Entrevista a Joan Garriga por María Eugenia Sidoti para Revista Sophia (Argentina): clic aquí

—La gran duda es si al final es bueno preguntarse tanto…

—Mira, ayer estaba releyendo un libro de Tolstoi que se llama Confesión y justamente habla de este tema, de la eterna pregunta, del para qué, de qué sentido tiene todo esto. Y él se pone muy desesperanzado, porque busca las respuestas en la ciencia y no las encuentra. Entonces se topa con Schopenhauer, que tiene una visión muy pesimista, y busca también en abordajes hinduistas, donde la muerte se valoriza más que la vida. Lo cierto es que luego se da cuenta de que los hombres simples, los que no se hacen preguntas tan profundas, viven más conectados a la vida porque están en contacto con lo esencial y viven en comunidad. Cada época tiene sus retos. Para mí lo que importa es vivir y buscar una vida significativa.

—¿Por qué creés que nos cuesta tanto conectar con aquello que al fin y al cabo es tan simple?

—En términos míticos, es la expulsión del paraíso, que en términos biográficos también sería una caída del paraíso original, la primera infancia, en la que vivimos en la realidad vivida y no en la realidad pensada. Pero luego, claro, caemos en el pensamiento y, poco a poco, la personalidad coloniza nuestro ser y al final somos lo que creemos que somos, no tanto lo que somos de verdad. Somos nuestros pensamientos y hay una desconexión de nuestra naturaleza instintiva, de nuestro ser esencial.

—Pero en algún momento llega ese llamado heroico a conectar con la propia vida, algo que ocurre mayormente hacia la mitad de la vida, ¿verdad?

—Puede ocurrir en cualquier momento, el tiempo de cada uno es impreciso. Para los más afortunados, estas crisis tienen lugar hacia los 40 o 50. Pero un niño también pierde a su madre en el parto, por ejemplo, o a su padre cuando tiene cinco años en un accidente. Así que a veces hay tragedias, traumas, pérdidas que por un lado duelen y, por el otro, ayudan a madurar. De hecho, hay personas notables que hicieron grandes creaciones artísticas y, si uno repasa su biografía, es raro que un gran literato, un gran creador, no haya sido inducido por el impacto de la desgracia. Tarde o temprano el descarrilamiento aparece. La muerte de un hijo. Perder un trabajo. Desear un hijo que no llega. Amar a alguien que se enamora de otra persona. Esto nos lleva a preguntarnos si, además de mis deseos y mis temores, hay alguien más adentro. Alguien que no es el que desea ni el que teme, sino que tiene una conexión espontánea con la vida.

—¿Qué es lo que ocurre entonces?

—Así es que parece que hay una tonalidad espiritual que necesitamos encontrar. Y esta tonalidad no la encontramos en nuestros trajes, en nuestros disfraces, sino en aquello que nos desnuda, aunque no queramos, en algún momento de la vida, para obligarnos a emprender el viaje del dolor. Porque es viajando a través del dolor que llegamos a la orilla de una cierta libertad, de un cierto amor, de algo más trascendente.

—¿La espiritualidad nos ayuda a tener una mejor vida?

—La gente que tiene fe, pero no como creencia sino como un fuego primordial, creo que vive mejor, se deprime menos y soporta de otra manera las inclemencias. Una vez, un hombre me dijo que su mujer lo había dejado y había sufrido mucho, y que lo que lo ayudó fue meditar. Porque lograr un estado de presencia y atención favorece el amor a uno mismo y a la vida también. La meditación es como un ojo que observa y no rechaza nada, tampoco se apropia de nada. Y al acoger todo, nos acogemos nosotros. Por eso digo que no basta con lo psicológico, sino que se necesita una apertura más espiritual. De hecho, no creo que haya mucha distancia entre psicología y espiritualidad: los grandes psicólogos han sido los filósofos que han tenido un punto de apertura hacia aquello que permanece, aunque las cosas cambien.

—¿Dónde podemos reconocer esa tonalidad?

—Necesitamos estar enchufados con algo que nos habla, que viene del daimon, como decía Sócrates, de la sabiduría interior. No de nuestros preconceptos e ideas. En la casa donde vivió Carl Jung hay una inscripción que dice: “Invocado o no invocado, Dios está presente”. Es ese algo trascendente, sabio, abarcativo, primordial que vive en todos nosotros y al que accedemos a través del lenguaje de los sueños o el lenguaje del cuerpo. Ese daimon que Sócrates decía que le hablaba y lo guiaba, y que se podría traducir como la voz interior que no es la voz de la personalidad con la que estamos identificados.

—¿Y cómo despertamos a eso?

—Buenos, a veces no se sabe si están más despiertos los dormidos o los que dicen que están buscando. A veces los buscadores son tan propagandistas de su búsqueda, que no se dan cuenta de que están en un movimiento que les aleja de sí mismos. Hay gente que vive una vida sencilla, pero está en sí misma. Así que no sé… Pero sí, es verdad que hay un porcentaje alto de personas que vive en automático, y que salimos de esa inercia porque vivimos un sufrimiento. Se dice que en el viaje de la vida, en el viaje heroico, aparece el llamado de la aventura, que es un llamado a caminar otra posibilidad distinta de la que vivimos. Y este llamado muchas veces toma la forma de desventuras, o también de un paisaje, una melodía, una película, algo que nos despierta a otra dimensión.

—¿Qué pasa cuando no queremos atender esa llamada?

—En las fases del viaje heroico, primero está la llamada y luego el rechazo a esa llamada. Cuántas veces he escuchado a clientes decir, en terapia, “es que lo que yo quiero es que las cosas sean como eran”. De repente se ha desestructurado el statu quo, pero uno se resiste y no quiere aceptar el llamado de que hay que emprender otra travesía. A veces es irremediable y hay que cruzar el umbral de lo conocido, esta frase tan común hoy en día que todos dicen: “salir de la zona de confort”.

—¿Qué opinás sobre esa idea?

—Me parece odiosa de tanto que se ha popularizado. Pero cuando lo conocido se ha vuelto invivible, es verdad que no queda otra que desplazarse a otro lugar interior o a otro lugar exterior. Y ahí aparecen tanto los aliados como los demonios. Porque si estuvimos en ese confort es porque no enfrentamos ciertos demonios. Pero hay una promesa y es la posibilidad de la resurrección o renacimiento. Renacemos a una vida nueva. Éramos unos y después de una serie de etapas, somos otros. Con suerte, a medida que la vida avanza, ganaremos desapego, sabiduría, madurez, amor propio, amor a los demás, amor a la vida. Con menos suerte, nos vencerá la amargura, el resentimiento, el victimismo.

—Es tranquilizador saber que el dolor es un gran maestro, pero a veces uno preferiría no tener que tomar clases con él…

—Es que hay que acogerlo para que nos conduzca al amor. Si uno lo acoge, quema las resistencias. Ya sé que esto es difícil de explicar, pero es que la pregunta que hay que hacerse es ¿a quién le duele? ¿Al controlador, al omnipotente, a la víctima? Si le duele al orgullo, a la vanidad, a ese sufrimiento hay que desenmascararlo, liberarlo. Dejarnos atravesar por el dolor dura un tiempo y luego nos hace más libres, más reales, más amorosos, más compasivos. Nos conecta con una profundidad desconocida. Y claro, uno no quiere esto, pero al final es un dolor dirigido a quemar los argumentos del ego, del yo personal.

—Hay una frase en uno de tus libros que tomás prestada de Salvador Pániker, que dice que hay que “soltar la importancia personal». Es una buena idea.

—Claro, por eso te decía que en esta búsqueda de la conciencia a veces hay mucho ombliguismo, mucho narcisismo. En realidad, nadie quiere avanzar demasiado. Es decir, la gente quiere avanzar espiritualmente. Pero hacerlo significa estar más libre de uno mismo. Y claro, uno no quiere soltarse a sí mismo ni dejar de ser esto y lo otro. Ahora, la gente que llega lejos en el camino conoce la nadieidad. ¿Quién eres? Nadie. Porque ya no hay nadie ahí adentro que diga “soy tal cosa”. No es poco.

—En todos estos años acompañando a tantos seres dolientes, ¿qué tesoros has recibido de ese proceso?

—Espero haber ganado un poquito de sabiduría, de hondura y bastante más compasión y bondad. Más respeto a la realidad tal y como es, también. Y un cierto desapego, porque al final las cosas son tan trágicas como cómicas. Así que nos ayuda saber que nada es tan grave, la verdad.

—O sea que siempre podemos cultivar la alegría, aunque la vida pese.

—Así es, la alegría a pesar de los pesares. Porque si esperamos tener alegría por algo bueno nos perdemos. Es más interesante la alegría por nada, por la misma alegría del ser. Alegrarse por el canto de un pájaro, por el juego de un niño que, como decía Galeano, juega sin saber que juega.

—¿Puede florecer en nosotros la espiritualidad aunque no abonemos ese terreno?

—Creo que la semilla de la espiritualidad, del misterio, está en todos desde pequeños. Pero esto es independiente de lo religioso y no hay que confundir espiritualidad con religión. Quien más claro lo dijo fue Nietzsche: “El rebaño necesita consuelo porque no se atreve a enfrentarse a sí mismo”. De hecho, cada vez es más común la espiritualidad laica, que no está adscrita a ningún movimiento religioso. Yo me crié en un entorno católico, pero nunca lo sentí mío. Sin embargo, a veces entro en iglesias para sentir el silencio, el misterio. Una vez, un terapeuta que ya falleció lo dijo en estos términos: “Los terapeutas, cuando son mayores y llevan muchos años trabajando, tienen dos caminos: el alcoholismo o la espiritualidad”.

—¿Cómo se sostiene esta fragilidad humana?

—Creo que se sostiene en el amparo grupal, en lo comunitario. Pero hay gente que se quiebra y entonces empieza a pensar que esta vida es completamente injusta y se refugia en los anestésicos. “No hay sentido”, dice. Lo cierto es que vivimos una vida más sana mentalmente cuando sentimos que hay otros y que, pase lo que pase, no estamos solos. La familia, cuando hay buenos vínculos, los amigos, la comunidad en la que estás inserto. Hoy vivimos en la era del yo, del individualismo extremo, y esto puede llevarnos muy lejos en el viaje personal, pero a veces lastima la necesidad de amparo grupal. Somos codependientes en el buen sentido: es nuestra condición de mamíferos.

—¿Qué es, de acuerdo a tu experiencia, lo que más nos duele hoy en día?

—La gente tiene problemas porque creo que no está bien asentada en sus vínculos. Los vínculos están desordenados, hay mucho enredo vincular. Las constelaciones son una herramienta al servicio de desenredar y ordenar, y que las personas entiendan la naturaleza del sufrimiento, que a veces ni siquiera lo comprenden, porque viven tan ensimismadas que no perciben lo que está pasando. Y los vínculos son, siempre lo digo, la unidad básica de la vida. Hay un yo y luego hay algo mayor que nos conecta al otro.

—Vivimos en sociedades medicalizadas, donde muchas veces la medicación busca tapar el síntoma de eso que genera malestar.

—Vivir en un sistema que nos empuja a vivir de una determinada manera crea una serie de problemas que luego tratamos de solventar consumiendo medicaciones. Pero no miramos qué es lo que causa el malestar. Y creo que más pronto que tarde habrá que preguntarse cómo hay que vivir para que la salud mental no se resienta tanto. Para que prevalezca la salud mental y la salud comunitaria. No tengo todas las respuestas, pero me imagino que con un sentido mayor de pertenencia, para que la gente no se sienta tan a merced de las inclemencias de las cosas, como por ejemplo dar la talla en un determinado grupo social. Competimos constantemente. Las propias escuelas están infectadas del virus de la competición.

—De hecho, los adolescentes están en riesgo: ludopatía, ansiedad, depresión, suicidios… ¿Qué papel juegan en todo esto las redes sociales?

—Nos volvimos locos en esta cultura de mierda. Llevar a un hijo a un sitio para que se destaque, para que gane. La lógica de ganadores-perdedores. Y es que las redes sociales son un basural, el lugar de comparación por excelencia, donde la gente expresa lo peor de sí misma. Hay de todo, claro, pero hoy funcionamos con parámetros conceptuales que son enfermizos en sí mismos. Habría que revisar muchas cosas para reflexionar a fondo sobre unos cuantos temas: la violencia, la agresividad.

—La soledad, también, ¿no?

—Eso, la falta de vínculos significativos. En Europa hay personas que mueren solas en su departamento y nadie las reclama. Se están creando ministerios de la soledad. ¡Nos volvimos locos! Vamos contra nuestra propia naturaleza. ¿Por qué no creamos formas de vida donde la gente no necesite llegar a estar tan sola?

—En momentos tan difíciles, ¿qué es lo que te da esperanza?

—Mucha esperanza no tengo. Es decir, sí, estamos tú y yo aquí conversando, y esto de compartir es bonito. Pero miro a Israel y Gaza, miro a Rusia y Ucrania, y cuando veo estas cosas me pregunto hasta cuándo. La gente tiene buen corazón, es solidaria. Los niños, por ejemplo, no piensan tú eres argentina, yo soy chileno; o yo soy judío y tú palestino. Pero empezamos a construir estas identidades y luego matamos por ellas. Y este juego no se supera, llevamos toda la historia. Cuando se construye el concepto del yo diferenciado, de esto es lo mío y esto es lo tuyo, se generan las luchas patriarcales por el poder, la idea de que hay que imponerse sobre el otro.

—Pienso que las madres no queremos que nuestros hijos vayan a la guerra. ¿Tal vez la paz que necesitamos puede ser un asunto de las mujeres?

—Hay una obra griega llamada Lisístrata, de Aristófanes, donde las mujeres hacen una huelga para no tener sexo con sus maridos hasta que dejen de hacer guerras. Esa sería una bonita revolución: que todas las mujeres del mundo se levanten y se nieguen a todo tipo de sexualidad hasta que no paren de matarse unos a otros. Ahí ves cómo los mitos pueden ser muy importantes.

Entrevista a Joan Garriga por Sabrina Diaz Virzi para Diario Clarín (Argentina): clic aquí

“Todo sufrimiento empieza con alguien que le dice a la realidad que está equivocada”, explica el psicólogo y gestaltista Joan Garriga, uno de los máximos referentes en constelaciones familiares en español.

En su reciente paso por Buenos Aires para presentar sus últimos libros, conversó con Clarín sobre los beneficios -y prejuicios- asociados a las constelaciones familiares. Además, aporta las cuatro cualidades imprescindibles que debe cumplir un buen constelador familiar.

El autor se caracteriza por hacer convivir teoría psicológica, filosofía y espiritualidad. Se mete en explicaciones trascendentales de la vida y las lleva a niveles prácticos, con ejemplos reales.

En esta entrevista, advierte sobre la importancia de abrazar la realidad tal como es para no sufrir, llama la atención sobre los disfraces que nos creemos a lo largo de la vida, reflexiona sobre cómo vivimos la muerte hoy y por qué están de moda las promesas vacías del positivismo ingenuo (“si te lo proponés, vos podés”).

Licenciado en psicología, en 1986 creó el Instituto Gestalt de Barcelona, donde desarrolla su actividad como terapeuta y formador en constelaciones familiares, coaching sistémico, terapia Gestalt y PNL. Allí invitó en 1999 a Bert Hellinger -teólogo y creador de las constelaciones familiares- a presentar su trabajo sistémico sobre constelaciones familiares. Con el tiempo, él mismo se convirtió en uno de sus principales exponentes.

Las constelaciones familiares, en búsqueda de la felicidad

En su último libro, Constelar la vida (Destino), asegura que las constelaciones familiares son “una herramienta de exploración de la felicidad y la infelicidad en las tramas vinculares”. Dice a Clarín que las personas “se experimentan más contentas, seguras, asentadas o amparadas cuando tienen un buen vínculo con los padres, con los hijos, con la pareja, con las exparejas, con el árbol genealógico, con la salud, con el trabajo… Así que, en este nivel, contribuyen a sanear o reestructurar tramas vinculares que habían quedado obstaculizadas por el peso del dolor o el peso de la violencia”.

Garriga dice que la mejor definición de felicidad que ha encontrado es de San Agustín y la incluyó en el libro La llave de la buena vida (Destino, 2014): “La felicidad consiste en tomar con alegría lo que la vida nos da y en soltar con la misma alegría lo que la vida nos quita”.

Pero, advierte, “tomar y soltar con alegría solo es posible desde un lugar interior al que no podríamos llamarle el ‘Yo personal’, sino el ‘Yo esencial’. En algunas personas que han tenido pérdidas muy graves, procesos de sufrimiento o situaciones de peligro a veces se apaga un poco el ‘Yo personal’ y aparece este ‘Yo esencial’, cuya función es abrazar la vida tal y como es, y esto incluye la enfermedad, la muerte y todas las dimensiones de la vida”.

– ¿Cómo se trabaja ese “Yo esencial”?

– Por una parte, a través de una comprensión intelectual: yo tengo pensamientos, tengo deseos, tengo temores, tengo emociones pero, al mismo tiempo, yo soy el que observa todo esto.

Es lo que hace la meditación: nos convierte en observadores de nuestra realidad. Entonces, vivimos en el mundo de la pasión, y vivimos en el mundo de la observación de la pasión; vivimos en el mundo de la identidad, y vivimos en el mundo de la observación de la identidad.

– Mirarnos “desde afuera”…

– Mirarnos desde la conciencia que vive en nosotros, que es como un espejo que refleja todo y no rechaza nada; abraza la realidad tal como es y no se apropia de nada.

Por otro lado, ayuda cultivar la atención al cuerpo, meditar, y desarrollar la actitud de querer encontrar el regalo, o la perla, que puede venir envuelta en el dolor o en el sufrimiento. Porque cuando la gente sufre hay dos caminos: la resistencia, o navegar en el dolor. Y cuando dejamos de resistirnos y navegamos en el dolor, mucha gente descubre que algo más esencial le cuida a uno, a pesar de los pesares.

En este sentido es espiritual; por eso digo que las constelaciones es un abordaje psico-espiritual, y la vida es un abordaje psico-espiritual, porque encarnamos una identidad y, al mismo tiempo, formamos parte de un misterio: no sabemos por qué estamos aquí, qué sentido tiene esto; hay un misterio que no podemos comprender, pero podemos abrazar.

– Se relaciona con el amor fati de Nietzsche, que decís que es el principio fundamental de las constelaciones, aceptar la realidad.

– Todo sufrimiento empieza con alguien que le dice a la realidad que está equivocada: “yo debería de haber tenido otra madre”, “mi pareja no debería de haberme dejado”, “este hijo debería haber nacido”.

– Estar en desacuerdo con lo que es.

– Exacto. La dialéctica entre la voluntad del Yo o la voluntad propia, y la voluntad de la vida: a veces se hace nuestra voluntad, y muchas veces se hace la voluntad de la vida. Por eso en abordajes espirituales se dice “In sha’ Allah”, que se haga tu voluntad en el Islam, que significa rendición a una voluntad más grande; porque cualquier persona que ha vivido muchos años sabe que pasarán cosas que son distintas de las que uno desea.

Los disfraces no son nuestra verdadera esencia

– Quisiera preguntarte sobre nuestros disfraces, esa “legión de yoes”, personajes que solemos confundir con nuestra verdadera esencia y que, en el fondo, decís que no nos pertenecen. ¿Por qué no nos pertenecen, por qué nos los tenemos que sacar de encima, y cuál es el rol del desapego en esto?

– Para viajar en la vida necesitamos adoptar identidades, pero podemos preguntarnos “por qué adopto una identidad de hermético y no una identidad de expansivo”, o “por qué adopto una identidad de orgulloso y no de humilde”, o al revés. Y entonces descubrimos que nuestras principales identidades se crean en el caldero de nuestras vivencias iniciales, con nuestros padres y cuidadores: los imitamos y adoptamos identidades de ellos.

O hay cosas que nos duelen y, para defendernos, adoptamos identidades que son defensivas: la identidad del duro, del resentido, del vengativo, de la víctima, del salvador… A veces son identidades que se han fraguado para defendernos del dolor o el malestar que experimentamos. Entonces, son identidades que tienen mucha fuerza en nuestra vida: son tiránicas, nos colonizan.

Tenemos 60 años y seguimos funcionando como si tuviéramos 5 años… Por eso importa también flexibilizarse un poco, desprenderse, porque todo tiene su momento bajo el sol, su momento de nacer y de morir. Si uno tiene una identidad o una máscara muy fija, le creará muchas complicaciones en la vida. Porque si yo tengo una máscara de dureza, entonces los demás tendrán que ser blandos para compensar mi dureza, y crearé relaciones de pareja en las que, por ejemplo, “tú tienes que ser blanda y tierna para que yo pueda ser duro”.

– Ser conscientes de esas máscaras y ver qué hacemos con eso…

– Son vestiduras. Al final de la vida nos vamos a desprender de todas las identidades; si a uno le dio por parecer “importante” o “bueno”, estas entidades se van por la rejilla, se desvanecen.

La muerte, un orgasmo cósmico

– Como en el ejercicio de la muerte (que hizo en un taller con terapeutas y personas experimentadas: enfrentarse a la propia muerte “personificada” en otra persona y decirle “aún necesito tiempo para…”). ¿Es un tamiz, donde queda lo esencial o verdaderamente importante?

– Hace poco, en La Contra (del periódico La Vanguardia), entrevistaron a un hombre [Enric Benito] que acompaña a moribundos y decía “la muerte es un orgasmo cósmico”, en el sentido de que nos desprendemos de todo. Y esto, que parece tan horroroso, cuando uno se entrega, se queda en la nada y parece ser que es un orgasmo cósmico, como la gran bienaventuranza, la gran bendición.

Por eso también hay abordajes espirituales que trabajan para -paradójicamente- cultivar la nadiedad, el desprendimiento: la vida es un viaje donde hay que encarnar identidades y, al mismo tiempo, saber que uno no es estas identidades; que sean funcionales, pero no esenciales.

– Sobre la muerte, hablás sobre nuestro “divorcio con nuestros difuntos”. ¿Por qué hoy vemos la muerte como algo disociado de la vida? ¿La posmodernidad se “olvidó” de la muerte?

– Me crié en un pueblo, vi cadáveres, niños que se habían ahogado, e iba a su casa a despedirlos. De alguna manera, la muerte aún estaba presente en la forma de vivir.

He viajado a la India y ves cómo portan los cadáveres y los queman: la muerte se hace presente como parte de la vida.

Pero ahora, en Barcelona, en la ciudad, la muerte existe sólo si toca a alguien que pertenece a tu red afectiva, entonces es como más lejana.

Creo que la posmodernidad también rinde un culto absoluto al Yo, a la “libertad individual” entre comillas, a la exacerbación del individualismo. Y, claro, hay que saber que no somos libres, es decir, que no todo es posible: que uno puede decir “he decidido esta mañana medir 1.90 mts.” pero no, mides 1.60mts; aparecerá algún médico que haga alargamientos, pero no todo es posible.

también muchas cosas son posibles, pero hay que saber ambas cosas. Pero hay mucha cultura de que “todo es posible”, hay mucha estupidez en la cultura.

No todo es posible

– Las promesas vacías del “si te lo proponés, vos podés” que está tan de moda.

– Es una inmensa tontería. Tiene una parte motivacional que dirigida a las personas asustadas e inseguras que puede estimularlos a sacar un poquito más de fuerza, pero no se puede todo.

– ¿Por qué creeés que pegó tanto este discurso (desde lo empresarial a lo espiritual)?

– “Si vos podés, podés curarte de tu enfermedad”. ¡Mentira! Es una falta de respeto a la enfermedad, y es una visión del mundo combativa.

Hace años vi esto de la “ley de la atracción” (a la que he criticado en alguno de mis libros) y donde ha ido la atracción funciona un poquito; pero hay que compatibilizar con la ley de la gran voluntad.

Me mandaron un vídeo de alguien que decía “si tú quieres, puedes ser rico y dar la vuelta al mundo”, y yo pensaba “Dios mío, ahora imagínate que a todo el mundo se le ocurre querer ser rico y dar la vuelta al mundo, menudo mundo viviríamos”. Mira cómo va el mundo, que todos estamos yendo de acá para allá, pero imagínate que los 8.000 millones tuviéramos que ser ricos y dar vueltas a todo el mundo, ¡sería la destrucción masiva del planeta!

Es decir, a veces las ideas de lo que “hay” que desear y lo que “hay” que querer son un poco estúpidas. ¿Por qué hay que desear ser tan rico, para qué sirve ser tan rico? ¿Por qué hay que desear tener tanto éxito o tanta fama?

En realidad, son los caminos al infierno personal, que están empedrados de poder, dinero y afán de notoriedad, pero son como griales que la cultura nos vende. Creo que alguien con 20 años esté seducido o nublado por estos griales puede tener sentido, pero luego maduramos un poco y aprendemos a distinguir lo esencial de lo no esencial.

– Y genera culpa, porque significa que si no lo lograste es porque no lo intentaste lo suficientemente…

– Esto solo muestra que estamos completamente locos, porque la salud crece y fermenta (y la salud mental con más facilidad) en un universo más amistoso y amable.

Uno se levanta por la mañana y se pregunta “con quién tengo que luchar para ser más y para que el otro sea menos”. Esto no milita a favor de la salud mental; es una locura sistémica absoluta. Por eso los índices de salud mental cada vez son peores, porque esto genera malestar en las familias, en las personas…

Tampoco soy un experto en sociología, pero sí me parece que es más rico quien dispone de una red social bonita, quien tiene buenos amigos y hermanos, quién ama y tiene personas que confían en uno, que respeta o ha trabajado las heridas con sus padres. Y esto es una riqueza muy superior al narcisismo que se supone que uno tiene que gritar “¡yo soy alguien!”

La soledad y el sentido de nosotros

– En ese sentido, en el libro decís que “se ha exacerbado tanto la dimensión de lo individual, del Yo, que se ha perdido una vivencia más natural de la vida como mamíferos: el sentido de nosotros”.

– La cultura y el sistema nos ha impulsado a “yo, yo, yo”. Cuando uno vivía dentro de un marco social muy estructurado o dentro de una familia extensa, los roles estaban muy marcados. En nuestra cultura se nos ha entregado la posibilidad de desarrollarnos a nuestra propia manera, pero el precio es muy alto: uno llega lejos en el viaje de sí mismo, pero el precio es que le falta compañía.

Yo me crié en el pueblo, y en las familias vivían los abuelos, los padres, los hijos… Cuando sea muy mayor me gustaría ver niños, no me gustaría estar confinado en un lugar donde todos somos ancianos.

– Vivimos cada vez más solos.

– Y te digo que en Argentina y algunos países latinoamericanos hay riqueza social. La gente hace de todo, pero se busca. En Europa somos animales de granja domesticados, donde cada uno vive en su jaulita. Y esta es la tendencia.

En España aún hay bastante vínculo, pero hay países donde hay mucha soledad. Hay países donde crean el Ministerio de la Soledad para gestionar el problema de soledad en la gente mayor (Inglaterra).

Creo que habría que pensar en la causa de los problemas, no en sus efectos; y a veces se buscan soluciones para los efectos (si estás enfermo, vamos a tratar la enfermedad, pero seamos más preventivos y preguntémonos la causa de la enfermedad).

– Pero es difícil salir de la rueda del hámster.

– De la rueda diabólica, del anti-mamífero, de la anti-naturaleza.

– En un momento hablás de entender la “naturaleza de nuestra esclavitud” en relación a las atmósferas familiares con las que cargamos.

– La gente dice “yo soy libre”. Pero no has elegido tu cuerpo, no has elegido nacer de esta señora o de la otra, no has elegido el árbol genealógico que te toca… Y el árbol genealógico tiene huella, y en el trabajo sísmico de constelaciones sabemos que nos influyen -afortunadamente- cosas que vivieron nuestros anteriores.

Somos los receptores de infinidad de recursos y aprendizajes de nuestros anteriores, solo que algunos de estos aprendizajes son cargas. El abuelo aprendió a tener una actitud muy desconfiada porque durante la guerra le tocó vivir muchos peligros; y esta actitud desconfiada queda instalada en el sistema y un nieto, que ya no le corresponde, vive viendo enemigos por todas partes, o desarrolla una esquizofrenia porque piensa que le quieren matar (cuando a quien querían matar era al abuelo). Así que el problema es que algunos aprendizajes siguen activos cuando ya no son necesarios.

Somos el legado de tantas cosas que han ocurrido en nuestro árbol genealógico. Es, al mismo tiempo, esclavitud y bendición. Alejandro Jodorowsky tiene un libro precioso que dice Donde mejor canta un pájaro… es en su árbol genealógico. Se trata de encontrar nuestro mejor canto desbrozando la maleza e iluminando los laberintos de nuestro árbol genealógico.

¿La culpa es de los padres?

– Decís que cuando empezaste a trabajar en el mundo de las terapias estaba de moda echarle la culpa de todo a los padres. ¿A qué le echamos la culpa hoy?

– La táctica de echar la culpa es maravillosa, porque mientras echas la culpa a los demás, te autoseduces con tu supuesta inocencia. Cuando empecé en el mundo de la psicoterapia, el discurso era “tenemos problemas por la infancia, por el vínculo con los padres”, y es cierto, no es una creencia falsa.

Pero, al final, la pregunta relevante para progresar terapéuticamente es “cómo tomo responsabilidad de lo que estoy viviendo y de lo que me ha tocado vivir”.

Como decía Machado, “soñé, ¡bendita ilusión! que una colmena tenía dentro de mi corazón / y las doradas abejas iban fabricando en él, con las amarguras viejas blanca cera y dulce miel”. De esto se trata: cómo con las amarguras viejas logramos fabricar blanca cera y dulce miel; cómo transformamos dolor en amor, de esto va al viaje de la vida y el viaje terapéutico. Todo lo que hace la terapia es contribuir a transformar dolor en amor.

Las constelaciones familiares ordenan el amor

– Hablando de amor… Decís que “las constelaciones reordenan el amor” (órdenes del amor), pero que el amor no lo puede todo. ¿Qué significa y por qué?

– Hay evidencias de que el amor no lo puede todo. ¿Cuántas parejas dicen que se quieren, pero no logran estar bien? ¿Cuántos padres aman profundamente a los hijos, pero los hijos tienen problemáticas de adicciones u otras cosas? Entonces, el amor no basta: se necesita el “buen amor”, se necesita el amor ordenado, que se reconoce porque las heridas propias y del sistema familiar han sido curadas; donde no hay personas que están mal miradas, y cada quien está en el lugar que le corresponde.

Una mujer dice “mi vida es una mierda, yo estoy muy mal, pero lo que quiero es que mi hija esté bien porque amo a mi hija”; pero así no funciona: tu hija no va a estar bien si tú no cuidas bien de tu vida y no estás en tu lugar como madre; es pedir peras al olmo.

Hay reglas del buen amor que hay que considerar para que el amor que se da en la mayoría de las personas florezca en forma de bienestar, creatividad, fertilidad. Por ejemplo, yo soy judío y tú palestina, y nos hemos enamorado, pero ¿vamos a poder con la deslealtad que significa para mi grupo de origen y tú con tu grupo de origen? Ya veremos. Porque esto requiere un salto cuántico interior para hacernos más libres de nuestra adherencia a los grupos de pertenencia (yo al grupo judío y tú al grupo palestino). Y nos amamos, pero es que el amor no sé si lo puede todo.

– La última vez que hablamos dijiste que “las constelaciones familiares aún no son explicables con instrumentos que satisfagan nuestra nuestra racionalidad”. En el libro fantaseás con levantarte en 300 años y ver qué pasó. ¿Creés que lograremos explicar algo más, cómo van a evolucionar?

– En el frontispicio de la casa donde vivió Jung, cerca de Zurich, hay una inscripción que dice “invocado o no invocado, Dios está presente”. Entonces, las constelaciones familiares -explicables o no explicables- traen rendimiento terapéutico, alivio, maduración a las personas.

Todavía no es explicable por qué los representantes son tomados por vivencias que reflejan las de los representados, pero esta inexplicabilidad se supera a través de la experimentación.

Si tú en tu artículo pones “los representantes sienten los sentimientos de los representados”, algún cartesiano va a decir “éstos han tomado algo”. Pero si luego uno de éstos viene a un taller de constelaciones y tiene la experiencia, dirá “ahora lo comprendo”. Esto significa que a veces la información se transmite de una manera que todavía no logramos explicar.

Pero el mundo está cada vez más abierto a ideas novedosas. En mi opinión, las constelaciones pertenecen al ámbito (no exclusivo, pero sobre todo) de la psicoterapia, donde aparecen psicólogos que se sienten un poquito amenazados y dicen “esto es escoria” o “es una magia irrelevante”; y también hay que decir que no les falta un poco de razón, porque hay una porción de personas que trabajan con las constelaciones que les va mucho la novela esotérica.

Cómo elegir un buen constelador familiar

– Justamente, uno de los principales desafíos al decidir realizar una constelación es elegir a un buen constelador. ¿Qué aspectos debería tener en cuenta alguien que lo hace por primera vez?

– Tener la impresión de que es una buena persona. Tener la impresión de que es humilde. Tener la impresión de que es profundamente respetuoso. Y tener la impresión clara de que el terapeuta va un paso por detrás del paciente, no un paso por delante.

El terapeuta acompaña, pero no dirige la vida de nadie. Si te encuentras a alguien que es muy narcisista o no le ves tanta bondad, aléjate y búscate otra persona.

Hellinger era una persona que por su carácter tenía una gran autoridad; a veces hacía intervenciones que parecían muy pontificias, pero era profundamente respetuoso y sabía lo que hacía. En el ámbito de la terapia hay la tentación del poder, hay terapeutas que juegan -o jugamos- al poder de dirigir o influir en las personas. Hay que ser humilde, respetuoso, ir un paso por detrás, confiar en lo fenomenológico, no tener ideas dogmáticas.

Si yo voy a un terapeuta y me dice “a tí te pasa esto”, no vuelvo.

Publicada en Revista Parati (Argentina): clic aquí

– ¿Qué significa “abrir los ojos”, este concepto del cual vos hablás en el libro “Constelar la vida”?

– Muchas personas tienen problemas porque en lugar de ver y respetar que la madre está deprimida o que el padre no se conecta bien a la vida porque perdió a un hermano, se implican, se sacrifican por los padres en una suerte de amor ciego, con la idea también un poco de amor ciego.

También con la idea un poco heroica y extraña de que con su sacrificio los padres obtendrán un beneficio. Así que el amor ciego, básicamente, significa no poder integrar aquello que la realidad nos muestra claramente e implicarse en ello.

En cambio, el amor lúcido es uno que dice: “Mamá, veo que estás deprimida y lo respeto. Te quiero, pero no me corresponde a mi cargar con tu depresión, o deprimirme en tu lugar, o morir en tu lugar, sino que ésta es tu vida y yo tengo la mía”.

Digamos que el amor lúcido es uno que tiende a generar bienestar en las personas y el amor ciego es uno que hace que sobre un sufrimiento, por ejemplo en una familia, luego se construyan más sufrimientos. Por eso el subtítulo del libro es del amor ciego al amor lúcido.

Bert Hellinger, que es el que creó el trabajo de constelaciones, hablaba del amor ciego con dinámicas de tanta fatalidad, con que “te sigo a la muerte querido papá”, “me enfermo en tu lugar querida mamá”, llevo la tristeza por ti.

El amor ciego es un amor sacrificial y el amor lúcido es un amor que respeta la realidad del otro. Esto no significa que en una relación se desentiendan. Una cosa es cuidar un poco a alguien que está mal y otra es cargar adentro con el malestar de otra persona.

– ¿Y cómo podría lograr alguien el amor lúcido en su pareja?

– Muchas veces, en una pareja el otro es una invención que uno hace acerca del otro. Una pregunta que podemos hacernos es: “¿Vemos al otro o inventamos al otro en la medida de nuestros anhelos o expectativas?” Entonces, en realidad, toda pareja es una mezcla de invención y de atrevimiento a conocer la realidad del otro y así el amor lúcido sería “te veo más que te imagino o que te pienso”.

Por ejemplo, en el enamoramiento muchas veces se trata de, “me mueves mucho, pero te veo poco”. Luego, avanza la relación y voy viendo mejor quién eres y ya no me mueves tanto. Pero, me mueves lo suficiente como para elegirte como pareja.

– ¿Por qué es tan importante estudiar el árbol genealógico?

– Nuestra vida no empieza cuando nacemos o cuando somos fecundados, sino que somos un eslabón de una cadena y detrás nuestro están un padre y una madre, o a veces otras personas que nos criaron, nos cuidaron… Están nuestros abuelos. Entonces, lo que se ha demostrado es que en un sistema familiar los hechos que han tenido fuerza e impacto en este sistema se heredan de alguna manera, se transmiten y las figuras principales del árbol son el padre y la madre porque tuvieron mucha influencia cuando el hijo era niño y ahí se cuecen en este caldero familiar.

Es realmente importante porque una constelación trabaja con la posición que uno tome -de víctima, de vengativo, de perfeccionista-, que sirvieron en la infancia, pero luego, cuando uno va a la pareja o a otras relaciones, ya no sirven.

Por eso, el amor lúcido es un amor que mira el presente y se orienta hacia el futuro, y el amor ciego está influido por todas las reminiscencias del pasado.

– ¿Cualquier persona puede constelar o hay algunas que sí y otras que no?

– En principio, cualquiera que tenga algún problema o algún sufrimiento y quiera cambiar o buscar caminos o comprensiones o soluciones podría hacerlo siempre que fuera adulto, que esté al cargo de su vida o que sostenga su vida.

Esto quiere decir que un psicótico, un esquizofrénico o una persona con una enfermedad mental grave también se podría trabajar con constelación, pero siempre y cuando viniera acompañado de un terapeuta, de un psicólogo, de un médico, de un psiquiatra o de un familiar que pueda contener lo que sucede.

No hay contraindicaciones teóricas. Lo importante es la figura del terapeuta que se sintoniza con la persona y tiene que ir evaluando momento a momento qué se puede, hasta dónde se puede, etcétera. Una constelación no es “vamos a hacer una constelación”, se enmarca dentro de un proceso de trabajo para que la persona esté mejor.

– ¿Qué significa para vos esta frase: “Bert Hellinger el apóstol de la inclusión”?

– Podríamos decir que la mente común, que en realidad corresponde a una mente más bien infantil, dice, por ejemplo: “A mi padre sí le quiero porque se ganó el derecho a mi cariño, porque se portó bien, pero, en cambio, a mi madre no le doy un lugar porque me ha abandonado cuando era niño”. Y entonces, la mente pequeña dice lo que me hace bien es bueno y le doy un lugar en mi corazón, lo incluyo, y lo que me hace mal, pues cierro mi corazón y lo excluyo. Así funcionamos.

Pero, esto es una pretensión de la mente y es una pretensión de la mente humana, aunque la realidad tiene otra lógica. En la realidad, lo que quiere es ser reconocida y aceptada de la manera que ha sido. Entonces, conviene que uno diga a la madre: “Mamá, tú formas parte, gracias por la vida, me dolió mucho que no estuvieras y la culpa por haberme abandonado por supuesto que la cargas tú en lugar de sentirme yo culpable de que me abandonaras y de esta manera te doy un lugar en mi corazón”.

Es decir, la inclusión es incluir a las personas y la realidad de la manera exacta que han ocurrido las cosas en lugar de apelar a esta función tan infantil de lo bueno y lo malo.

– ¿Cuál es según vos el secreto de las constelaciones?

– No sé si tienen secretos. Yo no tengo secretos tampoco. El encuentro humano y el éxito de las constelaciones se deben a que se enfocan -creo- que en lo más importante de una vida, que es los vínculos, los movimientos del corazón. El vínculo es la unidad básica de la vida. Vivimos porque hubo una madre, un padre, hubo otras personas y la vida consiste en vincularse y en acompañar personas y personas que te acompañan en el camino de la vida.

Lo que hace la constelación es mirar nuestros vínculos. Este es el secreto de que funcionen tan bien porque van al grano.

– ¿Por qué se da que la persona que ejecuta la constelación suele sentir lo que está experimentado el grupo o la persona que asiste como paciente?

– Los seres humanos tenemos bastante sensibilidad y no sólo en una constelación somos empáticos. Nos adentramos en campos de sensibilidad bastante evidentes a veces. En una constelación, los representantes o las personas que representan al padre, la madre, el abuelo o lo que fuera también están en un campo de información un poco inexplicable, que pone de manifiesto o en evidencia aquellas dinámicas que no se resolvieron.

Esta hija que siente que tiene que ir ella hacia la madre porque la madre no está disponible, esto se refleja en una constelación, pero luego vemos que la madre tuvo una violación cuando era joven, que no la pudo resolver y al no haber integrado esta violencia no la deja energéticamente tan disponible para ser la madre.

Es un campo de información curioso que sucede en las constelaciones y nos vamos adentrando en él siempre con mucho cuidado y con mucho respeto, como si fuera un camino para explorar lo que la persona necesita aclarar, no tanto como una bola de cristal o la voz de la verdad o un oráculo que nos dice cómo son las cosas.

– ¿Para qué sirven para vos las constelaciones?

– Como cualquier otro abordaje terapéutico de ayuda, sirven para ayudar a que la persona maneje mejor sus problemas, encuentre caminos y soluciones y se oriente mejor respecto a los grandes asuntos de la vida, que son de dónde venimos, nuestros padres, nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros abortos, nuestros amigos, nuestro trabajo, nuestra salud.

Es decir, igual que cualquier otro abordaje de ayuda, no es algo fuera de un abordaje psicológico y terapéutico de ayuda. De hecho, la gente que acude al trabajo de constelaciones muchas veces está en un proceso terapéutico con un psicólogo, un psicoterapeuta y la constelación es para acelerar un poquito ciertos procesos. No tiene nada distinto de esto.

– ¿Por qué les recomendarías a los pacientes hacer constelaciones?

– Porque es una posibilidad de mirar de una manera muy rápida asuntos muy difíciles. A veces, los traumas familiares están recubiertos de un manto de invisibilidad, de neblina y una constelación es una de las herramientas que hay ahora en el mundo terapéutico que permiten mirar con más claridad y más rapidez asuntos que a veces son difíciles o que la persona percibe borrosamente y que le permiten avanzar más en su proceso de estar bien.

– ¿Cuántas sesiones tendría que tener una persona para ir mejorando?

– Eso es indefinido. Ahí no hay reglas. Pero, en general, se aconseja no hacer muchas constelaciones. Si hiciera una constelación contigo y es relevante y hemos tocado cosas de tu familia de origen, de tu problema actual o lo que fuera, salvo que queden cosas pendientes porque a veces una sola también queda limitada porque falta información; te diría que te pases un tiempo sin hacer constelaciones y que, si necesitas algo, busques alguna terapia que te acompañe.

Pero, a veces es tan potente una constelación que, si hacés muchas, lo que tienes es una confusión mental y más con diferentes personas. En mi opinión, no se puede hacer terapia de constelación en el sentido de vamos a constelar cada semana. Hay que pensar las constelaciones como un abordaje complementario a procesos terapéuticos o como una persona adulta que está ante un problema y quiere mirarlo rápidamente con una metodología bastante clara.

Aquí encontrarás un listado de entrevistas a Joan Garriga realizadas en diversos medios de prensa, de España y Latinoamérica:

 

La fidelidad, el lugar de los hijos, los fantasmas del pasado, la influencia de los vínculos primarios. El psicólogo español brinda las claves para un amor “más libre y honesto”.

Publicada en Diario Clarin: clic aquí

 

La fidelidad, el lugar de los hijos, los fantasmas del pasado, la influencia de los vínculos primarios, los problemas de comunicación… ¿cómo impacta todo esto en la pareja?, ¿qué hábitos y dinámicas permiten que una relación amorosa sea más sana? Joan Garriga, licenciado en Psicología y fundador del Instituto Gestalt de Barcelona abordó estas problemáticas en Bailando juntos. La cara oculta del amor en la pareja y en la familia (Editorial Destino). En diálogo con Clarín, mencionó algunas claves para alcanzar lo que él describe como un “buen amor, más libre y honesto”.

– ¿Cómo influyen en las relaciones de pareja los modelos de vínculo emocional aprendidos desde la infancia?

– Seguramente el vínculo más importante que un ser humano ha experimentado es con los padres; no sólo con el padre y con la madre sino con aquello que pasa entre los padres. Ésta es la matriz, el origen. Los padres, claro, tienen una larga historia dentro de su corazón, pasaron muchas cosas dentro de sus familias; así que en el escenario infantil se dan una serie de tramas, pautas y patrones que configuran lo que yo llamo el niño tiránico y profético, para distinguirlo del niño espontáneo, amoroso y alegre, que sería lo natural. Este niño es tiránico y profético porque no deja de guardarle lealtad a los patrones antiguos, a las viejas heridas que pudieron suceder y a la manera y estilo en que logró defenderse de estas heridas. Por ejemplo, volviéndose invisible, volviéndose orgulloso, volviéndose víctima. Luego también genera profecías de futuro (todo esto, lógicamente, es inconsciente): las profecías consisten en determinar que nuestros escenarios de pareja, de futuros vínculos, tendrán este aroma, estas connotaciones, estos colores que tuvieron nuestros escenarios antiguos. Por eso cuando nos confrontamos con problemáticas de pareja yo creo que es tan importante revisar el escenario infantil de vinculación, nuestro lugar en la familia, nuestro lugar respecto a los padres, cómo nos hicimos hombres, cómo nos hicimos mujeres, etcétera.

– ¿Cómo impactan en las relaciones de pareja mitos como “la media naranja”?

– Creo que estamos un poco necesitados de alimentar magias, anhelos y cosas intuitivas que quizás satisfacen un lugar oculto, aunque demasiado a menudo quizás encajarían mejor en una zona adolescente de nosotros mismos. De hecho, el mito de la media naranja o del alma gemela se lo debemos a Platón, que pone en boca de Aristófenes que a principios de los tiempos dos personas vivían en un solo cuerpo, luego fueron separadas y así que andamos peregrinando por el mundo buscando este otro o esta parte que nos falta. La idea de la media naranja tiene sus arquetipos antiguos. Yo no seré de los que digan que tenemos que estar completos para ir a la pareja, creo que también hay que experimentar que algo nos falta, que somos mamíferos y sentimos la necesidad de otro significativo. Claro que hace la diferencia ir a la pareja sostenidos en nuestros propios pies o sin estar sostenidos e imaginando que el otro será la parte faltante que nos sostendrá o esta media naranja que nos completará. Es importante para el camino hacerse más autónomo, más adulto, más maduro y pedirle a la pareja aquello que está en manos de la pareja y no aquello que como niños hubiéramos deseado de nuestros padres, por ejemplo.

– Usted propone ‘primero la pareja, luego los hijos’, ¿por qué?, ¿cuáles podrían ser las consecuencias de anteponer a los hijos?

– La idea de ‘primero la pareja y luego los hijos’ es casi como por orden de aparición en escena. Me refiero a hijos de esta pareja; cuando se trata de hijos de parejas anteriores, lógicamente los hijos estaban antes y necesitan un lugar de prioridad en algunos aspectos respecto a la pareja posterior, aunque esta pareja posterior es adulta respecto a estos hijos. Cuando se trata de hijos de la pareja, son el fruto, son la consecuencia de esta unión, este tercero que dos construyen. En el trabajo terapéutico se observa que cuando los padres están en su lugar, cuando se sienten juntos como pareja formando un equipo y se dan prioridad a su lugar de grandeza, a la jerarquía, los hijos se tranquilizan. En cambio cuando un hijo –y esto ocurre mucho actualmente- se siente el centro de la familia, siente que toda la energía y la atención convergen en él, no me parece que esto le haga muy bien; porque este hijo que se ha convertido en el centro de la familia de muchas maneras, no creo que luego la vida se lo confirme. Un hijo no necesita esto, no necesita sentirse más grande y más importante que sus padres, o más importante que el padre para la madre, o más importante que la madre para el padre. Cuando explico estas cosas mucha gente siente que los hijos son tan importantes que es un sinsentido, pero yo les digo ‘ponte en el papel de hijo e imagínate que tus padres te dicen que tú eres más importante que tu padre o que tu madre’. Para un hijo pequeño esto sería raro, un hijo necesita sentirse importante pero no el más importante y agradece que los padres estén en armonía formando un equipo, inclusive aunque se hubiesen separado.

– En “Bailando juntos” plantea que la fidelidad es una construcción social pero que, al menos de pensamiento, nadie es absolutamente fiel. ¿Por qué cree entonces que se sigue apostando a la exclusividad a la hora de las relaciones de pareja?, ¿hay cierto grado de hipocresía en ello?

– La fidelidad y la pareja, en cierto modo, obedecen a movimientos sociales, son fruto de los tiempos. La pareja que hoy en día tenemos está al servicio del yo y no tanto al servicio del nosotros como podía ser la pareja premoderna de hace cien años. Con esto quiero decir que no hay hechos absolutamente perennes, excepto el hecho de que la sexualidad nos llama y que el vínculo es necesario para la vida. Las formas que toman los vínculos amorosos son muy variables. Por ejemplo, se dice que los cazadores recolectores tenían formas de convivencia en hordas de 130 a 200 personas, que la sexualidad era multihombre y multimujer y que incluso la maternidad y la paternidad era bastante compartida. Así que mal se podría decir que la fidelidad sea una tendencia espontánea y natural. La mayoría de las personas reconoce tener deseos o fantasías hacia otras personas distintas a la pareja, y no parece que esto sea normal. Lo que pasa es que es cierto que si han hecho un pacto, generalmente respetan el pacto y no incurren en traiciones o infidelidades. Aunque cada vez más hay personas que tratan de integrar estas dos llamadas, que son la de la naturaleza y la de la cultura, y hacen un ejercicio de honestidad y transparencia, y hay gente que se arriesga a parejas más abiertas. Sea como sea, vamos bailando entre estas dos tensiones o polaridades: la naturaleza, que no es intrínsecamente fiel, y la cultura, que nos impulsa o impulsaba a unas reglas de fidelidad que obedecen a un sentido patrimonial del uno respecto al otro, no necesariamente a un amor esencial que uno siente.

P.: ¿Qué prácticas o hábitos recomendaría para atravesar la cuarentena o confinamiento en pareja y no morir en el intento?

J.G.: Quizás sea una oportunidad para aprovechar el cultivo de la tolerancia, de la paciencia, de la buena mirada hacia el otro, de propulsarnos a un lugar interior de más altitud. Por otro lado, entiendo que hay danzas de la pareja que son energéticos, que van más allá de nuestro deseo y de nuestra voluntad y que a veces toman la forma de mucha tensión y violencia. No tengo duda que ha aumentado la violencia intrafamiliar. Ojalá haya espacios donde la pareja pueda estar en el lugar de la pareja, los hijos en el lugar de los hijos. Algunas parejas y familias han tenido la oportunidad de encontrarse en el goce de estar juntos, de compartir espacios y momentos. Y la danza que ejecuta esa pareja ha rendido frutos. En otras parejas, todo lo contrario.

Recomiendo tolerancia, empatía, compasión, benevolencia y cierto desarrollo espiritual (que siempre es difícil ante las adversidades). Y a veces hay que rendirse también y reconocer que algo no hace bien. Cuando una pareja no hace bien durante mucho tiempo, generalmente no le hace bien a los dos. Incluso para los hijos no creo que sea tan certero permanecer juntos a toda costa sino que prioritario a esto estaría el hecho de que los hijos prefieran que los padres estén bien.

Entrevista a Joan Garriga**
Publicada en la Revista Sinergia del Institut Gestalt
Otoño 2012

En 1999, Bert Hellinger presentaba por primera vez en España las Constelaciones Familiares a través del Institut Gestalt. Desde entonces, el Institut ha sido pionero en introducir y divulgar esta metodologí­a, no sólo por el estado español sino también en Latinoamérica. Joan Garriga, socio fundador del Institut y director del área de Constelaciones, es uno de los mayores expertos en esta metodologí­a, basada en los movimientos del corazón.

¿Qué entendemos al hablar de los movimientos del corazón?

Lo más nuclear en la vida de las personas son los ví­nculos, los afectos y las conexiones, el amor y el desamor. Así­, hay movimientos de expansión del corazón, que nos alegran y dan felicidad, y movimientos de retracción cuando hemos estado expuestos al dolor, al propio o al de nuestros familiares o personas queridas. Ante este sufrimiento, encojemos el corazón y también nuestra identidad y estima. Las Constelaciones trabajan con estos movimientos y favorecen la expansión de los movimientos amorosos, hacia todo aquello que somos aunque aparentemente parezca rechazable, y hacia las personas de nuestra familia, a pesar de pudieran haber tenido comportamientos lesivos, superando la idea infantil de dividir el mundo entre buenos y malos y entre los que merecen ser queridos y los que no. Se trata de una herramienta ágil y rápida que permite comprender las dinámicas que envuelven nuestros problemas y encontrar soluciones.

¿Cuáles serí­an las dinámicas que más distorsionan a las familias?

La raí­z de las principales dinámicas conflictivas viene de que en la historia familiar se han producido sucesos dolorosos que no han sido integrados (eso significa amados): no se ha logrado la digestión emocional para construir fuerza sobre grietas y seguir adelante con alegrí­a. Hechos importantes pueden ser muertes infantiles o trágicas, violencia, problemáticas relacionadas con la sexualidad, infelicidad en las parejas, etc. A veces, son cosas que suceden por azar. Una vez trabajé con una mujer superviviente del atentado de Atocha, cuyo movimiento profundo era ir hacia las ví­ctimas, hacia la muerte. Además era ví­ctima de sus hijos que la pegaban, pero ésta violencia habí­a que entenderla como un intento desesperado de tratar de retener a la madre en la vida. Las Constelaciones muestran que la mayorí­a de las problemáticas son intentos amorosos desesperados e infructuosos de generar soluciones en asuntos que no han sido solucionadas.

¿Esa forma de expresar amor es lo que en Constelaciones se llamarí­a el amor ciego?

Muchos problemas no derivan de la falta de amor sino de la falta de “buen amor”, que se reconoce porque es capaz de respetar a los otros, de asumir su realidad, de permitir por ejemplo que los padres u otros seres queridos como abuelos y hermanos lleven sus propios dolores y penas y mirarlos con amor. El “mal amor o amor ciego” es aquel que dice: “Ya que tú no está bien yo tampoco, o yo me sacrifico”. Para los hijos es muy difí­cil soportar que los padres no estén bien y no implicarse en ello con sus propios problemas. En los sistemas hay secretos, cosas no integradas o personas excluidas y todo es un campo de información que llega a todos, a los hijos, a los nietos, etc. de manera inconsciente. Entonces, existe un amor que los lleva a implicarse de manera invisible e inconsciente con los excluidos o con las cosas no integradas, desde un amor ciego que no es capaz de aceptar la realidad.

Ponga un ejemplo…

Una dinámica que hace sufrir mucho a las familias es cuando por desgracia la pareja de padres no se respetan plenamente y el hijo tiene que estar en medio de los padres, o bien escoger a uno o al otro. De hecho, el principal mal es la arrogancia, el creerse mejor que el otro, lo cual genera desprecio y falta de reconocimiento. Cuando los padres no pueden apreciarse uno a otro, eso genera muchos conflictos porque el hijo les quiere a los dos y busca formas de lealtad hacia ambos. A veces el hijo desprecia a uno, pero al final puede acabar convirtiéndose (extrañas alquimias del amor) en el despreciado. Por ejemplo, puede menospreciar al padre porque es alcohólico o mujeriego y, más adelante, él se hace alcohólico o un tanto irresponsable. Por otro lado la dinámica de fondo más importante en los problemas es no elegir plenamente la vida; en las familias hay personas que experimentan una sujeción débil a la vida o no quieren vivir o desean seguir a otros que murieron antes, como en una reciente constelación en la que la madre seguí­a al hijo que habí­a abortado con seis meses por una malformación. Esta mujer en el plano de lo profundo y por amor ciego se sentí­a culpable y no deseaba vivir desatendiendo a sus otros hijos vivos. En Constelaciones la presencia de los muertos puede ser fuente de apoyo cuando el amor es claro o de implicaciones graves cuando es ciego.

¿Cómo se reorientan este tipo de revelaciones, de comprensiones, durante una Constelación?

Lo que más ayuda a las familias es que haya un orden, ordenar el amor, la buena geometrí­a de las relaciones humanas. Se logra muchas veces interiorizar una posición o un movimiento emocional liberador frente a los padres por ejemplo o ante los hermanos, etc. También se pueden percibir las energí­as y movimientos profundos y cambiarlos, por ejemplo se puede sentir que uno sigue al hermano a su destino en lugar de respetarlo o al hijo como la mujer que he mencionado. Son movimientos y comprensiones de solución en el sentido de que uno se siente atrapado en una prisión donde no tení­a claridad y de repente se sitúa en otro lugar fí­sico, emocional, cognitivo y espiritual, porque las constelaciones también tienen un componente de rendición ante lo que la vida ha querido. Muchas veces la solución no es otra que el asentimiento a la voluntad de la vida tal como ha decidió ser y actuar y el proceso emocional que conlleva. A menudo uno se siente peleado con la vida, pero la lucha con ella es un mal negocio porque la vida siempre acaba ganando. Con respecto al futuro si tenemos de posibilidad de crearlo pero funciona mejor cuando estamos libres de las ataduras de un pasado sobre el que podemos cambiar nuestra actitud en la dirección de más vida y más dicha.

Entrevista a Joan Garriga por Sabrina Diaz Virzi para Diario Clarín (Argentina): clic aquí

“No se puede tomar una constelación como si fueran los Reyes Magos que te van a traer el último juguete que a tu ego le apetece”, lanza el psicólogo y gestaltista Joan Garriga, uno de los máximos referentes en constelaciones familiares en español. En su último libro, Constelar la vida (Destino), logra plasmar su gran formación teórica, práctica y espiritual, y hace convivir sin esfuerzo conceptos filosóficos complejos y explicaciones trascendentales de la vida con cuestiones mundanas. En su paso por Buenos Aires, conversó con Clarín.

Licenciado en psicología, en 1986 creó el Instituto Gestalt de Barcelona, donde desarrolla su actividad como terapeuta y formador en constelaciones familiares, coaching sistémico, terapia Gestalt y PNL. Allí invitó en 1999 a Bert Hellinger -teólogo y creador de las constelaciones familiares- a presentar su trabajo sistémico sobre constelaciones familiares. Con el tiempo, él mismo se convirtió en uno de sus principales exponentes.

En los últimos años, ha publicado El buen amor en la pareja (Destino, 2013), La llave de la buena vida (Destino, 2014), Bailando juntos (Destino, 2020) y Decir sí a la vida (Destino, 2021). Y si bien cuenta que le han pedido un “manual” de constelaciones, asegura que no es su estilo: “No es una manera canónica, sino que es una manera más mítica, poética, evocadora, que hace pensar más que dar la información triturada y digerida”.

Eso es lo que hace en este nuevo libro, donde se pregunta por las raíces, las relaciones y el amor, y cómo nos convierten en “lo que realmente somos”. Constelar la vida es una muestra de su atenta, respetuosa -y cautelosa- forma de entender las constelaciones familiares, como una herramienta de autoconocimiento que nos insta a comprender el pasado, crear mejor el presente y auspiciar un buen futuro.

─ Dedicaste el libro a Bert Hellinger, y él está presente a lo largo de todo el libro. Decís que él te cambió la vida, ¿cómo y por qué?

─ Sí, efectivamente, le dedico el libro a Bert Hellinger y lo traigo a colación en el libro de muchas maneras. Y creo que su gran enseñanza ha sido la inclusión, la gramática copulativa del padre y la madre, esto sí y lo otro también; que es distinto de una gramática disyuntiva, que excluye una parte.

Fue importante en mi vida -sobre todo en el sentido profesional- porque, aunque yo llevaba muchos años trabajando como terapeuta, notaba en mi interior el deseo de algo más, alguna comprensión o herramienta nueva. Distintas técnicas me sirvieron un tiempo, pero luego necesité algo más; y las constelaciones me siguen atrayendo y las sigo haciendo con mucho gusto.

A nivel personal, también me han sido muy buenas para reestructurar algunos vectores afectivos respecto al padre, a la madre y para reestructurar algunas compresiones en el ámbito de la pareja también.

─ En Constelar la vida te preguntás por qué son tan importantes los vínculos y las raíces, y explicas que explorar nuestras raíces se convierte en un asunto fundamental en el viaje de la vida. Y reflexionas: ¿de qué manera nos ayudan a convertirnos en lo que realmente somos? También te podría preguntar ¿qué somos? Pero puede ser una respuesta muy larga o muy difícil…

─ En un sentido funcional, somos un relato, una historia, una red de vínculos, una conexión con las raíces y con los vínculos que creamos en nuestra vida. Somos, también, una biografía, una construcción de vida, un forjarse un camino de manera tal que, con suerte, cuando nos vamos de este mundo podamos decir “qué bonito ha sido vivir, y con qué paz y tranquilidad me voy de este mundo, cuántos amores y semillas he dejado sembradas”.

En un sentido más espiritual, no somos un relato ni una biografía: somos esencia, fuego divino. Y a mí me parece que también esto ayuda a interseccionar lo humano y lo divino, la esencia con la persona que nos toca encarnar.

En el trabajo terapéutico y de constelaciones, creo que es especialmente importante un amparo, no sólo en nuestras raíces humanas, sino en nuestra resonancia con lo que es, aunque no tenga forma este ser. Porque ante el precipicio de la existencia, los grandes dramas, las grandes tragedias que a veces suceden en una vida o en las familias, yo creo que se necesita un cierto amparo o reconocimiento de este lugar trascendente o espiritual. Porque si no, a veces el paisaje es excesivamente desolador.

─ En un capítulo hablás sobre la muerte, la importancia de valorar el presente e integrar también la muerte en la vida.

─ La vida son unos cuantos diálogos, pero uno muy importante es el diálogo entre vida y muerte, entre energía de vida y energía de muerte, entre los vivos y los muertos. Todas las personas albergamos en nuestro corazón el nexo con muertos (los abuelos o padres, hermanos, hijos, parejas, exparejas). Así que una pregunta muy relevante que el trabajo de constelaciones aborda muy directamente es nuestro nexo con los muertos.

Es muy importante que los muertos estén en un buen lugar para que los sintamos como fuerzas benéficas, auspiciosas para nuestra vida y para evitar dinámicas que vemos en el trabajo, como “yo te sigo a la muerte, querida mamá” o movimientos de querer morir o de no sujetarnos bien a la vida porque estamos pegados a personas que ya fallecieron por un instinto mamífero de pertenencia y de contacto. Así que hay que dejar a los muertos en la muerte y a los vivos en la vida, y el puente entre vivos y muertos es el amor.

La mayoría de personas con suerte somos bendecidas por la sonrisa de los que nos precedieron y ya se fueron y se alegran de que nos vaya bien. Y aunque esto suene poesía, los que ya murieron siguen presentes en nosotros, en forma de potencias, de aprendizajes, de todo lo que transmitieron. Así que una actitud agradecida con los que ya estuvieron, nos permite honrarlos y que nuestro camino hacia la vida sea más ligero.

─ En relación con la influencia de los ancestros en nuestra vida, ¿en qué medida estamos condicionados por nuestro árbol familiar? ¿Qué papel cumple la epigenética y los factores ambientales? ¿Y cómo es ese vínculo entre el pasado y nuestro presente?

─ Estamos condicionados de una manera tan simple y evidente como que no podemos elegir el cuerpo que tenemos. Esto es una obviedad. Y luego, cuando miramos muchas de las cosas que hacemos en la vida, nos damos cuenta también de que están envueltas en ropajes que guardan relación con cosas anteriores de nuestro sistema familiar.

Creo que, a través de la integración, hay que lograr desconectarse de las cargas; todo sistema familiar transmite infinidad de potencias, y esto forma parte de nuestro equipaje genético y epigenético: todo lo que aprendieron nuestros anteriores está con nosotros, y hay algunos aprendizajes que a ellos les sirvieron.

Por ejemplo, imagínate una situación de alto estrés en la familia por una situación de guerra o violencia, y la familia reacciona con paranoia y temor. Luego uno puede heredar también esta vivencia de paranoia y temor y teñir aspectos de su vida con esta desconfianza, hasta que comprende que, en realidad, esto fue un aprendizaje útil para los abuelos, padres o bisabuelos, pero ya no es útil para la vida actual. Por lo cual, sí conviene desprenderse de aprendizajes que fueron útiles en su momento, pero que hoy en día son cargas y limitaciones.

Me parece válida esta expresión que dice que “sin raíces no hay alas”, o lo que el mismo Nietzsche decía, que el árbol que puede elevarse muy alto hacia el cielo es porque hunde sus raíces fuertemente hacia la tierra.

Alejandro Jodorowsky titula uno de sus libros Donde mejor canta un pájaro… es en su árbol genealógico. Hay que evitar que desafine en algunos aspectos, porque también heredamos traumas -que en su momento fueron aprendizajes de vida en situaciones difíciles-. Luego constantemente estamos aprendiendo, y también actúa lo epigenético, ya que la vida nos ofrece mil oportunidades para seguir haciendo acopio de talentos, recursos y aprendizajes que luego le daremos a nuestros hijos y posteriores. Pero no podemos amputar nuestros pies, no podemos amputar nuestra historia personal y familiar: hay que integrarla.

A veces pongo el ejemplo de un supuesto hijo de Hitler: imagínate cómo sería para un hijo de Hitler integrar sus raíces, es un reto casi sobrehumano, pero tendría que llegar a un lugar de decir “papá, tú, tu vida y yo, la mía. Tú, tus muertos y crueldades y yo me hago libre de todo esto”. Pero seguramente el hijo sentiría una losa pesada en su cuerpo porque también se siente legatario de esta tragedia enorme que su padre ocasionó.

─ Asegurás que en las constelaciones familiares “no es necesario creer en nada, ni siquiera en los psicólogos; la clave es experimentar a nivel sensitivo, emocional y visual”. ¿Cómo es la sinergia que hacés de estas dos disciplinas y por qué decís que la magia de las constelaciones familiares puede explicarse con la teoría de las neuronas espejo?

─ Yo creo poco en abogados, pero a veces los necesito para redactar un contrato… Uno no va al psicólogo porque “cree” en los psicólogos, va porque tiene un dolor, un problema o algo que necesita resolver. He conocido mucha gente que no creía en psicólogos hasta que le dio una problemática y necesitó buscar ayuda.

Si a mí me preguntan ¿crees en las constelaciones familiares? Ni creo ni no creo, las experimento. Es más importante la experiencia que la creencia. Entonces, es cierto que las constelaciones familiares tienen un elemento que no es explicable todavía hoy en día con instrumentos que satisfagan nuestra racionalidad.

Es inexplicable por qué los representantes experimentan vivencias, tramas y sensaciones de los representados. Y esto no es una especulación: yo he visto representantes que tienen sintomatología o gestos físicos que reproducen fidedignamente gestos y síntomas de los representados. ¿Por qué esto ocurre? No lo sabemos.

Entonces especulamos con algunas teorías. Los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, la teoría de las pequeñas partículas de la física cuántica… También las neuronas espejo nos hacen entrar en un universo de comprensión de las otras personas… Aunque todo esto es pura especulación. No creo que intervengan tanto las neuronas espejo en explicar el fenómeno que sucede en constelaciones.

Mi propia idea es que la información está en todas partes. De pequeños aprendemos a reprimir nuestro estado perceptivo -que es muy importante reprimirlo, porque si no viviríamos en un universo psicótico-, pero en contextos terapéuticos sí conviene ampliar la percepción para poder enfrentar las cosas que no quedaron resueltas.

Pero, como digo en el libro, mi fantasía es que dentro de doscientos años me levante de mi tumba, echo una ojeada y a lo mejor aprendo cómo han explicado este fenómeno. Pero como siempre digo: no es necesario comprender las cosas para que funcionen.

─ Mi próxima pregunta tiene que ver con esto que decís de “despertarte en el futuro”: ¿cómo ves el futuro de las constelaciones familiares y su integración en la terapia moderna? ¿Cuál es tu visión sobre su impacto transformador en la sociedad actual?

─ Es que las constelaciones familiares vienen de abordajes terapéuticos. Virginia Satir -que es la abuela de las constelaciones y creó la escultura familiar- fue una gran terapeuta familiar. Luego otros autores crearon las coreografías familiares. Entonces, el marco natural al que pertenecen las constelaciones es el marco del conocimiento psicológico y de los abordajes de intervención terapéutica, sistémicos y familiares.

Entonces lo que yo veo es que seguirá siendo una herramienta que se usará, no solo en el ámbito clínico de trastornos psicológicos, sino también en el ámbito educativo, de la salud, de las empresas, de la justicia. Incluso me atrevería a decir que en algún momento en el ámbito político, especialmente cuando caiga en suerte algún político que no tenga tantas tendencias narcisistas o psicopáticas.

Pero es una herramienta que nos permite pensar asuntos muy complejos de una manera bastante sencilla y nos permite en poco tiempo vislumbrar y tener compresiones que pueden generar semillas para impulsar movimientos de acción y de transformación.

También veo las constelaciones perfectamente integradas dentro de procesos terapéuticos y de transformación personal, social o empresarial. No lo veo como una herramienta única que compite con otras herramientas, sino que está en integración con otras.

─ Esto me lleva a aquello que decís que “constelar no siempre es lo más importante en un taller de constelaciones”, sino trabajar en uno mismo a través de la constelación.

─ Se ha creado un caldo de una atmósfera en el ámbito de las constelaciones, donde están investidas de una aureola mágica, casi oracular o sacerdotal. Esto infantiliza mucho a los consultantes, en el sentido de que quieren depositar la guía de sus asuntos en una metodología. Y a mí esto no me parece que sea adecuado. Con suerte una constelación estimula un proceso donde la persona se pone más a trabajar consigo misma o más conectada con sus movimientos internos.

Pero yo personalmente jamás delegaría en una constelación una decisión sobre mi vida. Puedo hacer una constelación y, con lo que aprendo de la constelación, luego integro lo que sea necesario y decido lo que me conviene. Pero no se puede tomar una constelación como si fueran los Reyes Magos que te van a traer el último juguete que a tu ego le apetece.

─ Como cuando hacés referencia a una experiencia de mala praxis, en donde mencionás a una persona que asegura “mi papá no es mi papá, me lo dijo un constelador”.

─ Claro, esto a mí me parece mala praxis, porque yo creo que el terapeuta en constelaciones -al igual que en muchos otros métodos terapéuticos- tiene que ir un paso por detrás, y no un paso por delante. Tiene que reprimir sus deseos de ser una autoridad o de ejercer un saber. Yo creo que el terapeuta trabaja con mucha más eficacia desde la humildad.

─ Me gustaría preguntarte por el rol de los secretos de los secretos familiares en los sistemas, ¿cómo integrar sin conocer algo que ha ocurrido?

─ Los secretos son paradójicos: tienen la misión de proteger, pero crean más daño del que pretenden evitar. Yo creo que hay una ley que rige -nos guste o no- y es que la realidad tiene derecho a ser exactamente de la manera que ha sido. Entonces, los secretos en realidad son pretensiones de la mente, porque el cuerpo desconoce los secretos, sino que vive en la realidad.

Entonces, una criatura es adoptada y no se le ha dicho, pero en algún lugar muy profundo esto se sabe, aunque la persona no sabe que lo sabe. Entonces, si de mí dependiera, trataría de que se ventilaran todas las habitaciones de la propia casa personal y de la propia casa familiar. Y en algunas habitaciones encontraríamos vergüenzas, secretos sexuales, confusiones de paternidad o de maternidad. Encontraríamos también vergüenza sobre identidades sexuales o comportamientos sexuales, culpas sobre cosas que se hicieron… Y, claro, la persona trata de protegerse a sí mismo o al sistema de sus propias conductas.

No digo que haya que hacer una proclamación pública de estas cosas, pero mi idea es que es más fácil integrar lo que es visible que lo que se trata de esconder. Y lo que se trata de esconder al final genera mucha inquietud y es una inquietud que es palpable a veces en la atmósfera. Pero como no se sabe, es más difícil de encarar.

Así que si de mí dependiera, trataría de que no hubiera secretos, porque también podríamos decirnos -en términos más existenciales o filosóficos- ¿qué hay de la realidad que no merezca ser de la manera que ha sido? ¿Por qué hay que esconder las cosas?

El juego de los secretos empieza con uno mismo. Han pasado cosas en nuestra historia que las metemos en una habitación y cerramos la llave, y son incluso secretos para nosotros mismos, pero no para nuestro cuerpo. A veces el secreto cumple una función de protección, pero acaba creando una realidad de prisión y de desconexión con uno mismo.

─ Tu libro -así como los anteriores- está plagado de referencias a espiritualidad oriental (desde tus menciones al dios Krishna, al taoismo, a la meditación zen, etc.). ¿Cómo fue tu descubrimiento y recorrido personal en relación a este tema y cómo hacer convivir estas disciplinas? Si bien la espiritualidad está en los orígenes mismos de las constelaciones, ¿es de alguna manera el vínculo con la espiritualidad tu sello o aporte a esta disciplina?

─ En mi propio camino he ido experimentando la importancia de integrar terapia y espiritualidad (en realidad, la espiritualidad podría ser entendida como una forma de terapia). El mismo Buda -que se le llamó el médico supremo- traza unas ideas que son de una penetración psicológica impresionante, y agrega lo que podríamos decir no sólo manipular el yo, sino entender que más allá del yo, hay una esencia en cada persona. Y justamente esto que estoy expresando de forma sencilla, lo establecen la mayoría de tradiciones orientales de espiritualidad, y también muchas tradiciones occidentales.

El mismo misticismo dentro del cristianismo va en la misma dirección. Es lo que se llama filosofía perenne, de la que hablan muchos abordajes, pero con distintas palabras. Y en el libro también le doy la palabra a algunos filósofos como Nietzsche, que aunque era declaradamente anti crístico, dice cosas que son de una trascendencia espiritual que podría suscribir mucha gente que está muy avanzada en el camino espiritual.

Así que Oriente, Occidente… Son todos dedos que apuntan a un lugar interior en el que podemos descansar frente a la voluble fortuna, a los vaivenes cambiantes del camino de la vida. Porque si nos inclinamos demasiado a la derecha o a la izquierda creyendo que vamos a naufragar… Pues son inclinaciones del camino, pero el eje queda intacto, con independencia de lo que suceda.

En este contexto de tanta incertidumbre, ansiedad y tristeza, ¿cuál es el camino?

“Decir ‘sí’ a la vida”, es un antídoto al sufrimiento. Fue Nietzsche el apóstol del sí a la vida y el que vino a exhortar acerca de la radicalidad de ponernos a favor de la vida, aunque ya sabemos que la vida es aflictiva y es dolorosa a veces. Y también viene de mi experiencia como terapeuta. Casi todos los problemas, cuando uno rastrea un poco sus raíces, encontramos que hay un lugar en la historia de la persona o del sistema familiar donde algo se quebró, que la persona dijo: “No, esto no debería haber sucedido”, “mi hijo no debería haber enfermado”, “mi marido no debería haberme dejado”, “mi madre debería haber…”, son diferentes maneras de decirle a la realidad que está equivocada. Pero la realidad es como es, no se cuestiona a sí misma, hace lo que le da la gana, a veces nos complace, otras nos despedaza. Así que el secreto siempre es poder integrar, abrazar lo que la vida quiso, aunque fuera distinto de lo que nosotros hubiéramos querido.

Hace unos años nos decías algo hermoso en nuestro último encuentro: “El presente es nuestro maestro”.

Es que, en un sentido estricto, el presente nos sostiene. Sin embargo, lo que hemos vivido no solo está en el pensamiento, sino que está alojado en el cuerpo. Para vivir en el presente, conviene trabajar con los procesos internos para que el cuerpo pueda vivir en el presente. Por ejemplo, yo ahora estoy hablando contigo, te estoy mirando a ti, y en principio debería estar aquí contigo. Pero ahora imagínate que yo hubiera tenido una madre que era terrible, con quien no sabía nunca a qué atenerme, pues a lo mejor estaría aquí con miedo, pensando que en cualquier momento puedes decir algo que me herirá. Entonces, claro, estoy llevando el pasado al presente. Por eso es tan importante el trabajo personal para deshacer los nudos del pasado y poder estar aquí y ahora con lo que hay, adecuado a la realidad del momento.

¿Cómo uno puede aceptar lo que es?

Lo que te convierte en lo que eres son los vínculos, lo que te ha pasado con tu madre, con tu padre, con tus parejas, con tus hijos, con las enfermedades, con la salud, con los abuelos. Ahí es donde vibramos en una nota que es de vida-muerte, que es muy esencial, y ahí nadie dice que sí de inmediato. Por ejemplo, me llaman para decirme que mi hermano ha tenido un accidente y le ha pasado algo grave, entonces uno se enoja, se enfada, se resiste, niega. Pero bueno, pasan unos meses o pasa un año y uno dice: “Así lo tomo, porque así la vida lo ha querido”, porque esta es la clave. Pero no como una idea, sino como un proceso emocional de rendición. De hecho, la mayoría de las religiones lo plantean. La misma palabra “islam” significa “sumisión”, sumisión a la voluntad de Dios. En el cristianismo se dice “hágase tu voluntad”, porque la mía no se hace siempre.

Y así como desde las constelaciones aprendemos a amar tal como nos han amado, ¿también aprendemos a procesar el sufrimiento mirando a nuestros antepasados?

Sí, sobre todo los padres. Si los padres tienen la fortaleza y la solidez para atravesar las inclemencias con una cierta solvencia, el hijo también aprende esto. Por ejemplo, el padre es un agricultor y un año la cosecha se estropea porque no hay agua, y el hijo ve que el padre sostiene este infortunio, entonces también aprende a sostener lo que la vida presenta. Respecto al dolor, es muy importante ver cómo los padres atraviesan sus crisis y momentos difíciles por cosas que suceden y que nada se va a pique ni entran en histeria, depresión, desmadre, caos. Entonces, el hijo aprende el lenguaje de ir procesando la contrariedad. Es que en la vida viviremos lo favorable y la contrariedad. Entonces, la gente va a terapia porque es visitada por la contrariedad. “Tengo pensamientos que no quiero tener”, “tengo vivencias corporales que no quiero tener”, “quiero que me quiera mi mujer, pero mi mujer no me quiere”; siempre es lo mismo, pasa algo que no queremos o no pasa algo que sí queremos. Entonces, nos toca integrar esta realidad, rendirse a ella. Por ejemplo, hubiera sido tan bonito poder tener hijos, pero si la vida no te los da, pues o te amargas o lo tomas también como parte de tu camino de la vida y te dispones a abrir otras puertas.

Hay una narrativa actual que nos promete que, tarde o temprano, la felicidad va a acontecer, ¿es así?

No. Sucede que a veces hay ideas muy omnipotentes. Hay toda una cultura de que todo se puede, que si me organizo bien, si hago la constelación correcta, si pienso adecuadamente, entonces atraeré lo que quiero que ocurra. Obviamente ayuda a trabajar con uno mismo, ponerse más congruente, tener la capacidad de arriesgarse en la vida con fuerza hacia la dirección de lo que se quiere. En uno de mis libros digo: “Está la ley de la atracción, pero hay una ley que –en mi opinión– es mayor, que es la ley de la gran voluntad”. En el libro nuevo que voy a sacar este año, como homenaje a Bert Hellinger, escribo que a veces la gente se acerca a las constelaciones como si fueran los Reyes Magos y es antiterapéutico, porque, en lugar de buscar la responsabilidad y la grandeza de la persona, la persona se pone como un niño pequeño esperando que la constelación opere como una magia. A veces uno va al terapeuta imaginando que es un ser omnipotente que va a hacer los rezos para que uno se convierta en un príncipe y deje de ser una rana. No funciona así.

Esa idea de “si lo sueñas, es posible”…

Como estrategia de motivación, quizás está bien, pero como verdad existencial, es una soberana estupidez. Porque cualquiera que ha vivido lo suficiente sabe que nos sucedió lo imprevisible y que vivimos a merced de lo que no sabemos que ocurrirá. Mucho más sabio era Buda, quien dijo de entrada: “Sufriremos”. Se debe aceptar el sufrimiento y, al mismo tiempo, estar bien si uno no está en contra del sufrir.

¿Tomaron una nueva forma las constelaciones para vos?

No, son lo mismo que hace veinticinco años, en el sentido de que es una herramienta de trabajo terapéutico, donde la persona puede acercarse de manera muy rápida a los intríngulis de su mundo afectivo, relacional y vincular, y a partir de ahí reestructurarlo para tener vivencias corporales y existenciales que estén más en sintonía con su fuerza y con lo que necesita para vivir. Pero es una herramienta terapéutica y, si me apuras, psicoterapéutica. Es una posición personal, esta, es un abordaje sistémico, fenomenológico y humanista, cuya finalidad tiene que ser también que la persona tome responsabilidad de su vida y de sus asuntos. Y el terapeuta acompaña siempre un paso por atrás, no por delante.

¿Cuáles sentís que son las heridas del colectivo hoy?

Bueno, las heridas son la violencia y la pérdida. Creo que la época nos aboca a mucho individualismo; mucha competencia; un espíritu muy poco cooperativo; no favorece la conexión con lo íntimo y con el corazón de las personas. Entonces, esto catapulta a mucha gente a espacios de desazón y de depresión; no hay una conexión profunda con lo natural en uno. A veces hay demasiada soledad. Pero supongo que muchas épocas han vivido la incertidumbre de hacia dónde va el mundo. Por eso, creo que los jóvenes tienen una actitud de no hacer muchos planes. De no forjarse una vida. Es una actitud de provisionalidad. A mí me llama mucho la atención que la batalla que presentan los jóvenes es la batalla identitaria. De cómo definirse en su rol de género o en su rol sexual. No digo que no sea importante, pero yo creo que, por lo menos en muchos lugares de Europa, hay mucha libertad para que todo el mundo haga lo que le dé la gana. Que viva su bisexualidad, su homosexualidad, las formas de amor que quiera. Pero ¿por qué esta batalla ahora? Me resulta muy extraño que focalicen ahí, porque hay asuntos un poquito más sustanciales que deberían enfrentar.

¿Dónde deberían poner los jóvenes su energía, entonces?

Creo que hay un engaño de poner tanto énfasis en determinar su identidad, pero en realidad hay que comprender que, en definitiva, no somos nuestras identidades. Que las identidades y las ideologías, como decía Miguel Esquiavo, un constelador de Argentina, no permiten la empatía. Y me defina como me defina, nada cambia porque sigo viviendo y siendo de la manera que soy. ¿Qué me importa definirme? El maestro espiritual le dijo a uno de sus discípulos, que estaba muy preocupado porque no le iba bien en las relaciones de pareja: “Es que tú todavía crees que eres un hombre”. Incluso esto es una identidad. Entonces, sería más relevante preguntarse qué hay más allá de las identidades en lugar de luchar por las nuestras.

¿Quiénes somos, entonces, si no somos esas identidades o las banderas que alzamos?

Somos nadie. Ese es el gran descanso, es mejor no esperar a morirse para descubrir que ya estamos muertos. Y estar muerto es estar muy vivo. Y luego las identidades son funcionales. Pero no vamos a matar por nuestra identidad. No son nuestra verdad. También cuando nos morimos hay que desprenderse, ya sea que fueras hijo de, rico o pobre. Hay que soltarlo todo. Entonces, no tiene mucho sentido pasarse la vida luchando, ya sé que la vida funciona así, y estamos tan acostumbrados a funcionar así, pero esto no significa que funcione de la mejor manera.

Pero, a su vez, las constelaciones también te paran en una identidad: sos hija, sos madre, sos nieta, sos pareja… También sos cascarones, de alguna manera.

Sí, claro.

¿Ya estás más allá de las constelaciones?

No. Hay identidades que son funcionales, pero en un sentido espiritual, las identidades oscurecen la esencia de lo que somos. Es evidente que yo soy hijo de mis padres, pero podría ser hijo de otros padres. Es evidente que me llamo Joan Garriga, pero podría llamarme Luisa Perales, yo qué sé. Y por otro lado, yo considero que las constelaciones son un abordaje psicoespiritual. En cuanto psicológico, uno tiene que asumir su narrativa y tomar a los padres y asumirse como hijo y funcionar en la vida. Pero desde el punto de vista espiritual, significa comprender que, más allá de todo este juego de las identidades, late una identidad más profunda o mayor. Por eso, Bert Hellinger también, al final de su vida, las llamaba constelaciones del espíritu; en el sentido de tener un respeto profundo a las cosas tal y como han sido. Había un maestro hindú que decía: “Cuando miras hacia adentro y encuentras que no hay nadie, que no eres nada, eso es tu sabiduría, y cuando miras hacia afuera y encuentras que eres todo, entonces esto es amor”.

¿Cuáles son las claves para construir fortaleza interna?

La meditación es clave para construir fortaleza interna. Porque es una forma de estar con uno e ir aceptando todo lo que viene. Y cuanto más vas aceptando que sientes rabia y le haces un lugar, o que sientes pena, deseo, celos, y vas aprendiendo a contener todo lo que vive en ti, vas conteniendo vida. No se gana expulsando. Todo lo que viene, acogerlo. Entonces, aprendes a ser un gran contenedor y es todo lo que te da fuerza. Para ser real también, porque la meditación es sentarse sobre lo que hay. Dando la bienvenida a los pensamientos que vengan, a las sensaciones que vengan, sin rechazar nada, sin apartar nada, incluso sin rechazar mi pensamiento de que quisiera rechazar algo. Todo es bienvenido. Inclusión. Igual que las constelaciones, también es una filosofía de la inclusión. Porque todo es bienvenido y cada cosa en su lugar. •

Son tiempos caóticos y creativos, originales e inciertos, turbulentos y esperanzados para el amor en las parejas. Algunos estudiosos han acuñado el concepto de “monogamia secuencial” que viene a anunciar lo que todos ya percibimos –unos con cierto alivio, otros con más añoranza-: el funeral de “la pareja para toda la vida”. Monogamia secuencial significa que, hoy por hoy, las personas tenemos estadí­sticamente muchas probabilidades de tener entre dos, tres o más parejas consecutivamente a lo largo de una vida con la consiguiente complejidad de formatos familiares y de convivencia que acarrea y, sobre todo, con un alto precio en estrés emocional, afectivo y vincular. Nunca como ahora habí­amos enfrentado de forma masiva tantas exigencias emocionales y tránsitos dolorosos. Amarse, unirse, vincularse, crear, separarse, desprenderse, volver a empezar, son cualquier cosa menos trámites desde la frivolidad. Golpean las cuerdas que más intensamente vibran en nuestras almas, las del amor y el desamor.

Son tiempos presididos por la libertad individual. Una premisa discutible pero no cuestionada por la mayorí­a de personas es que somos dueños de nuestra vida y no al revés, que también tendrí­a sentido, a saber, que pertenecemos a la vida y a sus propósitos. Los designios individuales priman a los comunitarios. De hecho en sociedades tecnológicas se desdibuja el sentido de lo colectivo y de lo trascendente y las personas se refugian en un rabioso norte auto referencial. En la actualidad las personas nos sentimos sin esfuerzo el centro del universo, y la presencia de las dificultades que la vida trae nos empuja a salvar el propio barco, el yo tan preciado, olvidando el marco grande del nosotros, del destino común. Así­ ocurre también en la pareja.

Las parejas han perdido sentido comunitario y, en general, ya no se encuentran insertadas ni apoyadas por una comunidad significativa, ya sea familiar o de convivencia. Por tanto cuando rugen los conflictos y los desacuerdos, cuando surgen las desavenencias, cuando la trama de los hijos pone a prueba la fortaleza de la pareja, cuando las inclemencias económicas o de salud golpean, cuando los estilos afectivos aprendidos en la infancia colisionan, él y ella, no encuentran espacios de apoyo, sosiego y alivio en otros y en la comunidad, y es tanto lo que esperan el uno del otro que resulta demasiado. Ante la tensión, la frustración y el dolor, giran de nuevo hacia el yo, se escoran hacia el único refugio seguro, sí­ mismos. Consecuencia: la separación. Siempre dolorosa, hiriente, difí­cil de integrar. ¿Cómo soltar donde pusimos tanto? ¿Cómo replegar el corazón cuando fue tan expansivo?

En la mayorí­a de las culturas el ví­nculo de la pareja, especialmente de la pareja convertida en progenitores, tení­a un valor sagrado, reverente, de culto y servicio a la vida. La pareja vista como realización en el amor y en la sexualidad al servicio de la comunidad y de la vida.

El peligro que se cierne hoy ante la incertidumbre y el estrés de lo afectivo es la pérdida del sentido de lo sublime y lo misterioso en el ví­nculo de la pareja. Ante el dolor que se avizora en el horizonte, ante la inseguridad de los modelos, la tentación es ceder a una materialización de lo humano y de los ví­nculos, en los que el otro es visto como bien de consumo, efí­mero y fungible. Pero el ser humano necesita completarse a través de lo que le falta que siempre es el otro y, generalmente, para el hombre la mujer y para la mujer el hombre. La pareja nos completa pero no el sentido de media naranja que encuentra su otra media sino que a través del otro conseguimos experimentar la plenitud. Y no sólo la pareja; cuando el otro es verdaderamente un Tú surge el Yo en su grandeza. Como lo decí­a el filósofo y rabino Martin Buber, el verdadero encuentro humano se da en el Yo-Tú y no en el Yo-ello. El verdadero ser de cada uno se encuentra a través del reconocimiento del Tú.

La trampa fácil es la desesperanza. La salida cómoda es despojar de alma lo humano. El camino difí­cil es el del amor y el dolor, justo lo que nos hace fuertes y verdaderamente humanos. Una separación casi nunca es un trámite, es un desgarro en el alma y nos aboca a la proeza de transitar sus tempestades emocionales y realizar nuevos aprendizajes para salir fortalecidos en dirección a una nueva relación si es lo que deseamos.

He optado por iniciar este artí­culo haciendo una reflexión más sociológica que psicológica en una primera lí­nea de abordaje, pues hemos de reconocer que para aligerar culpas y auto reproches por nuestros fracasos amorosos ayuda que nos sintamos participes de un movimiento social que trae sus propia reglas y exigencias y nos aboca al actual caos amoroso en el cual no hay más brújula para orientarse que la sumisión a los procesos sentimentales y emocionales de cada uno, desdibujados los carriles sobre lo correcto o lo incorrecto. Trataré de iluminar algunos mitos o errores comunes que desembocan en separaciones y como cada uno de ellos puede ser una oportunidad de aprendizaje y reorientación para posteriores relaciones.

Buscar la felicidad en el lugar equivocado
Es dudoso que el sentido de la pareja sea proveer de felicidad a sus miembros pero es común soñar que la felicidad llegará con la unión perfecta con el otro, como si ésta se tratara del calmante de todos los males, una suerte de elixir que nos hace invulnerables y realiza la esperanza de reposar confiados en el añorado seno materno.

Que la pareja nos dará la felicidad es una creencia tan extendida que si uno la cuestiona se arriesga a hacerse enemigo de los ilusionados. Sin embargo, si preguntamos a parejas consolidadas suelen contestar que la pareja no les ha dado estrictamente felicidad tal como la esperaban, sino una ardua, agria y dulce tarea interior y de crecimiento, y la compensación es más bien un sentimiento de dulzura, alegrí­a, unión y compromiso en el camino común. Proporciona con suerte la alegrí­a y la dulzura de saberse juntos y confiables en un camino común.

Sabiendo que la progresión de la pareja exige un buen número de penosos ajustes en el ego personal resulta un tanto infantil mantener intacta la creencia de que debe proporcionar la felicidad. Según palabras de San Agustí­n la felicidad consiste en tomar con alegrí­a lo que la vida nos trae y en soltar con la misma alegrí­a lo que la vida nos quita. Seguramente la felicidad tiene más que ver con una actitud ante la realidad que vivimos que con la realidad misma. Somos felices cuando conseguimos apreciar y fluir con lo que nos toca vivir en lugar de hacerlo depender del estricto cumplimiento de nuestros deseos y nuestros cambiantes pensamientos y sentimientos.

Serí­a un gran paso liberar a nuestras parejas del peso de tener que hacernos felices y liberarnos a nosotros mismos del peso de hacerlas felices para que paradójicamente la felicidad pueda ser mayor. Serí­a más prudente y sabio tener simplemente la expectativa y el ofrecimiento de un cierto bienestar y realización en el intercambio y en la relación. Una buena orientación para abordar una nueva relación es liberarla de la expectativa de que nos haga felices asumiendo la tan proclamada idea llena de sentido común de que nada ajeno nos hará felices. Que la felicidad empieza en uno mismo y entonces, como el aceite, se extiende hacia los demás.

Tolerar el bienestar y el dolor
Lo que nos lleva a la pareja y le otorga su importancia es el reconocimiento de que estamos incompletos, de que algo falta, de que sentirnos solos y únicos lastima el puzzle interior del Alma que todos necesitamos redondear. El otro, por tanto, completa nuestra sed de totalidad. El vehí­culo que nos lleva al otro es la sexualidad en primer lugar, junto con la ternura, el cuidado y la seguridad en segundo lugar, y la compañí­a y el camino común en tercer lugar. Cuando una pareja persiste en su camino común y en el intercambio y crece a través de los hijos, los proyectos compartidos, los retos y vaivenes asumidos, etc. se profundiza el ví­nculo de una manera necesaria y grata para el alma pero con grandes consecuencias: por un lado aumenta el bienestar de manera tal que algunas personas no lo pueden soportar y por otro lado nos hacemos candidatos al dolor ya que la traición o la pérdida de la persona amada desgarrará nuestro cuerpo, nuestro corazón y nuestra alma. Una nueva relación debe incluir la pregunta sobre cuánto bienestar seré capaz de buscar y tolerar y también de qué manera estoy listo para ser de nuevo candidato al dolor y asumirlo si es preciso. Para muchos quizá resulte incomprensible la idea de tolerar el bienestar pero mi experiencia como terapeuta me ha enseñado que muchas personas empiezan a boicotear sus relaciones amorosas “justo cuando todo va bien” lo cual me ha hecho pensar a menudo en una especie de tabú cultural sobre el bienestar, lo cual se explica por una feroz lealtad a los modelos familiares en los que crecimos cuando fueron desdichados. Ningún hijo tolera bien un cociente de bienestar mayor del que conoció en su escenario familiar primero. El reto consiste en permitirlo y transformar lealtades desdichadas en regalos de bienestar para nuestros orí­genes.

Tú eres tú y yo soy yo, o tú eres yo y yo soy tú.
Cuenta una vieja historia de Oriente que cuando Dios creo al hombre y a la mujer les dio un solo cuerpo, de manera que desconocí­an el sentimiento de soledad y de carencia. Estaban juntos, completos, eran felices. Pero pronto surgieron dificultades, a veces el hombre querí­a caminar hacia el este y la mujer hacia el oeste, o uno querí­a tumbarse y reposar mientras el otro deseaba seguir recolectando frutos. Se dieron cuenta de que no eran libres y que el precio de estar tan juntos –de ser uno en dos o dos en uno- suponí­a grandes renuncias a impulsos y deseos estrictamente personales. Tanto anhelaron ser libres que solicitaron una reunión con Dios, le explicaron sus problemas y le pidieron que tuviera a bien concederles dos cuerpos. Dios, amable y generoso, no tuvo inconveniente y les concedió dos cuerpos, a él cuerpo de hombre y a ella cuerpo de mujer. Al principio rebosaban de contento, cada uno podí­a caminar y hacer lo que querí­a a cada momento con independencia del otro. El podí­a caminar hacia el este y ella hacia el oeste, no obstante en seguida experimentaron que si se alejaban demasiado en direcciones contrarias notaban un desagradable y angustioso sentimiento hecho de punzadas de soledad y el deseo de reencontrarse. Tratando de resolver el exceso de unión para encontrar el camino personal se encontraron con la independencia que poní­a en riesgo su unión. Se dice que desde entonces las personas han tratado de vincularse sin conseguir resolver completamente este conflicto entre unión e identidad. Todas las personas experimentan ambas necesidades pero en grados y maneras diferentes. Así­ encontramos personas altamente orientadas a la fusión con el otro y otras a la autonomí­a. Cada pareja negocia la manera en que ambas necesidades se pueden satisfacer en ambos miembros respetando sus tendencias y estilos personales.

Es posible que un fracaso en la pareja se deba a una mala conjugación de estas necesidades y ayuda cuando nos dirigimos a una nueva pareja tener una mayor claridad de las propias necesidades y tendencias que nos permitan encontrar la persona con la que podamos sintonizar y calzar sin graves conflictos.

Es obvio que los extremos de la cuerda generan dificultades especiales y hay personas que se pierden a sí­ mismas en la fusión, temiendo encontrarse a sí­ mismas, y otras que se pierden a sí­ mismas en el exceso de independencia temiendo diluirse en el otro.

Entonces conviene que trabajen terapéuticamente para flexibilizar sus posiciones rí­gidas. Para que la frase ritual “una sola alma, una sola carne” tenga sentido primero es necesario un dibujo ní­tido de las identidades individuales.

Enamorarse y amar
Enamorarse significa: “me mueves mucho pero te veo poco” y con esta ceguera y pasión inicial muchas parejas inician su caminar. Efectivamente el otro que vemos cuando nos enamoramos no es más que el otro que imaginamos y necesitamos en nuestras fantasí­as y le hacemos depositario de nuestros anhelos. Se convierte en el blanco de nuestras proyecciones. Cuando la pareja se empeña y se arriesga a seguir la relación y el camino común se inicia el amor, eso es: “ahora ya voy viendo mejor quién eres pero ya no me mueves tanto, sin embargo me mueves y me tocas lo suficiente para aprender a querer y respetar quién eres, incluso lo que me resulta difí­cil o no me gusta y me quedo a tu lado y me comprometo en un camino común en lo alegre y en lo triste, en la salud y en la enfermedad” como a veces reza el texto ritual del matrimonio. En esta fase algunas expectativas ya han sido frustradas. Podrí­amos decir que el amor empieza cuando el enamoramiento remite. Paradójicamente algunas personas lo interpretan al revés. Piensan que se pierde el amor cuando el enamoramiento se desvanece, rompiendo la relación. Para las personas que inician segundas o terceras relaciones es una oportunidad para combinar enamoramiento ciego con la clara percepción de quién y cómo es el otro. Hombres y mujeres, chamuscados por relaciones que prometí­an la maravilla y acabaron de manera infernal, acaban por orientarse de una forma analí­tica según el sentido de lo conveniente, y a veces no está mal que hagan como si estuvieran un poco ciegos para activar la pasión que surge cuando inventamos al otro a la medida de nuestros anhelos más ocultos. De igual manera los que ciegamente tropiezan una y otra vez con la misma piedra, con el mismo estilo de relación fallido y trágico, en verdad, no quieren algo mejor sino seguir tropezando en su emocionada y esperanzada ceguera y les conviene abrir los ojos y ver.

Rendirse a lo que separa
Para lograr el bienestar y la estabilidad en la pareja no basta con el amor. En casi todas las parejas podemos rastrear la presencia del amor en alguna o todas sus manifestaciones: pasión, ternura, amistad, decisión, compromiso, etc. Sin embargo puede no ser suficiente y, a pesar del amor, algunas parejas no logran superar los grandes temas que los acechan y deben rendirse a la tenaza de las dificultades o buscar soluciones para ellas.

Apreciar nuestros orí­genes y tomar a nuestros padres allana el camino de la pareja.
Un persona soñó una noche que se acercaban sus padres y depositaban unas monedas en sus manos, no sabemos si muchas o pocas, si de oro, de plata o de hierro. La persona durmió feliz el resto de la noche y al dí­a siguiente fue a la casa de los padres y les dijo: – he soñado que me entregabais unas cuantas monedas y he venido a agradeceros y deciros que las tomo con gusto. Los padres que, como todos los padres, encuentran su grandeza en el reconocimiento y capacidad de recibirlos de los hijos contestaron: – como eres tan buen hijo, puedes quedarte con todas las monedas, y puedes gastarlas como quieras y no es necesario que las devuelvas. El hijo se fue de la casa de los padres y para siempre se sintió pleno y enraizado y el dí­a que encontró una pareja podí­a sentir en su interior “tengo padre y madre así­ que me bastara con que él o ella sea mi compañero y yo el suyo”. Esta historia ilustra en el lado inverso el hecho de que a veces algunos hijos no toman sus monedas que representan la herencia de nuestros padres porque entre ellas también están envueltos las heridas y los sucesos dolorosos y prefieren decir: “no me sirven o no son suficientes o son demasiadas, etc.” y entonces, en algún nivel, caminan huérfanos sosteniéndose en los falsos poderes del resentimiento, el victimismo, la enfermedad, la iracundia, etc. en lugar del verdadero poder de tomar a los padres y su historia y su realidad. Entonces, cuando no toman a sus padres, se acercan a su pareja e incluso a sus hijos con la idea de que la pareja o sus pequeños tendrán las buenas monedas que no recibieron de sus padres, lo cual trastorna el orden entre el dar y el tomar. La pareja no es una relación materno filial sino una relación entre adultos y aunque la pareja tome el lugar materno o filial en ciertos momentos y aunque con suerte algunas parejas logran balsamizar y reparar viejas heridas con los padres, en general cuando esperamos de la pareja lo que no pudimos tomar de los padres y este se convierte en el patrón de trasfondo de la relación es demasiado y la pareja fracasa en medio de grandes dolores y desgarros emocionales. Al contrario de lo que es usual en las canciones románticas podrí­amos decir que funcionamos mejor en la pareja cuando somos más autónomos y reconocemos que sin él o ella también estarí­amos bien, que también serí­amos capaces de vivir.

Estilos afectivos en colisión.
Todos hemos crecido en un escenario familiar con reglas y modos afectivos propios. Como niños nos insertamos inocentes a la familia a la que pertenecemos y ahí­ hacemos los aprendizajes principales sobre los ví­nculos y las relaciones. En particular nuestra exposición al dolor y el intento de apartarnos de el va conformando un estilo afectivo que nos guiará en nuestras elecciones y relaciones afectivas adultas. Podrí­amos decir que es universal una cierta desconfianza hacia el amor ya que aquellos que amamos nos han herido y los hemos herido y como marionetas gobernadas por el dolor tratamos de protegernos tomando posiciones. Así­ una vez adultos se juntan Don no valgo para nada con Doña segura, o Don delicado con Doña cuidadora, o Don optimista con Doña abandonada, o Don me peleo con todo con Doña yo tengo razón, o Don agresivo con Doña resignada, y mil etcéteras. Sin duda una pareja es una segunda oportunidad para reaprender, para arriesgarse de nuevo a confiar en el amor. A veces los estilo afectivos aprendidos se complementan y la pareja avanza. Otras veces los estilos colisionan con tanta vehemencia que no es posible un mí­nimo de bienestar. A pesar del amor la pareja tiene entonces que enfilar caminos divergentes. Como señala Boris Cyrulnik con su teorí­a de la resiliencia, cada nueva pareja es otra oportunidad para rehacer un ví­nculo seguro e í­ntegro. Después de una separación el trabajo consiste en hacer una inmersión en el estilo afectivo que no resulto funcional y equiparse para realizar cambios.

Implicaciones en las familias de origen
A veces él no consigue dejar de ser el hijo de sus padres para ser el marido de su mujer, a veces ella sigue tan ocupada con el destino de un hermano que no concede la prioridad al marido y la nueva familia formada. íšnicamente son ejemplos pero cuando dos personas forman una pareja y se unen, en realidad, se unen dos familias con su historia particular cimentada en hechos y vicisitudes particulares, y cada uno en la pareja conserva sus lealtades más o menos camufladas a sus orí­genes. La pareja se vuelve consistente cuando, con el tiempo, logra afianzarse y sentir que como pareja y como nueva familia son fuertes y tienen prioridad a los ví­nculos anteriores y esto se consigue lentamente, madurando a fuego lento. Hay sagas familiares donde planean creencias que arrastran a todos sus miembros como por ejemplo “ninguna mujer será nunca feliz con un hombre” o “no se puede confiar”, etc. Beneficia preguntarse sobre estas creencias, ver como actúan como frenos, desafiarlas si es preciso. Ayuda plantearse las ataduras de amor con nuestros orí­genes que nos dificultan el tránsito a la madurez y a la posibilidad de tomar el lugar al lado de un compañero.

Saber perder
El indicador de que una separación ha concluido en un sentido interior viene dado por el hecho de que, en las profundidades, logramos aceptar todo lo que ha pasado, tal como ha pasado y nos entregamos a la vivencia de la pérdida y a las punzadas de dolor que progresivamente se vuelve más sereno. Por fin podemos rendirnos a la realidad de lo vivido y lo perdido y tomarlo tal cual. Para eso abandonamos las culpas y los reproches por las heridas y las frustraciones, tanto los que dirigimos hacia nosotros mismos como hacia la ex pareja. También dejamos atrás los intentos de explicar y entender que nos han servido como consuelo y asidero para sostener las tormentas emocionales y renunciamos a la explicación correcta y soltamos. Liberamos la necesidad de tener razón y todos los argumentos que la sostienen al igual que dejamos de prestar oí­dos a los argumentos de nuestra ex pareja. Lo habitual es que mientras le inventamos porqués a la realidad nos negamos a rendirnos a ella y ser sus humildes discí­pulos. A veces ni siquiera hay porqués claros… sólo la vida generando formas cambiantes. Saber perder requiere en un última estancia la capacidad de entregarse al dolor de la pérdida sin camuflarla con otras emociones parásitas como la rabia, la lastima, la culpa, etc. Por fin, y esto es lo más importante, una separación ha concluido cuando nos retiramos de tratar de encontrar buenos y malos y dejamos que cada uno asuma su responsabilidad. Pasase lo que pasase, y sean las que sean las medidas y los lí­mites necesarios para encauzar la relación posterior –especialmente si hay hijos- salimos í­ntegros si aquellos a los que amamos en su dí­a conservan un lugar digno e í­ntegro en nuestro corazón; con más motivo cuando se tienen hijos en común. Es bueno para los hijos percibir que, en ellos, los padres se siguen queriendo, por la simple razón de que los hicieron en común como fruto del amor que se tuvieron en su momento. Es necesario al final que cada uno retome en sus manos el impulso de la vida y la propia responsabilidad por la vida que sigue sin el otro.

Ana está con su nueva pareja desde hace diez años. Sufre intensamente por el hecho de que, aún queriéndolo, no logra sentirse comprometida y profundamente vinculada. Más bien se siente aún vinculada con su pareja anterior con la que vivió hechos cruciales y de la que se separo sintiéndose ahogada pero de la que no logra desprenderse en un sentido interior. Los hechos cruciales consisten en que ella atravesó un peligroso cáncer durante dos años que la tuvo muy enferma y al borde de la muerte y él la cuido con total abnegación. Cuando ella superó su enfermedad una fuerza incomprensible la llevo a separarse como si tratará de escapar de una cárcel. Lo que a nivel racional es incomprensible se entiende muy bien mirando detenidamente la dinámica y los equilibrios en el intercambio en la pareja. Ella recibió tanto durante estos dos años de enfermedad que se sintió con una gran deuda y ante lo insoportable de no poder zanjarla abandono la relación. Una deuda puede compensarse de muchas maneras pero también con la gratitud y la humildad de saber recibir algo bueno y, a veces, la compensación ya se encuentra en la capacidad y belleza de saber recibir. Pero esto requiere humildad. Sea como sea lo importante es cuidar el equilibrio en el balance de cuentas. Una separación se logra cuando el saldo se acerca a cero y no hay más deudas ni obligaciones.

Volver a empezar

Como dice el protagonista de una historia que cuenta Jorge Bucay, “fui a comprar un final feliz, y busqué y busqué, pero no lo pude encontrar, y viendo que no lo podí­a encontrar preferí­ invertir en un nuevo comienzo”. Cuando un amor se va hace espacio para otro nuevo y muchas personas que quedaron heridas y vulnerables renuevan su esperanza en un camino de amor y se invierte en un nuevo comienzo, el cual aunque no se logre un final anterior feliz –y un final es más a menudo traumático, doloroso y frustrante- puede edificarse sobre el respeto y la gratitud a lo anterior, la integración de las heridas, los lí­mites necesarios para canalizar los desacuerdos, especialmente cuando hay hijos, y la despedida en el dolor y el amor. Lo nuevo se construye sobre lo viejo cuando lo viejo no son ruinas y cadáveres sino buenos cimientos de amor, respeto y gratitud. Por tanto una relación concluye sanamente cuando, con el tiempo necesario, el amor en un sentido interior puede volver a fluir y los lí­mites en un sentido exterior quedan ní­tidos.

Joan Garriga
30 abril 2005

La “Fraternité” fracasada.
Joan Garriga Bacardí. Agosto 2017

1. Apertura.

Sería quedarnos cortos si redujéramos el ámbito de la fraternidad a su sentido familiar, el de los hermanos unidos por lazos de sangre o de crianza. Quisiera, en cambio, escribir más bien acerca de la comunidad de hermanos pertenecientes a una misma nación, patria, matria, país, tribu, etnia, religión, equipo deportivo, cultura o similares. No dejaré de enfatizar los efectos trágicos y devastadores de dichas pertenencias cuando conllevan exclusión, menoscabo, destrucción o muerte para algunos: a menudo, la pasión de pertenencia no se deja domesticar o dulcificar por los ojos amorosos, indiferenciados e infinitos, del espíritu.
Quisiera también plasmar algunas sencillas ideas sobre las dinámicas entre hermanos en el interior de las familias, pero afirmaré, antes de todo, que, según mi experiencia personal y profesional, en su trasfondo natural y espontáneo, la hermandad tiene más de solidaridad y cooperación amorosa que de rivalidad o brutalidad competitiva.
Sin embargo, la dialéctica entre la cooperación o la lucha, el yo o el tú, el ser o el tener, el nosotros o el vosotros, nos acompaña en la vida y nos interpela sin descanso. Seguramente, porque obedece a dos fuerzas biológicas (la ternura, la agresividad) propias de los seres humanos. Pero las alas que nos van creciendo como respuesta a esta dialéctica son simples: o tratamos de desplegar en toda su magnitud las alas al amor y el espíritu, en un gesto que conlleva humanidad, unidad, empatía, humildad, benevolencia y confianza, o nos anclamos en el miedo, que riega nuestros días de tensión, separación, competencia y lucha.
A menudo se ha comparado a los seres humanos con nuestros parientes simios: o amorosos y cooperativos bonobos, o jerárquicos y competitivos chimpancés; sus dos estilos relacionales viven en nosotros a modo de actitudes atávicas. Y en cada momento debemos elegir por cuál de ellos apostar, y alimentar con más fuerza. Si nos remitimos a la frase de San Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestros días seremos juzgados en el amor”, no hay duda de que importará haber invertido en la paz del corazón abonando con fuerza a nuestro bonobo interior, o reconvertiendo la potencial violencia del chimpancé en fuerza de vida.

 

2. 17 de agosto 2017 a las 17.30, y Schiller.

Me siento en el ordenador para escribir este artículo. Son aproximadamente las 17.30h del 17 de agosto del 2017. Estoy por teclear “Liberté, égalite et fraternité”. Con esta referencia a la convertida en famosa y legendaria divisa durante la revolución francesa, quería introducir el tema. Principalmente, porque tal frase señala la fraternidad como un alto, deseable y revolucionario valor. Mientras tanto, se deslizan fugazmente por mi cabeza algunos compases de la Novena de Bethoveen y la frase del Himno a la Alegría “y los hombres volverán a ser hermanos”. Pienso también en la Oda de Schiller: “más allá de las estrellas habita un padre amoroso”:

¡Abrazaos, millones de seres!
¡Este beso para el mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada
Habita un padre amante.
¿Os prosternáis, millones de seres?
Mundo, ¿presientes al Creador?
¡Búscalo por encima de las estrellas!
¡Allí debe estar su morada!

Ah, qué bello es el lenguaje del amor, de la esperanza, del abrazo, de la hermandad y la consanguineidad bajo la bóveda celeste. ¿Somos hijos de una misma sangre porque en todos nosotros habita el mismo padre amoroso, más allá de las estrellas? Este es el meollo del asunto. La consanguineidad espiritual que nos iguala a todos frente a la consanguineidad familiar, tribal, religiosa, étnica, geográfica, nacional, cultural, musical, deportiva, que nos iguala a algunos frente a otros de los cuales nos separa.
Nada nos impulsa con más fuerza que la creación de consanguineidades mundanas a las que adscribirnos y pertenecer, construyendo de este modo una narrativa identitaria personal y social. El instinto más hondo y apasionado que tenemos es el tribal y el de pertenencia: soy de aquí pero no soy de allá. Soy Elena pero no María. Soy hombre pero no mujer. Soy americano pero no coreano. Soy judío pero no palestino. Soy de derechas pero no de izquierdas. El pequeño mamífero que somos dice: soy de aquí, somos nosotros. Nosotros frente a ellos. Por ello, matamos o morimos, si hace falta.
Sin embargo, el músculo espiritual que compartimos todos como principio germinal, aunque a veces quede oxidado por el poco uso o relegado a una larga siesta, canta: en nosotros habita la misma amorosa sangre, el mismo fuego de vida, la misma lira interior. Clama: soy todos, sin exclusión. En todos habita el mismo padre amoroso.
La pasión de pertenencia del mamífero apasionado que somos necesita, para la paz de su corazón, del contagio espiritual. Se requiere que nuestro instinto gregario y diferenciado se contamine de consanguineidad espiritual, hijos todos del mismo padre amoroso, sin diferencias.

3. Atropello masivo en las Ramblas de Barcelona

Empiezo a teclear y no bien he terminado de escribir la palabra liberté, escucho la voz alarmada de mi hermano que proviene del salón de la casa vacacional en la que estoy pasando unos días. Ha prendido la tv y exclama con aprensión y sobresalto: ataque terrorista en las Ramblas de Barcelona. Lógicamente, no escribo ni una letra más. Nos abalanzamos sobre el aparato. La tv y las noticias que llegan de Barcelona ocupan la gestalt completa, la plena atención ahora. Miedo, incredulidad, enojo, espanto, fragilidad, preocupación por seres queridos, horror, compasión por los que están ahí y por sus familias, callados rezos para que no haya víctimas, y un no sé qué difícil de determinar, preludio neo traumático, o anestesia sin más, cuando no también un poco de alegría o alivio, porque uno descubre pronto que los seres queridos y los más cercanos están a salvo, si es que algo así como estar a salvo existe realmente.
Solo ahora, al día siguiente, 18 de agosto, he retomado y estoy escribiendo.
Entonces, ¿fraternidad?, me digo. ¡Una mierda!, me contesto enojado. Lo consanguíneo tribal y mamífero ha ganado la partida una vez más a lo consanguíneo espiritual. Algunos yoes se han olvidado que son túes. Gravemente. ¿Dónde se ha traspapelado este padre amoroso de todos? ¿Nos hemos vuelto sordos al himno alegre de la hermandad? ¿No es ésta la enfermedad general del patriarcado, el yo frente al tú, el nosotros frente al vosotros? El Padre de todos parece estar echándose una siesta o haberse quedado sordo. Triste destino el de las víctimas inocentes que paseaban por las Ramblas, quizá alegres, y triste y doloroso destino el de los que matan, víctimas también ellos de injusticias y quebrantos. Seguramente no haya mayor mal que la excesiva fe en el yo, o en el nosotros, como centro del universo. Se le suele llamar orgullo. Enfermiza vanagloria, maléfica arrogancia. Infringe la comprensión que San Agustín formuló de esta manera: “Dios es más yo que yo mismo”. Afinar y afirmar la propia voz en el mundo, y hacer crecer el Yo, es necesario, diría cualquier gestaltista, y concordaríamos fácilmente con él. Al mismo tiempo, un yo bañado en sabiduría, que busca la paz de su corazón, es capaz de reconocer al Tú como uno y el mismo. Crecimiento personal, a partir de un punto, debería de ser menos yo y más tú, o mayor predisposición a incorporar como propio lo ajeno. No hablo de tragar, de introyectar toxinas y absurdos “deberías”, de someterse a autoridades externas. Hablo de la grandeza de corazón capaz de reconocerse en todas partes: en la mariposa y en el tiburón, en la víctima y también en el agresor. Un corazón que sabe serlo todo por encima de la estrecha narrativa identitaria. Lo contrario de la xenofobia o rechazo a lo extraño y al otro, es el amor a lo extraño y al diferente.

4. Yo soy racista y xenófobo, y diría que tú también.

Tal vez convenga reconocer la propia xenofobia para gobernarla, en lugar de pretender ideológicamente que no habita en nosotros. El hilo de mi discurso va siendo la dialéctica entre el pequeño yo, gregario y apasionado en sus pertenencias a grupos, y el sabor del espíritu que va más allá de la pequeña tribu y engrandece nuestro corazón. Conviene lograr que uno, en su desarrollo y maduración, pueda llegar a sentir: soy de aquí y soy de todas partes y sobre todo: soy. Pero asumamos una verdad: somos racistas y xenófobos. Quizás no desde un punto de vista ideológico, claro. Muy pocos se definirían como tales. Yo, tampoco. Pero si uno se mete en sus vísceras, en su hígado, en sus tramas emocionales primarias y ocultas, puede que encuentre miedo, o la sensación de ser mejor que otros, o peor que otros. Y que sienta que daría pedradas a los que visualiza del otro bando, cuando no los exterminaría para poder vivir en la ilusión de la paz.
Ya sabemos que, a menudo, nuestra ideología va por un lado y las tripas por otro. No está mal que nuestras ideas sean inclusivas con los diferentes (bien, aplausos, vítores) y estén dirigidas por un pensamiento empático y amoroso, pero veamos también la verdad de nuestras tripas y temores más arraigados. ¿No es más importante un gramo de experiencia veraz que mil kilos de ideología, muchas veces barata y decorada con intereses propios? Porque la verdad sentida la podemos manejar. Reconocerse racista es el primer movimiento que necesitamos para no serlo tanto. Reconocer las pasiones e identificaciones propias es lo que nos hace falta para superarlas, para relativizarlas, para elevar nuestro corazón a lo ajeno y extraño y extranjero. Sonriamos con humor a nuestra filias y fobias, de manera que se disipe la seriedad con las que las tomamos. El problema no es ser racista y xenófobo porque lo somos, sino no saber que uno lo es, y no manejarlo en la dirección de la consanguineidad espiritual y la paz. El pecador que mira a la cara a sus pecados quizá se acerca mejor a la virtud que aquel que se proclama infantilmente inocente. Bueno, son ideas gestálticas, que solamente repito. Una vez le preguntaron a un pensador francés (he olvidado a quien) si usaría un artilugio bélico que daría enormes ventajas a los franceses, pero perjudicaría seriamente a los demás países. Y él contesto que no, porque sólo era ciudadano francés por casualidad.
Por suerte, la oración gestáltica que acentúa las diferencias, sanas y necesarias, puede ser corregida con la contra oración que creó el monje budista Thitch Nhat Hanh, la cual enfoca la unidad, la visión de que somos uno. Si es cierto que yo soy yo y tú eres tú, también lo es que yo soy tú y tú eres yo. ¿No es obvio que somos el mismo?, señala el monje budista en su famosa contra oración “Inter-somos”.

5. La fraternité fracasada

En su precioso libro “La revolución de la fraternidad”, Paloma Rosado relata que, de la divisa revolucionaria con sus tres altos ideales, la fraternidad se ha quedado en la cuneta, prácticamente olvidada. Se ha luchado por la libertad, y tenemos derecho a voto, así como una cierta libertad de expresión y de emprendimiento. Se ha luchado por la igualdad, y a cada persona le corresponde un voto, así como ciertos derechos sociales y jurídicos. Sin embargo, es ésta una época en la que muchos han abierto ya los ojos al fracaso de esta libertad y de esta igualdad que disfraza su fraudulencia bajo el manto de la democracia liberal, del lenguaje políticamente correcto y de la legalidad constitucional. No existe libertad ni igualdad real. La dictadura de hoy no es la de la fuerza, sino la del dinero, la opresión sutil y el uso de la información. Todo envasado en tanta politez y decoro que encubre y casi legaliza el abuso. Nuestra desigualdad de hoy no está en el voto, sino en la riqueza, la cultura y el conocimiento. Además, son muchos los que, enfermos del corazón, buscan en el poder político “democrático” una tapadera para su desierto interior y su hambre de amor, con su consiguiente voracidad emocional; convertidos en políticos, sucumben a las fáciles tentaciones del poder, la riqueza y el afán de notoriedad. Vamos mal. Nada nuevo bajo el sol.
Así pues, la fraternité sigue siendo la asignatura pendiente. Ser todos hermanos sigue constituyendo un oscuro y flagrante olvido. Quizá haya llegado el tiempo de repensar incluso la democracia tal como la concebimos, ya que al encubrir su rampante insipidez con la ilusión del “voto” y otras lindezas legales, se convierte, en realidad, en tan poco democrática, para buscar alternativas verdaderamente fraternas e incluso espirituales —digo esto siendo consciente de que escribo cosas que, por su carga política, merecerían una mayor argumentación. Pero me gusta pensar, aún hoy, cuando todas las utopías parecen haber desaparecido de la historia, en términos tan fracasados como el lema sesentayochista “La imaginación al poder”, que hoy cambiaría por otro lema aún más cargado de utopía: “El espíritu al poder” —o “la sabiduría al poder”, en su versión más laica. Cuánto se echa en falta la bondad de un Dalái Lama, o el temple y la serenidad de un Nelson Mandela, o el desapego material de un José Mujica, todos ellos forjados en la adversidad y la persecución, que parece la amarga medicina capaz, a veces, sólo a veces, de adelgazar los argumentos del ego y hacer que florezca el espíritu…

6. Las cosas empiezan mal por culpa de un falso Dios, narcisista y caprichoso.

El mítico relato bíblico del Génesis determina la caída y la expulsión del Paraíso de Adán y Eva; simbólicamente, los primeros padres. Lo cual significa pasar de vivir en la vida vivida a vivir en la vida pensada, saltar del celestial presente al diabólico pasado o futuro, extraviar el aliento del Espíritu espontáneo para sustituirlo por la voz del yo personal. La caída es hacia el ego, de manera que el Ser entra en letargo. Pero a continuación las cosas van de mal en peor. Siguen a garrotazos, podríamos decir. Los míticos primeros hermanos, los hijos de Adán y Eva, Caín y Abel, incurren en violencia y fratricidio. Caín mata a Abel. Aún recuerdo cuando de niño leía ese pasaje bíblico que me producía sensaciones extrañísimas, como si algo así no pudiera ser real.
En los albores de uno de nuestros mitos culturales dominantes, fraternidad es fratricidio por obra de este Dios que tiene tan poco de divino y solo refleja la expresión caprichosa y furiosa de las peores imágenes humanas. Dios quiere sangre, y Abel, al ser pastor, le ofrenda sacrificios animales. Caín es un mero agricultor y solo le puede ofrendar vegetales. Este estúpido y justiciero ser supremo premia a Abel por encima de Caín. Y Caín, tomado por sentimientos vergonzosos e indignos, presa de los celos, la injusticia y el desamor, mata a Abel. ¿Quién entiende eso? La lección es que fraternidad es fratricidio. ¿Y cómo es posible que Dios siembre en Caín sentimientos de indignidad, de no ser bastante bueno, de no ser amado? ¿Hay un dios ahí? ¿Tiene ese dios corazón? ¿Es posible pensar en un dios que no sepa amar, ya no que no sepa bailar, como diría Nietzsche? ¿Es plausible un dios que hace diferencias y abraza o rechaza, premia o castiga, levanta o somete? ¿No nos habremos vuelto todos locos? El desamor desemboca en violencia. El mal entre hermanos es la expresión de la violencia y la neurosis sacrificial, arrogante, autoritaria, asustadora e inútil del padre, asimilado a dios.
¿Es propio de dios, sea lo que sea esto, tener una mente sacrificial? Varios son los grandes males derivados de la expulsión del Paraíso y el ingreso en la ideología patriarcal: ya no es el instinto y la unión con la naturaleza, sino el yo, lo que dirige la vida; el yo es gobernado por el miedo, y los intentos de manejarlo y de escapar de él, generalmente, acaban en violencia de muchos tipos; el yo se extiende hacia un nosotros, por oposición a un vosotros o ellos; el fratricidio es la metáfora dominante: luchamos todos contra todos; el premio y el castigo, el sacrificio y el sufrimiento, se tornan el núcleo inevitable de la existencia.
No en vano, Nietzsche termina su biografía con su poco enigmática frase: “Dionisos vs el Crucificado”. Vida o sacrificio, quiere decir. Hombres superfluos y atemorizados, o el hombre grande y audaz que realiza una alianza inquebrantable con la vida tal y como es y con la naturaleza que lo anima, inmune a la corrosión de las multitudes adoctrinadas. Aquellos que encuentran la verdad ya no dependen de ser aceptados en su grupo. Que se lo pregunten también a Spinoza, expulsado de su aparentemente cálida y segura fratria o comunidad judía, pero que a partir de su exilio desarrolló su metafísica. Aquellos que escuchan las melodías del frondoso árbol de la vida, rico en instrumentos musicales, empiezan a vivir fuera de las tablas de la ley. Y cantan y aman.
Expulsión del Ser como morada natural, caída en el yo, olvido de la unidad de todos los seres, alienación de la naturaleza, pensamiento en lugar de espontaneidad, mente temerosa y sacrificial, violencia y asesinatos, lucha de los unos con los otros, explotación, dolor y esfuerzo, olvido de la sacralidad natural de las cosas… Todo ello configura el paisaje de la mente patriarcal, la semilla del mal según el inspirado y lúcido diagnóstico de Claudio Naranjo.
¿Fraternidad pues? No. Para ello, se interpone una caterva de falsos dioses, de quiméricas y extravagantes imágenes de dios, que nos confunden y nos mantienen en lucha.

7. Hay cosas encerradas detrás de los muros que no pueden cambiar porque nadie las escucha.

Uno de los precios del mal patriarcal y la caída es la vergüenza, el escondite, el auto desprecio, el miedo, la falta de amor a uno mismo y a la vida, la pérdida de confianza y, por tanto, de la transparencia y la verdad. Se lee en Yerma una frase de gran sabiduría terapéutica: “Hay cosas encerradas detrás de los muros que no pueden cambiar porque nadie las escucha”. Violencia, muerte, traición, desamparo, guerra, explotación, abuso, pobreza, componen, entre otros, los grandes asuntos de la tragedia humana y rellenan el viaje de la vida con tramos inquietantes, angustiosos, al límite del precipicio y la dignidad existencial. Hechos que quedan, muchas veces, en habitaciones cerradas con llave de las moradas familiares, o en nuestros inconfesables secretos biográficos arrinconados en criptas de nuestro cuerpo. Nos salva lo que puede ser compartido y puede encontrar comprensión y un abrazo común. Nos cura lo que, al ser abierto, encuentra oídos y amor ajeno, no lo que nadie escucha.
Pero, ¿qué decir, por ejemplo, cuando un país o comunidad unida por un destino e identificación común, es asolado por una guerra civil que enfrenta a hermanos contra hermanos, en un sentido nacional pero también muchas veces en un sentido sanguíneo y real? Así ocurrió en la guerra civil española. Por temor, por vergüenza, por protección de los posteriores, los implicados en los frentes sobrellevan una cantidad enorme de miedo, de horror, que queda enquistada traumáticamente en las venas de los supervivientes, que callan, se disocian, se endurecen, se deprimen o construyen narrativas que les permitan sobrevivir y apartarse un poco de la devastación en el Alma que les inunda. ¿Quién escucha las voces de las víctimas? ¿Quien escucha las de los victimarios, que no dejan de ser otra clase de víctimas envueltas en un destino brutal, a menudo no elegido en lo personal? La violencia y la muerte parten el Alma y dejan un eco en el corazón de las familias que persiste, trémulo, por varias generaciones.
Si quien aprieta el gatillo contra el hermano del otro frente supiera al menos que, en este acto, determina parte del destino de sus descendientes. Si quien recibe la bala en el pecho pudiera liberar a sus descendientes del dolor de tan terrible final y de sus consecuencias. Pero en general no pueden. Las guerras, al igual que todo lo demás (bendiciones y logros o maldiciones y quiebras en la historia familiar) se insertan en el callado flujo sanguíneo de las familias y los pueblos por generaciones, asolando la salud y el bienestar de muchos, completamente inocentes. Son cosas encerradas detrás (o dentro) de los muros que no pueden cambiar porque nadie las escucha y configuran el paisaje de la vergüenza humana.

8. El furioso Luis y sus raíces fratricidas.

Luis sufre de una gran furia. Para él se trata de un estado crónico de enojo que va parejo a intensas fantasías y ganas de dañar. Es un sentimiento posicional y estable, nuclear en su personalidad, poco adaptado a la realidad porque ahí está casi siempre sin que nada externo lo justifique claramente. Vive en estado de alerta y con constantes fantasías de matar. Un hecho relevante de su historia familiar es que su abuelo fue asesinado en la guerra civil. Miramos las raíces de su furia con la metodología de las constelaciones y el campo de vida e historia que muestra. Su abuelo yace en el suelo y su asesino permanece de pie, y el representante de Luis, levantando el brazo derecho, con el puño cerrado, se acerca al asesino, queriéndolo matar. Podríamos decir que hace como él, que Luis ha incorporado la energía asesina, que no sería inútil pensar que su furia vengativa le iguala con el asesino. Mirándolo sistémicamente, una gestalt pendiente puede no ser biográfica sino también familiar y afectar nuestro psiquismo y nuestra vida de manera determinante. ¿Cuántos asuntos clave no se resolvieron en el pasado de nuestra familia? ¿Cuántos hechos trascendentales fueron relegadas a la tierra del deseado olvido?
Baste como muestra una observación que vengo haciendo, que nunca deja de sorprenderme, y que me gustaría contrastar con otros terapeutas. Cuando en la familia hay o ha habido psicosis o esquizofrenia en alguno de sus miembros, casi siempre suelo preguntar por los contenidos delirantes o “locos”. Y muchas veces se pone en evidencia que la “locura” es sólo un desplazamiento en el tiempo y en el espacio, es decir, un eco actual de lo que fue y permanece como asunto pendiente, no mirado ni integrado por el sistema familiar y las personas implicadas. En muchas ocasiones, se puede rastrear que lo que hoy es delirio, tuvo sentido hace 10, 50, 70 o 100 años, por poner un ejemplo, vivido tal vez por un padre o tío o un abuelo u otro familiar. Si alguien delira que es perseguido o le quieren matar es útil investigar quién fue perseguido en la familia con anterioridad. Y se suele encontrar. Si alguien delira que está embarazada de Dios, conviene investigar acerca de secretos sexuales en la familia. Si alguien desvaría acerca de que quieren violarla y que hay niños perdidos, ¿será que ha habido bebés que fueron entregados, sea quizás porque fueron el fruto de una violación? Lo que es loco hoy, pudo ser una real realidad hace un tiempo. ¿Qué pasó que partió el Alma, de quién, cuándo, dónde…? Recordemos: “Hay cosas que no se pueden solucionar porque hay voces encerradas en las paredes que nadie escucha”.
En su magma profundo, Luis está tomado por un movimiento de querer matar al asesino de su abuelo, con lo cual interioriza energía asesina. Esta es su dinámica inconsciente, o al menos trazamos dicha hipótesis como forma de explicar y entender lo que le sucede. Algo terrible, que sucedió hace muchos años, tantos que ni siquiera había nacido Luis y en los que su madre era sólo una niña pequeña, mantiene vivo su eco a través de los hilos invisibles alojados en la atmósfera familiar y social, y queda pendiente de resolución e integración. Para explorar un poco más el tema de los efectos de las guerras en sus descendientes, ponemos en el campo de la constelación a un supuesto nieto del asesino. Y ¿qué hace? Se conecta con el abuelo de Luis y cae al suelo, a su lado, es decir, al lado de la víctima de su propio abuelo. Extraño, ¿no? El nieto de la víctima se comporta como un agresor y el nieto del asesino se comporta como una víctima. Sólo cuando miran claramente esta historia y Luis se deja tocar emocionalmente, se inicia un proceso que, con el tiempo, habrá de desembocar en respetar el destino tan triste de su querido abuelo ajusticiado y el del verdugo, no menos trágico. Durante el trabajo se muestra que, si esto ocurre, ambos nietos sienten el simple impulso de vivir, sin energía victimaria ni víctima, y se abrazan como hermanos en un conmovedor gesto de reconciliación y camaradería, caminando juntos hacia el futuro, resplandecientes, en paz. Hermanados.
Una pregunta muy relevante para la terapia y para la sociedad sería: ¿Cómo lograr la paz y la reconciliación después de las guerras y conflictos fratricidas? ¿Es posible, al menos? ¿Cómo se curan los traumas de la violencia? Y, yendo más allá, no sólo de guerras, sino de la calle, del día a día, del abuso sexual, de la explotación de unos y la inmensa fragilidad y menoscabo de otros, del maltrato en las familias y en las relaciones, del trauma del desamor, el abandono o la humillación. En ello nos jugamos la salud mental de una comunidad y de las personas que la componemos. ¿Cómo nos reconocemos hermanos de nuevo? Dejemos que las voces encerradas en las paredes puedan ser escuchadas, oídas, sentidas, acariciadas, amadas, lloradas, abrazadas. Sentémonos juntos para ello. Logremos que el pasado no sea perturbado por nuestro presente.

9. La hermandad dañada en las familias.

Una de las mayores, explosiva pero poco ruidosa guerra que se libra todos los días, se despacha en el campo de batalla familiar, en el interior de estas murallas que guardan tantos secretos. Especialmente la guerra de hombres contra mujeres y de mujeres contra hombres. Sobre todo, en la pareja de padres. La guerra que ocasiona más víctimas es la del padre contra la madre y viceversa. Y esto porque una porción enorme del sufrimiento de los hijos en las familias viene de la relación hiriente, irrespetuosa y violenta que experimentan, o incluso exhiben, los padres entre sí. Ante esto, el hijo está inevitablemente condenado, sufriente y perdido. Introyectará la atmósfera belicosa e infeliz de lo que ve, y hará malabares interiores para seguir queriendo a ambos padres de alguna manera.
La relación de pareja debería desarrollar también la dimensión fraterna y amigable del amor, de manera que pudiera expresarse en la fórmula de “estamos juntos, estamos en nuestro lugar de padres, manejamos nuestros asuntos a nuestra manera, y cultivamos la paz y el amor entre nosotros, como amigos entrañables, incluso a la hora de los desacuerdos o de la separación”. Desde luego, el paraíso afectivo es un ideal en las familias, fácil de soñar, pero muy difícil de lograr. Es obvio que estamos enfermos de desamor y que la plaga emocional se reproduce generación tras generación. De ahí que nunca es demasiado el trabajo del hijo con los padres para lograr la paz de su corazón, y muy especialmente el trabajo del hijo referido a la relación de los padres entre sí. Una porción increíble del sufrimiento de los hijos y de los hermanos es directamente proporcional a la lucha de sus padres.
Cuando hay respeto y cooperación entre los padres, es rara la presencia de conflictos serios entre hermanos. Prevalece el amor y el respeto como un reflejo del modelo respetuoso y amoroso de relación entre los padres. Si vamos a los hermanos veremos, a menudo, que conflictos graves entre hermanos reproducen disputas y guerras graves entre los padres. La ecuación es simple: algunos hermanos toman el bando de uno, y otros hermanos el bando del otro. Y luchan y litigan con la mayor de las pasiones. Entonces el amor cooperativo, fraternal, puede tornarse en odio competitivo. Apenas advierten que odian y luchan en nombre de sus padres. Aquí omito intencionalmente incursionar en el ámbito de los celos entre hermanos y del “complejo de Edipo”. No me parece que este complejo sea universal y biológico, sino una derivación de las problemáticas de los padres. En cuanto a los celos que militan con el hambre de amor del niño, no se multiplican ni se estimulan si los padres están claramente en su lugar y no reproducen escenarios antiguos.
Otro ámbito en el que se recrudecen los conflictos entre hermanos en el interior de las familias se da a la hora de las herencias y los repartos de bienes. Lo que ahí está perturbado es la dinámica de tomar lo que viene de los padres en la primera infancia, que se actualiza después en forma de rivalidades y competencias ante la carnaza de los bienes. Lógicamente, todo esto se nutre de la inconsciencia de los padres y de su dificultad para tomar claramente su lugar, además de sus propios juegos psicológicos con los hijos o del uso ego-centrado y manipulativo que hacen de ellos. Los hijos han quedado trastornados en la satisfacción de sus necesidades por no recibir lo adecuado o lo necesario, o no haberlo sabido reconvertir en lo suficiente. Son pasiones que como células dormidas de nuestra infancia despiertan de adultos cuando encuentran su oportunidad, por ejemplo, ante las herencias. Ahí queremos compensar nuestros sacrificios o nuestras faltas, y se actualizan las viejas rivalidades.

10. Bonobos y/o chimpancés.
El chimpancé del que venimos, y vive dentro de nosotros, es jerárquico, autoritario, a veces brutal, violento, competitivo, impositivo y territorial. El bonobo del que venimos, y que también vive adentro, es empático, orientado al placer, reacio a los conflictos, cariñoso y comunitario. Presupongo que hay que integrar ambos como fuerzas que bien manejadas enriquecen el pasaje de la vida. Pero también presupongo que conviene preguntarse a quién de los dos conviene alimentar con mejores nutrientes. Stefan Zweig en su novela, de obligada lectura, “Los ojos del hermano eterno”, nos ilustra al respecto. Su célebre personaje Virata, guerrero anterior a los tiempos de Buda, se orienta a la purificación alimentando la empatía, la virtud y la justicia, después de descubrir durante la madrugada, cuando sale el sol, que en la batalla de la noche ha matado a su hermano.
«Cuando Virata se aproximó al último cadáver, sintió que su mirada se oscurecía. Sabía que era una de sus víctimas, uno de los que había herido con su espada. Acercó su rostro al del muerto y reconoció a su hermano mayor, Belangur, príncipe de las montañas, que había acudido en su ayuda. Virata se agachó y puso su cabeza en el pecho del hermano. El corazón había dejado de latir, los ojos estaban abiertos, y las negras pupilas le miraban y parecían clavársele en el corazón». Entonces Virata sintió que su espíritu se empequeñecía, se aniquilaba completamente, y, como un agonizante, se sentó entre los muertos. Las negras pupilas de aquel hermano que había nacido de su madre antes que él, continuaban mirándole fijamente y parecían acusarle».
El resto de la vida de Virata se puede comprender como una práctica experiencial del “yo soy tú y tú eres yo”.
Ojalá no permitamos que quede adormecida esta consanguineidad espiritual que yace en nuestra esencia espontánea, como seres humanos. Ojalá estemos atentos a la hermandad esencial de todos, respetando el camino propio de cada quien. Que podamos llorar juntos el dolor de los conflictos y a todas sus víctimas, para que no tengan que perpetuarse. Convirtamos “el yo soy tu y tu eres yo” en el mantra que no cesa de sonar dentro de nosotros. Miremos a este hermano eterno, que nos mira desde los ojos de cada víctima que dejamos a nuestro paso, para mantener blando nuestro corazón. Y, si podemos, permitamos aes alasde abrirnosermanos que no los puedo contar, en el mar y en la montaña…… “…estar y la felicidad de muchos. habremoque el árbol de la vida, rebosante de instrumentos musicales, convierta la vida en una sinfonía común, más allá de visados y pasaportes.

 

Publicado en REVISTA KUNDALINI

OCTUBRE 2016
Por Joan Garriga

Me piden que escriba un artí­culo acerca de cómo dejar ir una relación de la manera más sana posible. Lo que puedo aportar al respecto es la experiencia vivida tanto a nivel personal como a nivel terapéutico fruto de los diferentes años de experiencia en el trabajo con parejas y de lo que uno mismo va experimentando transitando por la vida.

Supongo que una de las maneras más sanas de dejar ir una relación de pareja es ver y aceptar cuanto antes que toca sufrir, que llega un momento en el que toca que las cosas no sean como uno quieren que sean, una de las claves sin duda es no oponerse demasiado a esto, seguramente lo que nos genera más dificultad a la hora de soltar algo es justamente resistirse a ello, aunque a veces las cosas se pongan inevitables principalmente porque son como son, más allá de que uno lo haya decidido o no.

Cuando uno asume que esto es así­, entramos en las mismas etapas que entramos cuando vivimos un duelo, en primer lugar la negación; esto no es así­ o no deberí­a de ser así­, por eso el primer paso es asumir que algo ha terminado, que aquella pareja ya ha caducado y estar dispuesto a aceptar que uno pierde el status quo, y pierde un lugar por lo menos conocido, aunque no necesariamente confortable. Para ello tiene que estar disponible para abrirse a un proceso donde será visitado por múltiples sentimientos y emociones muy variados, como huéspedes que se instalan en nuestra casa por un tiempo, huéspedes como la culpa, el sentimiento de fracaso, el deseo frustrado, el enojo, la rabia, la furia, la violencia, la pena, la tristeza… y a mí­ me gusta decir que en definitiva el sentimiento más rentable para el viaje hacia que algo pueda quedar atrás es el dolor, aunque por desgracia en nuestra cultura tenemos una animadversión importante al dolor, y es una lástima, porque el dolor es el sentimiento más rentable para el viaje de la vida, pues se convierte en la pasarela que nos permite viajar cuando hemos perdido algo e ir atravesando el desierto hasta llegar a la otra orilla, donde la vida se pone luminosa de nuevo y vuelve la alegrí­a.

Así­ que imagino que el primer paso serí­a lograr una cierta aceptación y el segundo paso serí­a estar abierto a ser visitado por estos sentimientos a veces no muy agradables, yo creo que estos dos factores actúan como una alquimia espontánea que nos acaba llevando a la otra orilla, y es cuando en el futuro se abre un espacio con más fuerza que en el pasado y cuando uno puede mirar el pasado con agradecimiento y reconocimiento. Quizás este serí­a el último paso de esta transición.

Cuanto más capaces seamos de estar abiertos y darle espacio a este dolor y cuanto más sepamos vivirlo con la intensidad que requiere, antes saldremos del proceso, pero debemos diferenciar el dolor del sufrimiento, el sufrimiento siempre es oposición algo, sufrimos porque nos oponemos a lo que estamos viviendo, cuando algo duele simplemente duele, pero el sufrimiento es oponernos a que duela, en definitiva el sufrimiento es todo aquello que hacemos para evitar el dolor que sentimos, por eso la mayorí­a de los problemas que vivimos son intentos fallidos de burlar el dolor, sin darnos cuenta de que lo convertimos en sufrimiento.

Somos mamí­feros, por tanto somos seres apegados y cuando hay un cambio, como cuando se pierde una pareja, duele, aunque no se puede generalizar porque en algunas ocasiones puede ser que el dolor ya se haya vivido ya dentro de la relación y cuando llega a la separación es más bien una liberación.

La capacidad para vivir el dolor engrandece y propicia el desarrollo personal, sé que esto es complejo de entender porque el dolor tiene mala prensa, no nos gusta por una razón muy simple, porque duele, y esto no depende de nosotros sino de unos programas biológicos que están activados y en funcionamiento y que nos equipan para cuando las cosas se ponen difí­ciles, como en una pérdida, pero en este equipaje biológico también está la capacidad de saber rendirse y acompañar esta tristeza, y la pena de que algo ya pasó en la vida.

Justamente en este programa biológico el dolor también sirve para quemar a la parte interna que estaba apegada a algo, porque en definitiva siempre se trata de un duelo propio, hay que despedirse de alguna parte interna que es la que estaba involucrada en esta pareja, a la que le duele mucho perder. Muchas personas tendrí­an que preguntarse si cuando hay una pérdida esto hace mella en la diana más biológica como mamí­feros o si a veces sin embargo, quien sufre o a quien le cuesta soltar es a partes internas nuestras que no son tan bonitas de reconocer. A veces le duele al orgulloso que hay en nosotros o al soberbio o al soberano o al prepotente, al débil o a la ví­ctima, todos tenemos una galerí­a extensa de personajes y algunos de estos personajes a veces están muy involucrados en una relación, por tanto, cuando una relación se pierde estos personajes empiezan a lamentarse, entonces el trabajo es más bien el de poder dialogar con estos personajes para desactivarlos un poquito. A veces el dolor lo que hace es rebajar la influencia de estos personajes para librarnos un poquito de ellos.

Otro punto importante en el momento de dejar ir a una pareja es estar atento a no caer ni en el culpar al otro ni caer en el victimismo, por tanto intentar actuar desde la auto responsabilidad.

Al final serí­a bueno poder llegar a la conclusión de que la relación ya cumplió su función y llegó la hora de agradecer y de soltarse. Aunque yo sospecho que en el equipaje biológico estamos hechos de una manera que cuando soltamos es inevitable que haya un poquito de dolor por más madurez y auto responsabilidad que haya en los miembros de la pareja.

Algunas parejas sin embargo viven su relación como si fuera una cárcel, o como si fuera un campo de batalla, un campo de concentración, un teatro o un circo, lógicamente esto no es sano y en estos casos soltar puede llevar a una liberación y a un alivio. A veces parece que el dolor sea el argumento necesario para pasar de lo conocido a lo necesario o más bien dicho para perder lo conocido, aunque lo conocido nos parezca siempre tan grato.

Existe el falso mito de que alguien muy trabajado a nivel de auto conocimiento o de evolución espiritual es más inmune al dolor, pero yo creo que es todo lo contrario, esta me parece una idea un poco pretenciosa y un poco falaz, aunque que está bastante extendida y en mi opinión encubre una idea del crecimiento que es empequeñecimiento, es como si quisiéramos vivir con la certeza y con la seguridad de que estamos exentos de la aflicción, a mi me parece que no, que las personas desarrolladas seguramente tienen más capacidad para vivir el dolor y las menos desarrolladas son las que ponen más resistencias a vivir el dolor cuando toca, si bien es cierto que si son personas más maduras y más trabajadas probablemente van a vivir una separación estando de acuerdo con que duela y no van a armar escándalos ni van a culpar a la pareja porque simplemente duele.
Si duele que duela, yo creo que este deberí­a ser un lema que deberí­amos tener todos integrados. ¿Porqué tenemos que tener la idea de que no deberí­a de doler cuando la realidad es que algunas cosas simplemente duelen?

A dí­a de hoy muchas de las relaciones están basadas mucho más desde la necesidad a menudo inconsciente, que desde una elección libre de estar juntos, en mi libro sobre las parejas explico que la mayorí­a de las parejas se establecen en base a un pacto no explicitado sino implí­cito que es un pacto de cuidado mútuo en el que uno cuida las sombras del otro, en realidad para muchas personas la pareja es un movimiento de protección que tiene que ver con que uno se compromete a cuidar de las sombras del otro a cambio de que el otro haga lo mismo, esto quiere decir por ejemplo que yo me comprometo a que tú no tengas que tomar responsabilidades por tu propia vida porque tienes dificultad para ello, porque te has especializado en la posición victimista, pero tú te comprometes a que yo pueda permanecer en mi posición salvadora y no tenga que enfrentar mi dependencia o mi victimismo, y desde ahí­ en la pareja articula una especie de danza donde a veces hay identidades estereotipadas y donde no hay flexibilidad, son roles muy fijos donde uno asume por ejemplo ser dependiente y el otro autónomo, o donde uno quiere ser cuidador y otro quiere ser cuidado, pero lo que sucede a veces cuando la pareja evoluciona o cuando uno de los dos decide crecer, es que deja de sentirse cómodo con este pacto implí­cito y empieza querer cambiar esta configuración bajo la que está funcionando la pareja, por ejemplo, cuando uno necesita ser necesitado y dependiente y se engarza con otra persona que tení­a la necesidad de ser salvadora, pero de repente el dependiente ya no quiere ser salvado si no que quiere trabajarse su autonomí­a y su grandeza, en este punto es muy probable que el salvador se sienta mal, muchas veces las crisis de pareja vienen de este reposicionamiento por parte de uno de los dos miembros y de esta rotura que genera mucha frustración y mucho resentimiento, porque en definitiva se deja de cumplir estos pactos inconscientes de los que nunca se ha hablado y se deja de responder a lo que en teorí­a se está predestinado a ser. Algunas parejas con suerte logran cambiar estas definiciones y estos roles y evolucionan, de forma que el que era más dependiente ya no lo es tanto y el que era más independiente pasa ser un poco más dependiente, lo que les permite ir descubriendo que todos son un poquito de todo y en definitiva aprenden a ser un poco más de todo y a ser un poco más reales y menos estereotipados.

Pero en muchos otros casos las relaciones se rompen, sin darse cuenta de que al final lo que se está lastimando es una necesidad infantil del niño que en su momento no fue satisfecha y que se trasladó a la pareja.

Una separación de pareja siempre es una maravillosa oportunidad para revisar asuntos infantiles no resueltos, por lo que una separación, con suerte también puede convertirse en una oportunidad de liberación, de desarrollo, de crecimiento y de autonomí­a.

Al final la vida es un una oportunidad permanente para trabajar el dejar ir y la perdida siempre es un gran aprendizaje, porque llegará el momento en el que lo tendremos que dejar ir todo, no será importante si fuimos personas tristes o alegres, fuertes o débiles, optimistas o pesimistas porque son identidades que se tienen para el viaje de la vida pero que se desvanecen en el final de la misma, con suerte las habremos ido flexibilizando y dejaremos de tomarlas tan en serio, comprendemos que tan sólo fueron utensilios para el viaje. Soltar una pareja significa soltar estas identidades y hacernos un poquito más libres de nosotros mismos y al final la libertad no es otra cosa que eso librarnos de todos estos personajes.

Nos asustamos mucho ante el dolor y el sufrimiento, pero en un cierto sentido el corazón profundo tanto no sufre, sufren las pequeñas identidades que quieren algo, defender algo, reafirmar algo… en cada uno de nosotros vive un niño que en cierto modo es un profeta, porque hizo profecí­as inconscientes infantiles, Del tipo; cuando sea grande voy a conseguir que mi pareja me respete, y entonces el respeto se convierte en nuestro grial, o dice; voy a conseguir que mi pareja me obedezca, y entonces la obediencia se convierten el grial, o; voy a conseguir que mi pareja me sostenga y entonces el sol el ser sostenido será mi objetivo, todo esto son pequeñas profecí­as del lenguaje de la mente, por suerte el alma se cuida de que nuestras profecí­as no se cumplan tanto, porque por un lado está nuestro corazón mamí­fero que es apegado y al que le duele, pero por otro lado está el corazón espiritual, que está preparado para enfrentarse con todo tal y como es en cada momento. La vida por suerte nos propicia espacios y experiencias para ponernos cada vez más en contacto con este corazón espiritual.

Al final lo que podemos hacer cuando estamos viviendo un proceso de separación es saber sufrir, saber sostener el dolor, y buscar buenos amigos o un buen terapeuta que nos acompañen, que nos sostengan, que que podamos sentirlos cerca sin que nos invadan, sentir que alguien está ahí­ y que no estamos solos en el camino.

Muchas veces abrirse a la desesperación, aunque suene pavoroso no es tan malo, todos tenemos en nuestras vivencias el aprendizaje de que si miramos atrás en nuestra vida hemos pasado tantas cosas que nos parecieron tan terribles pero que luego miradas retrospectivamente vemos como si hubiéramos sido acompañados por algún ángel, al final no fue tan terrible. A veces nos parece que estamos perdiendo al hombre o a la mujer de nuestra vida y de lo que no nos damos cuenta es de que la vida nos está haciendo mejor regalo que podí­a entregarnos para nuestro proceso evolutivo.

Joan Garriga

12 reglas de oro para vivir en pareja hoy

1. SIN TI NO PODRíA VIVIR / SIN TI TAMBIÉN ME IRíA BIEN.
Somos dos adultos que nos sostenemos sobre nuestros propios pies, no dos niños buscando a sus padres. Sin ti también me irí­a bien, pero me alegra el corazón que sea contigo y que estemos juntos.

2. TE QUIERO POR TI MISMO / TE QUIERO POR TI MISMO… BUENO, A PESAR DE TI MISMO
Es un regalo enorme amar las sombras del otro, su ego, sus dificultades, y ser compasivos con ello, porque eso significa que somos capaces de reconocer al otro miembro de la relación en su realidad más sombreada. La pareja es un campo de crecimiento en el que se van limando las asperezas del ego gracias a que el amor compartido es capaz de soportarlas.

3. HAZME FELIZ / SIENTO EL DESEO ESPONTÁNEO DE QUE SEAS FELIZ
La pareja no está pensada para darnos la felicidad, aunque si sabemos conjugar todas sus dimensiones experimentamos algo que se acerca a la dicha. Sentimos que pertenecemos a algo, que hemos creado una intimidad, un ví­nculo, y que construimos caminos de vida.

4. QUIERO UNA PAREJA / MEJOR ME PREPARO PARA SER PAREJA
El exceso de «yo» y de individualidad por encima del sentido del «nosotros» convierte la pareja en un campo increí­ble de libertad y al mismo tiempo nos expone a más y más soledad e incertidumbre. Las dos cosas al mismo tiempo. Si quieres tener pareja, trabaja en tu interior para encontrar tu propio tono y manera para ser compañero o compañera, y lo demás se te dará por añadidura.

5. TE LO DOY TODO / MEJOR TE DOY LO QUE ME MANTIENE EN EL MISMO RANGO QUE Tíš
La pareja es una relación de igualdad en la que hay que procurar que haya un intercambio de equilibro y justicia para preservar la paridad de rango. Dar mucho puede generar en el otro un sentimiento de deuda y empequeñecerlo. Mejor dar lo que el otro puede devolver de alguna manera, puesto que con el intercambio fértil crece la felicidad.

6. DÁMELO TODO / DAME LO QUE TIENES Y ERES Y YO PUEDO COMPENSAR, PARA MANTENERME EN MI DIGNIDAD
Cuando alguien en una relación lo pide todo del otro, debemos sospechar dos cosas: la primera, que esa persona es un niño y la segunda, que esa persona sin duda no va a tomar y apreciar lo que se le da, porque está anclada en un guión de insatisfacción que se nutre de demanda, la cual, aunque sea atendida, no se satisface. Mejor el intercambio positivo y gratificante al negativo e hiriente.

7. OJALÁ SEA INTENSO Y EMOCIONAL / OJALÁ SEA FÁCIL
Algunas relaciones discurren con fluidez y facilidad, no chirrí­an. Son el resultado del encuentro de dos naturalezas que armonizan sin grandes desencajes. Otras veces, todo es difí­cil, a pesar del amor. Cuando una relación es intensa y emocional, a menudo llega a ser desvitalizante. De hecho las grandes turbulencias emocionales y los juegos psicológicos desgastantes y fatales tienen que ver con reminiscencias de heridas infantiles y viejos anhelos no colmados.

8. LUCHO POR EL PODER / COOPERAMOS
Demasiados siglos de lucha y sufrimiento entre hombres y mujeres nos convocan a una reconciliación. Es maravilloso cuando en la pareja ambos sienten adentro, de verdad, de corazón, que no hay mejor ni peor, y que caminan juntos. No uno por arriba y otro por abajo, no uno por delante y otro por detrás. Cooperan. Son compañeros y amigos y hermanos y amantes y socios. Uno y uno son más que dos. En lo más profundo las mujeres se suelen sentir mejores que los hombres “según mis estadí­sticas” pero las más inteligentes se encargan de que sus parejas no lo noten.

9. YO PIENSO, Tíš SIENTES Y ANTE LO DIFíCIL SÁLVESE QUIEN PUEDA / REíMOS Y LLORAMOS JUNTOS Y JUNTOS NOS ABRIMOS A LA ALEGRíA Y AL DOLOR
Las parejas enfrentan en su proceso vital asuntos que en algún momento duelen: hijos que no vienen, abortos, muertes o enfermedades de seres queridos, vaivenes económicos y existenciales. Son asuntos que ponen a prueba la capacidad de aguante de la pareja, y que la fortalecen o la derrumban y ponen en ella resentimientos y millas de distancia.

10. QUE SEA PARA SIEMPRE / QUE DURE LO QUE DURE
Entrar en el amor de pareja significa también hacerse candidato al dolor de un posible final. Hoy en dí­a se habla de monogamia secuencial, esto es de que, estadí­sticamente, cabe esperar que tengamos entre tres y cuatro parejas a lo largo de nuestra vida, con el consiguiente estrés y tránsitos emocionales complejos que ello conlleva. Cuando no hay un contrato institucional de por medio, tenemos una oportunidad de crear la pareja cada dí­a, a nuestra manera y de vivir lo que nos permite. Si llega el final, aprendemos el lenguaje del dolor, la ligereza y el desapego, para luego volver de nuevo al carril del amor y de la vida.

11. PRIMERO MIS PADRES O NUESTROS HIJOS Y LUEGO Tíš / PRIMERO NOSOTROS, ANTES QUE NUESTRAS FAMILIAS DE ORIGEN Y QUE NUESTROS HIJOS EN COMíšN
Conviene saber que el amor se desarrolla mejor en universos de relación ordenados: que los padres sean padres y que los hijos sean hijos, que la pareja que se ha creado (que puede incluir a hijos de anteriores relaciones) tenga prioridad frente a parejas anteriores o frente a las familias de origen. Algunas personas dan más importancia a los hijos en común que a la pareja, lo cual acaba creando malestar en todos. Ayuda que el pasado sea honrado y labre un buen presente y un buen futuro. Una pareja posterior debe saber que tiene más posibilidades de ocupar un buen lugar si asume que los hijos de su pareja estaban antes y respeta su prioridad.

12. TE CONOZCO / CADA DíA TE VEO Y TE RECONOZCO DE NUEVO
Algunas parejas no se relacionan con la persona que tienen al lado, sino con las imágenes interiores que se han ido formando de esa persona a lo largo del tiempo. Viven en el pasado y se olvidan de actualizarse cada dí­a. Para evitarlo, ayuda, y mucho, abrir la percepción a cada instante nuevo y no dar a la otra persona por supuesta. El otro se ilumina cuando le reconocemos y le descubrimos como nuevo, y de este modo también nosotros nos volvemos nuevos y jóvenes.


Joan Garriga
Marzo 2013