores).

EL TERAPEUTA COMO GURíš
Seguramente la palabra gurú trae a la cabeza una gran variedad de acepciones y representaciones, como santón, iluminado, trascendido, maestro, etc. No obstante, en mi propia representación, la palabra gurú me conecta principalmente con la noción de guiaje, de conducción, y refiere principalmente el ámbito de la espiritualidad. Básicamente serí­a una función de guiaje por una ví­a de iniciación y acceso espiritual.

Y creo que aquí­ nos metemos en un territorio sumamente complejo acerca de cómo encarar la vertiente espiritual, en el que fácilmente podemos mezclar desde los aspectos más sacrales de las religiones hasta los más formales y burocráticos, desde la doctrina de la transmigración de las almas y las morales de perfeccionamiento hasta los cultos más hedónicos, desde las sendas más ascéticas a las más mundanas, pero sea como sea la demanda de acceso espiritual, puede venir en mi opinión activada por un denominador común: la evidencia del precipicio existencial donde el ser colinda con el no ser, y la muerte anda agazapada como suceso constantemente presente y también como meta final, resultando vanos todos nuestros intentos de reconocer su forma y abarcarla, y también por otro lado la evidencia de nuestra completa soledad en este mundo.

El terapeuta como gurú acoge y canaliza la ansiedad que estalla, cuando se hace presente al cliente, las preguntas sobre su esencia más allá de la demarcación del Yo, sobre su sentido en la vida y su forma de encarar y cohabitar la muerte, acudiendo a sus propias ansiedades y vivencias al respecto, y preparándose para compartir desde el silencio, cuando la marea de preguntas todaví­a no encuentra respuesta, o desde la hermandad cuando se comparte un renacimiento energético o un florecimiento espiritual.

Después de todo lo expuesto, me gustarí­a puntualizar a modo de conclusión los siguientes aspectos: · El suceso psicoterapéutico se inicia mucho antes de la primera entrevista, a partir de las suposiciones previas del usuario acerca de la figura del terapeuta, y también a partir de las suposiciones previas del terapeuta acerca de su rol profesional.

· La demanda de asistencia psicológica conlleva en su propia estructura y de forma camuflada o no explí­cita una demanda básica de consuelo, de amor, de entendimiento, o de guí­a, que se articula a raí­z de la presentación mental que se hace el usuario de la figura del terapeuta, y que viene determinado por contextos históricos, culturales, ideológicos y sociales.

· El sacerdocio, la prostitución, el rol de cientí­fico y el de gurú son metáforas explicativas que arrojan comprensión acerca de cómo se constituye el escenario terapéutico.

· Las partes nos remiten a la totalidad, y abogo por la terapia integral o integrada y por el terapeuta holí­stico, que tenga la suficiente flexibilidad para alternar en sus funciones de sacerdote, prostituta, cientí­fico y gurú, y que pueda enfocar el plano emocional, corporal, mental y espiritual de la persona desde la comprensión de que cualquier parte es como un holograma en el que se refleja o incluye la totalidad.

· Respecto a las demandas planteadas, el terapeuta transita por el difí­cil equilibrio de asumirlas y al mismo tiempo desafiarlas, como falacias que progresivamente se han de ir desvaneciendo. Tomando como referencia el modelo de trabajo con polaridades de la psicoterapia Gestalt, y en concreto la polaridad alienación-integración, el proceso terapéutico tenderá a transmutar las cualidades de consuelo, amor, entendimiento y guí­a, desde fuera en la figura del terapeuta (alienación) hacia dentro en la persona del cliente (integración), facilitando que éste vaya reinstaurando el contacto con sus propios aspectos reparativos, amorosos y estimables, de comprensión de la realidad, y de autoguiaje frente a lo enigmático y abismal.

Porque el objetivo siempre es el mismo: la plena posesión personal.

 

Autor: Joan Garriga Bacardí­.
Institut Gestalt de Barcelona.